El conflicto Irán – Arabia Saudita en clave geopolítica
Por Mariano Del Pópolo
El aumento de la tensión política entre Irán y Arabia Saudita, las dos principales potencias islámicas de Medio Oriente, pone nuevamente en vilo a la región. La estabilidad política de la zona, fuertemente azotada por las guerras y la presencia de grupos terroristas como ISIS y Al Qaeda, suma un nuevo elemento que puede desestabilizar sus cimientos.
Desde el fin de la Guerra Fría, Medio Oriente ha sido el principal escenario donde se ha librado la batalla por el reordenamiento geopolítico global. Pero no sólo la intervención norteamericana ha afectado el frágil equilibrio en la región; el surgimiento de nuevos actores de importancia que ejercen un considerable contrapeso a la hegemonía global norteamericana (Rusia y China fundamentalmente) también ha hecho tambalear el equilibrio del territorio que comprende desde el Mar Negro al extremo sur de la península arábiga. Asimismo, la denominada “primavera árabe” que condujo a la caída de gobiernos en Medio Oriente y el norte de África, la diseminación de grupos terroristas islámicos y el afianzamiento de las alianzas Rusia-Siria y Siria-Irán son factores clave para comprender el entramado estratégico de la región.
El reciente enfrentamiento entre Irán y Arabia Saudita, que estalló tras la decapitación de un clérigo chiíta por parte del gobierno Saudí, suma un nuevo capítulo a la compleja trama geopolítica regional. Arabia Saudita estableció el sunnismo wahhabista como religión oficial en 1932, con la unificación de distintos reinos que dieron origen al Estado tal como hoy lo conocemos. Desde ese momento, la monarquía ha ejercido una notable influencia política y económica siendo uno de los actores estratégicos del tablero de Medio Oriente. Durante la guerra fría el país arábigo se convirtió en uno de los aliados fundamentales de Estados Unidos en una región fuertemente influenciada por los movimientos panarabistas que establecieron relaciones con la Unión Soviética. En el nuevo capítulo de la geopolítica global, Arabia Saudita continúa siendo una de las llaves que posee Estados Unidos para ejercer su influencia en la turbulenta región. Si a esto le sumamos que el país es el primer productor mundial de petróleo, y por lo tanto un peso pesado en la mesa de la OPEP, podremos comprender por qué a pesar de las incuestionables diferencias con el discurso oficial norteamericano la monarquía saudí continúa siendo uno de sus aliados estratégicos fundamentales.
Por su parte, desde la Revolución Islámica chií de 1979, Irán es un actor que ha generado más de un dolor de cabeza para Arabia Saudita, y por supuesto, para Estados Unidos. La firme alianza que ha tendido el régimen del Ayatollah con Hezbollah en Líbano y con el partido Baaz de Siria encabezado por el presidente Bashar Al Assad constituyen un fuerte contrapeso a la influencia hegemónica norteamericana en Medio Oriente, apuntalada por sus socios Arabia Saudita e Israel. Por otra parte, podría decirse que la rivalidad persa-saudí tiene un fuerte origen religioso, producto de la división del islam entre sunníes y chiítas. Si revisamos la historia reciente, el alineamiento de Arabia Saudita en contra de los persas en la guerra entre Irán e Irak (1980-1988) aparece como un antecedente que desempolva una trayectoria conflictiva vinculada a la interna islámica. Pero la compleja trama geopolítica actual del Medio Oriente excede lo estrictamente religioso, por supuesto sin dejarlo de lado.
Frente a la cruzada norteamericana en Medio Oriente y el norte de África primero contra la antigua jamahiriya árabe Libia de Muhammar al Gadaffi y luego contra el gobierno baaz de Bashar Al Assad en Siria, Irán ha procurado no permanecer al margen para evitar un posible aislamiento regional producto de la caída de los gobiernos aliados. Así, ha encarado una encarnizada batalla en defensa del gobierno sirio frente a sus múltiples contrincantes. Por otra parte, la batalla geoeconómica librada tras la caída récord del precio del petróleo es un frente que, cuanto menos, incumbe a ambos poderes. Sin dudas, el tablero en Medio Oriente es una partida apasionante donde religión y geopolítica se entrecruzan. La condena a pena de muerte decretada contra el clérigo chií Nimr Baqr al-Nimr, quien encabezó las protestas contra la monarquía saudí de los años 2011 y 2012, fue un suceso que alteró la estabilidad de la región por su origen profundamente religioso. Pero desencadenó tensiones profundas que revelan un enfrentamiento mucho mayor.
La escalada diplomática entre ambos gobiernos no sólo esconde alianzas extrarregionales contrapuestas y equilibrios de poder en disputa. También legitima consensos internos cuestionados. El régimen saudí logró sobreponerse con notable altura a las protestas que sacudieron el país apenas años atrás, pero la reciente muerte del Rey Abdullah y la asunción de su medio hermano Salmán bin Abulaziz se dan en un contexto económico notablemente desfavorable por la caída del precio del petróleo. Por su parte, el gobierno de Irán encabezado por el Presidente Rouhani busca fortalecerse en el plano interno frente a la mirada crítica de la poderosa y conservadora Guardia Revolucionaria. Es decir, ambos poderes aprovechan la escalada del conflicto para mostrar fortaleza y consolidar consensos fronteras adentro.
Aún así, la principal batalla que enfrenta a ambos países es su proyección en el ámbito regional como potencias medias. Irán es quien tiene el mayor desafío tras los acuerdos nucleares firmados con occidente que lo vuelven a colocar en un terreno privilegiado tras el levantamiento de las sanciones económicas. Los persas buscan volcarse de lleno al mercado petrolero, lo que aumenta las divergencias con la monarquía saudí. La decisión del gobierno iraní de aumentar la producción de petróleo en unos 500.000 barriles diarios para llegar en el corto plazo a un techo de 1.5 millones de barriles diarios no sólo representa un serio aumento de la competencia para el resto de los exportadores. La decisión también trae consecuencias directas para el mercado petrolero en un contexto en el cual reducir la producción mundial del petróleo para hacer subir el precio del crudo pareciera la decisión a la que tarde o temprano se llegará. Sin embargo, las principales potencias exportadoras de petróleo – entre ellas Arabia Saudita – aún no han logrado ponerse de acuerdo en tal aspecto, puesto que ninguna quiere ser la primera en ceder terreno en el mercado.