Atentados en París: es fácil caer en la trampa
Por Ezequiel Kopel
Durante la noche del viernes 13, París fue atacada por, al menos, tres células terroristas muy bien entrenadas y equipadas en un atentado coordinado contra seis o siete objetivos. El ataque terrorista que produjo la mayor cantidad de muertos, al menos 120, de acuerdo a datos de medios franceses, fue la toma de rehenes en un recital de la banda de rock Eagles of Death Metal, en el teatro Bataclan. Allí dentro, mientras cuatro asaltantes dispararon al público con ametralladoras -al ingresar la policía francesa después de que los atacantes se negaran a negociar-, otros tres detonaron sus cinturones suicidas y un cuarto fue muerto a tiros pero, al caer su bomba, también estalló. El ataque, que no terminó ahí continuó fuera de un estadio de fútbol donde colocaron bombas, dispararon en un restaurante camboyano y siguieron su carnicería en otros espacios.
El ataque fue reivindicado por el grupo fundamentalista Estado Islámico -que opera y controla parte del territorio de Irak y Siria- al anunciar que fue "por insultar al Profeta", "golpear al Califato" y que los objetivos incluyeron al teatro Bataclan porque allí "se reúnen cientos de paganos para un concierto de prostitución y vicio". Esta adjudicación significaría el primer ataque del Estado Islámico a Europa en toda su historia (La matanza en la revista Charlie Hebdo fue reivindicado por Al Qaeda). Además, si se confirma su autoría, la segunda justificación esgrimida por los terroristas para realizar el ataque se caería a pedazos, porque este tipo de atentados, coordinados hasta el extremo, precisan de una logística y preparación que supera al periodo de tiempo de un par de meses. A la vez, cualquier persona que sigue las noticias de Francia recuerda que, en agosto de este año, las fuerzas de seguridad francesas ya habían descubierto la preparación de otro ataque frustrado, mucho antes de que Francia atacara el centro del poder físico de los extremistas. Por otra parte, las primeras y concretas amenazas del Estado Islámico contra Francia datan de principio de año. Por todo esto, las justificaciones terroristas no sólo se tratan de un caso de memoria selectiva para fundamentar una idea preconcebida, también es un análisis errado y bastante simplón.
Como siempre pasa en estos casos, los perversos aprovechan situaciones de este tipo ("a río revuelto, ganancia de pescadores") y el presidente de Siria Basher Al-Assad utilizó la masacre para llevar agua hacia su molino al decir que el ataque en suelo francés se debía a las políticas equivocadas de Francia en la esfera internacional. Lo que no admite Assad es que Francia está combatiendo al Estado Islámico pero sin apoyar al régimen sirio, como sí lo hace Rusia. Siguiendo el razonamiento de Assad, los rusos, que también recibieron un ataque terrorista al caer un avión de su línea de bandera sobre Egipto ¿también son responsable del ataque a compatriotas propios por consecuencia de sus políticas internacionales?
Pero los hechos y la historia lo condenan: Assad fue confrontado, en 2011, por una insurrección ciudadana en el marco de la Primavera Árabe a la que respondió con extrema violencia, secuestrando, torturando y desapareciendo (Amnesty Internacional, en un informe de la semana pasada, admite que, al menos, 60 mil personas fueron desaparecidas por las fuerzas de seguridad del gobierno sirio, lo que implica el doble de ciudadanos desaparecidos por la última dictadura cívico militar argentina). Después de declarar la guerra contra su propio pueblo, liberó islamistas de sus cárceles -a los que pronto acusó, muy inteligentemente, de comandar las protestas para buscar legitimidad para reprimir a rebeldes- y causó uno de los mayores éxodos de refugiados en la historia moderna. Es pertinente informarse y escuchar los propios testimonios de los refugiados para saber de quién y por qué escapan, en primer lugar, los sirios.
