Malvinas: nuestras imposibilidades
Por Rodolfo Cifarelli*. Imagen de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP.
El recordatorio del 2 de abril de 1982 suscita la excitación de los nacionalistas sin patria, de los apasionados de las cacerolas, de los que aún reivindican a un ejército que estaqueó y hambreó a sus propios soldados antes de que fueran reducidos o matados por el ejército enemigo. Y cuando esa sensibilidad, que no es más que el síntoma de una ideología, tan asesina como suicida, queda expuesto, obscenamente, el espectáculo de una impostura que exige respuestas y acciones nada concesivas con los ritos de homenajes y santificaciones. Respuestas en serio.
Desde el 14 de junio de 1982 cuando el ex general Menéndez firmó la rendición en Puerto Argentino, las interrogaciones sobre qué clase de defensa nacional tenemos (y necesitamos) siguen esperando respuestas. A pesar de eso, o tal vez por eso mismo, algunos hechos del pasado reciente contestan de forma aproximada esta pregunta. Ahí tenemos al ARA San Juan y la trama de ocultamientos macristas que lo hundió aún más en el océano. Otra vez los medios de comunicación nos hablaron (y nos hablan) de «héroes» para que nos olvidáramos de que en realidad los tripulantes del submarino era nada más que víctimas. La heroicidad sublima desgracias, reprime los traumas históricos, intenta la sutura de esas contradicciones insoportables que alguna vez habría que enfrentar. Ahí tenemos la caída del proyecto del misil Cóndor II, en septiembre de 1990, reacción sumisa del entonces presidente Menem a las presiones que EEUU realizaba vía su embajador Terence Todman. Así se borró de la agenda de defensa la posibilidad de que nuestro país contara con un misil con un alcance estimado de 1200 kilómetros.
Como hito inverso (y revulsivo para los nacionalistas sin patria) debe contarse la construcción y el lanzamiento del ARSAT 1, nacido de una iniciativa de Néstor Carlos Kirchner y lanzado bajo la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner el 16 de octubre de 2015 con una vida útil de 15 años (el ARSAT 1 no es un misil pero su tecnología de lanzamiento poco difiere de la de un misil). Hablar de Malvinas sin agarrarse de este hilo conductor, que nos recorre desde 1955 a la fecha, con honrosas y pocas excepciones e interrupciones, es como hablar del golpe del 24 de marzo de 1976 sin mencionar la deuda externa que se tomó a partir de la masacre y el dispositivo agroexportador de la pampa húmeda que debía consolidarse como sector prioritario de nuestra economía.
Como corolario de los últimos tiempos, Macri, empleado mediocre y criminal del G20 paralizó los proyectos ARSAT 2 y ARSAT 3. Otro hecho, más silencioso, perversamente ocultado por los medios: desde 2006 la cantidad de caídos en combate ya había sido ampliamente superada por la cantidad de suicidios de ex combatientes. Aunque no hay cifras oficiales de los suicidios, los centros de veteranos manejan estadísticas que van de los 2000 a los 3500 suicidados. En la guerra, según cifras oficiales, cayeron 649 (323 en el hundimiento del General Belgrano y 326 en el archipiélago) de los 23.428 que participaron.
Solo los soldados muertos ven el final de la guerra, es la frase que se le atribuye a Platón. Desde 1955 los gobiernos pasan y la tradición liberal que no ha dejado de predominar en nuestra educación y en nuestra cultura general sigue ignorando a los precursores de la defensa y el desarrollo nacionales como Baldrich, Mosconi o Savio. Hay generaciones que ni saben de quiénes se les está hablando cuando se los nombra. Allí permanece en las radios, en los canales de tv, en los diarios, en los portales, en los trolls de Twitter, enmascarada a «derecha» y a «izquierda», en las bocas ignorantes o educadas, con buenos o malos modales, allí permanece, sólida, agazapada, esa tradición que detesta al pueblo real, concreto, a sus luchas, a sus conquistas.
La Historia es más que un relato que nos contamos para escuchar los gritos de las víctimas: es un campo para enfrentarse con tabúes y fantasmas y controversias, una tierra baldía donde es posible rearmar una y otra vez todas aquellas cosas que nos ocultaron y todas aquellas interpretaciones que todavía no han cuajado para transformar nuestra realidad. Por esta razón, para reconstruir la soberanía nacional, en el que Malvinas es más un problema a resolver que una «causa» a defender, tal vez fuera oportuno no olvidar que el presente nunca está completo, y que el pasado, casi siempre, ni siquiera ha pasado.
* Escritor.