Seguiremos diciendo que los músicos de Callejeros son inocentes
Por Rodrigo Lugones
La noticia nos llega implacable: la Corte Suprema de Justicia de la Nación rechazó por “inadmisibles” los recursos extraordinarios de 11 de los condenados por la tragedia de Cromañón, entre ellos los músicos de la banda Callejeros, Patricio Santos Fontanet (siete años), Cristian Eleazar Torrejón, Juan Alberto Carbone, Maximiliano Djerfy, Elio Rodrigo Delgado (cinco años), Daniel Cardell (tres años) y Eduardo Vásquez (seis años).
Era esperable y, sin embargo, no dejó de sorprendernos. La primera palabra que encontramos para sintetizar las emociones y pensamientos que nos atraviesan es “derrota”. La derrota de la causa que defendimos quienes siempre entendimos que la banda era inocente. Los que sabemos de los suplicios que atravesaron, y de la actitud que mantuvieron, incluso la misma noche de la tragedia.
Quienes dimos la batalla mediática (si es que hoy puedo escribir aquí es por la necesidad de decir lo que no estaba siendo dicho, y la suerte de que alguien supo escuchar y dar lugar) sostuvimos una coherencia a prueba de balas, que soportó el fuego del ataque sistemático de la artillería diaria de los grandes medios y sus líneas editoriales contrarias a la verdad de esa noche, y cómplice de versiones estigmatizantes, cuando no denigratorias, que impactaban de lleno contra el público o contra los músicos.
La tarea fue titánica, pero se llevó adelante, amén de los resultados estrictamente jurídicos, de manera exitosa. Logró revertirse la percepción social que la mayoría del pueblo tenía sobre la banda.
Cromañón marcó los cuerpos y las mentes de una generación; Cromañón es un trauma social que hizo historias, difíciles historias, que buscaron decirse… que buscan decirse. Cada generación, en un mundo injusto y bestial como éste, vive una tragedia. Hace poco recordamos la guerra de Malvinas. Podemos trazar un paralelo entre éstos jóvenes y aquellos. A la generación del 82 le tocó Malvinas, a la que fue joven en los nacientes 2000: Cromañón.
A partir de esa noche se libraron miles de batallas y en diversos frentes. La más difícil tal vez, fue la que tuvo lugar en la mente de los sobrevivientes. Dura batalla subjetiva la que tuvieron que llevar adelante, y vaya si lo hicieron (va a ellos mi eterna admiración y humilde homenaje).
Al reunir, una sola causa tantas aristas (al agrupar, en un solo acontecimiento, el desarrollo de un proceso tan largo que toca todo el despliegue de nuestra vida) es difícil no estar invadido por una infinita tristeza, es por esto que hoy la sensación es de derrota, derrota histórica, tal vez. Por eso intentamos hacer propias las palabras de Envar el Kadri, cuando le tocó sintetizar la derrota que vivió su generación y dijo: “Perdimos, no pudimos hacer la revolución, pero tuvimos, tenemos y tendremos razón en intentarlo…”.
En los términos jurídicos que propone el Estado de Derecho, no pudimos ganar, la Corte no lo quiso. No dio lugar a revisar los fallos, no creía oportuno leer, detalladamente, una mega-causa como la de Cromañón.
Nos queda la tranquilidad de saber que siempre bancamos, que estuvimos en el lugar donde teníamos que estar, poniendo el cuerpo, poniendo la palabra, poniéndole letras a un dolor que no cesa, que tiene muertos, suicidados, y sobrevivientes que cargan con el trauma de la Historia en sus historias. Que piden olvidar, al menos un poco, al menos lo suficiente como para poder vivir un poco más tranquilos. Pero, en ausencia de justicia real, ¿cómo estar en paz? Frente a desequilibrio tal, ¿Cómo encontrar la paz?
Justicia es que los sobrevivientes cuenten con una contención psicológica para encontrar un proyecto que les devuelva las ganas de vivir, la alegría y la libertad que perdieron durante los 11 años de distancia que existen entre hoy y aquella oscura noche. Justicia es que no existan condiciones que reproduzcan cientos de cromañones a diario; justicia es que Cromañón no vuelva a repetirse. Justicia es que los verdaderos responsables estén tras las rejas y no que chivos expiatorios paguen los platos rotos de una fiesta a la que ni siquiera estuvieron invitados. Justicia es que los muertos puedan descansar, para que los vivos puedan seguir, construyendo una vida que quedó desarticulada con el impacto que produjo el horror vivir la muerte, de sobrevivir la muerte.
Como lo señala un libro, que llegó a mis manos gracias a la atenta lectura de un gran amigo (que sabe leer y decir) Cromañón y los efectos que produjo en los cientos de chicos y chicas que, sobreviviendo, hicieron algo con lo que la muerte hizo de ellos, demostró que: “Lo que no se puede decir, no se puede callar”, y ésa es nuestra victoria. No callar, decir, hacer, y ser, más allá de la muerte.