Disimular en explicaciones culturales, pretextos sociológicos o acciones gubernamentales la justificación del asesinato y el miedo no es un análisis válido cuando hablamos de derechos humanos; la misma línea de pensamiento que masacró a más de cien personas ayer en París está detrás de la muerte de miles de musulmanes en todo el mundo. Como el ataque terrorista contra Turquía en una marcha de izquierda del último mes (el más grande de su historia) o el ocurrido hace dos días en el Líbano en un barrio predominantemente chiíta (el más sangriento en ese país desde el fin de la guerra civil en 1990) ¿Los ataques contra pacifistas, kurdos, y militantes políticos en Ankara tenía algo que ver con las acciones de estos progresistas contra radicales en Siria e Irak? ¿La matanza contra transeúntes en un barrio de mayoría chiíta en Beirut se puede explicar con las acciones de un país como el Líbano que no participa en ninguna coalición contra fundamentalistas?. Las simplificaciones que traen aparejadas justificaciones, casi siempre originadas en la izquierda (cuando se publicó la sentencia de muerte contra Salman Rushdie, intelectuales de izquierda como John Berger se apresuraron en decir - falsamente- que el escritor tenía lo que se merecía por “insultar a una gran religión”), son, por lo menos, cobardes y esconden lo que muchos apologistas piensan pero no se animan a decir, camuflando su no admitida superioridad moral a la inversa. O peor, tratan de ser condescendientes y transformar un terrible acto en una falta de respeto afincada en diferencias culturales o en acciones políticas y militares contra un grupo que, sin lugar a dudas, es un claro enemigo de toda la humanidad (y principalmente, enemigo de las comunidades musulmanas del mundo.) Asimismo, la risueña acusación de que el fundamentalismo musulmán es una creación 100 por ciento occidental y no un producto propio nutrido de acciones externas, como casi todo en el mundo, se explica en la consideración superior de la sociedad occidental hacia otras culturas y sociedades -además de mostrar una miopía histórica considerable pensando que "los otros" no tienen capacidad de crear y sólo pude ser obra del mundo occidental. Lo que este razonamiento, que en el fondo esconde la idea de que Occidente es culpable de todo lo malo pero también de todo lo bueno, se olvida de considerar que así como nuestra sociedad ha creado a carniceros fundamentalistas como Adolf Hitler, la comunidad islámica también ha creado a los suyos. Quienes justifican estos actos terroristas parten de la base de que todos los árabes pueden ser definidos por su religión, no como personas individuales, con pensamiento propio y, como tales, responsables de sus acciones. Se trata de una discriminación tácita, inversa, pero discriminación al fin.
La estrategia de los fundamentalistas es clara y es siempre la misma, en Bagdad, Beirut, Ankara, Saana o París: buscar que la sociedad de esos países polarice a un sector de la población para que se sienta atacado, acorralado, y provocar su reacción en cadena. No cabe dudas de que los radicales estarían muy contentos y se beneficiarían, en demasía, con el triunfo de las fuerzas de la derechista francesa Marine Le Pen. Asimismo, es altamente probable que quienes planearon los ataques tenían la intención de perjudicar a los refugiados en Europa, tal lo demuestra el hallazgo del supuesto pasaporte de un refugiado sirio entre las pertenencias de uno de los atacantes para, de este modo, provocar la estigmatización -y polarización- de este sufrido grupo. Por lo tanto, no es momento para "medias tintas" y, junto a una condena sin miramientos, es necesario poner las cosas en perspectiva: el 22 por ciento de los considerados musulmanes en Francia no cree en el Islam y casi la totalidad de la comunidad condena las acciones del Estado Islámico, además de estar integrados en la sociedad francesa.
La única solución posible para contener este repudiable atentado de lesa humanidad es no culpar a millones por las acciones de unos pocos. La peor estrategia de respuesta sería transformar a la gran mayoría de los musulmanes del mundo, que son aliados en la lucha contra el fundamentalismo del Estado Islámico, en enemigos al lado de los terroristas.