Beliz me acercó al peronismo
Por Leandro Andrini
Existe ese nudo que entre lo casual y la causalidad intencionada nos construye/deconstruye en la historia que nunca deja de ser una historia colectiva. Casual y causal, en las lecturas de una tarde de domingo, vienen los nudos o los lazos. Estaba revisitando a Deleuze-Guattari, allí donde se indica que el “Otro es un mundo posible, tal como existe un rostro que lo expresa, y se efectúa en un lenguaje que le confiere realidad”, cuando en un grupo de whatsapp alguien sugiere la lectura de la nota de Gabriel Sued en La Nación, sobre Gustavo Beliz.
Voy al portal del diario, y distingo como un meme el festejo de sus 150 años en 150 fotos, cuyo retrato sobresaliente es el de Mirtha Legrand, fundadora… fundadora de un modo de comunicar la aversión al Otro… leo la nota sobre Beliz, me transporto a mi adolescencia por unos instantes, y paso a La dulce vida de Federico Fellini que me invita a recorrer portales… En el grupo de whatsapp volvemos a la nota de Sued, y no regreso a la nota, sino a mi adolescencia con una anécdota, justo cuando aprendía que Amarcord significa literalmente “yo me acuerdo”, y que va de lleno al texto de Carlos Ulanovsky que más temprano había leído. Recordar como un ejercicio político…
Yo me acuerdo que fue en abril de 1993 cuando llegamos a Chacabuco, y nos internamos en Mariapolis. El asunto: una ocurrencia del entonces ministro del Interior Gustavo Beliz secundado por Julián Domínguez. Formar “30.000 promotores sociales”. El número no era una casualidad ahistórica. Además, estaba destinado a quienes teníamos entre 15 y 20 años. Esa propuesta, de “30.000 promotores sociales” en la responsabilidad que ello implicaba/involucraba, era llevada adelante por un convencido equipo de trabajo, cuyo compromiso con la justicia social y con los ideales de las juventudes peronistas (que le antecedieron) me llevaron a acercarme a esas banderas. Yo me acuerdo que cantábamos canciones de Silvio, de Serrat, de Serú Girán, de Sui Géneris y de los amores después del amor del renovado Fito cerrando en fogón las noches de esos intensos días formativos.
Cada quien, o mejor dicho cada grupo, regresó a su ciudad con un bagaje instrumental y conceptual para el trabajo barrial ligado a la transformación de las demandas en políticas públicas municipales. En Pehuajó formamos un lindo grupo de trabajo (yo me acuerdo que no se hablaba de militancia). Nos dedicamos a lo cultural relacionado con la juventud. Realizamos algunos recitales de rock, conformamos el consejo de la juventud pehuajense, recorríamos los barrios periféricos (y yo me acuerdo que el principal problema que registrábamos era el del agua potable de red). Tuvimos un espacio de decisión dentro del municipio, que duró lo que Beliz y su idea, pero nuestra “soberbia de juventud” nos hacía pensar que nos lo habíamos ganado a fuerza de proyectos y de trabajo…
En mi casa siempre se respiró política. Desde que yo me acuerdo mis padres iban al Comité, y mis abuelos paternos también. Fue esa idea de Beliz, en conjunción con el equipo elegido para llevarla adelante, que le puso rostro y lenguaje a un mundo posible, que me era vedado por los afectos y efectos que, como si una genética predispusiera, obturan las puertas político-culturales. El pecado imperdonable, como ese de Leopoldo Marechal, abrevar de las fuentes del peronismo, para que hasta el propio peronismo terminara olvidándolo. Hoy la voz del Otro se vuelve susurro indescifrable entre el grito tilinguero del mercado y del odio, grito traficado por grieta que suprime aquello que bien descifraron en la Grecia antigua como agon en tanto convivencia libre de quienes pueden ser, incluso, rivales. Yo me acuerdo que fue por esos años que agonísticamente fui separándome de las ideas de familia, sin disolver ni negar la existencia. Que limité la hermosa experiencia de haber sido un “niño frutillita”, tal nos llamaba la ingeniosa malevolencia pueblerina a quienes integrábamos Interact (la rama joven de Rotary): juntarnos con la crema para parecer más ricos. Que fui acercándome a otros rostros y a otras voces…
Como esos colores de esas imágenes fellinescas, Amarcord, se me presenta ese Beliz que, en la contradicción de una existencia (la suya o la mía), me acercó a los “30.000”, trastocó el predestino de pensamientos políticos, engendró amistades intensas e inmensas que aún se funden en abrazos, inclusive cuando pensemos diferente sobre alguna condición de la coyuntura.