Yo quiero ser una chica Verhoeven (ó El punk no está muerto, mientras Iggy Pop y Paul Verhoeven estén vivos)
Por Nuria Silva
Jesus died for somebody's sins, but not mine...
("Jesús murió por los pecados de alguien, pero no por los míos".
De la canción Gloria, primer track del disco Horses de Patti Smith)
Una mujer que ha leído El segundo sexo, te masticará y te escupirá
(Michêle a su ex marido a propósito de su actual novia)
(Sub)versiones. Elle, la última película del director holandés Paul Verhoeven, adapta la novela Oh... escrita por el francés descendiente de armenios Philippe Djian. Desconozco las similitudes y diferencias entre una y otra obra toda vez que no leí la novela, pero tras haber visto la película fue otra la asociación literaria que se me vino a la cabeza. En su libro Jesús de Nazaret (un exhaustivo, interesante y divertido estudio sobre los hechos de la vida del mesías, escrito junto a Rob Van Scheers), Verhoeven (que además es miembro de la Jesus Seminar, grupo conformado por unos doscientos especialistas en el estudio de la Biblia dedicados a establecer la veracidad o falsedad de los dichos y hechos descriptos en los Evangelios), plantea una hipótesis interesante: que la concepción de Jesús haya sido producto de la violación de un soldado romano sobre el cuerpo de María, y no del golpe milagroso de algún espíritu santo distraído.
La forma en que Verhoeven describe la escena en el libro es cinematográfica, vale decir, nos dice cómo la filmaría. En el 2012 anunció que tenía proyectado realizar una película sobre este hecho. Si Robocop puede (y debe) ser leída como su película sobre Jesús (el propio director así lo afirma), Elle tranquilamente podría ser entendida como la película sobre la violación a María, más aún teniendo en cuenta que la historia transcurre durante las fechas navideñas, entre otros detalles que iré elaborando. Claro que esta premisa debe ser tomada desde el escepticismo plagado de sarcasmo e incorrección política que caracteriza al cine del holandés.
El profano corazón de Michèle. Elle comienza desde la subjetividad de un gato que observa cómo un hombre vestido de negro y con pasamontañas viola a su dueña en el piso de la cocina. La mirada animal resulta enigmática e impenetrable como será la propia Michèle (Isabelle Huppert) que en su nombre lleva, además del título de la película, el significado de lo incomparable de Dios. Michèle (variante francesa de Micaela) etimológicamente significa "Quién es como Él" o "Quién es como Dios". Por lo tanto en ella está él, o Él, o Dios, o el padre, o Dios Padre. El gato -que según tengo entendido cumple un rol todavía más importante en la novela- es también un doble o reflejo negativo del atacante, la encarnación de su pulsión animal reprimida que es liberada mediante la violencia: es el llamado del gato lo que hace posible su intrusión, y de forma similar el gato ataca a su dueña en otra escena pero en la misma cocina. El crítico de cine Marcos Vieytes elaboró una teoría aún más arriesgada, y orientada hacia un lirismo surrealista, en su Diario Crítico Virtual XXXV: "Arriesgo una hipótesis poética de lectura: Elle es la fantasía erótica de un gato con su dueña. Puede que el nombre verdadero del bicho, porque los gatos tienen un nombre propio secreto y nos hacen creer que le dan bola al que les ponemos, sea Feuillade o Franju."
La violación en este caso no dará un hijo, esta apócrifa María ya parió a su Jesús, que resulta llamarse Vincent (Jonas Bloquet) y que no le hace honor a la cualidad vencedora de su nombre por más que lo intente, como ninguno de los hombres que habitan la película podrán dominar ni sobre Michèle ni sobre las restantes mujeres, y hasta me atrevo a decir que ni sobre ellos mismos. Vincent, este Jesús sin carne ni pasión ni épica, va a ser el que, por obra y gracia de la creencia -que es una forma de aceptar el engaño- conciba un hijo que hasta le viene de otro color.
Pero como decía, la violación en este caso no dará un hijo. El milagro en la película no es la inmaculada concepción sino el despertar a la propia perversión. Inmediatamente luego de ser violada, Michèle se reincorpora (como lo hace siempre, todo el tiempo) y se da un baño de inmersión con espuma. Espuma sobre la que se dibuja un corazón de sangre que brota desde su entrepierna.
GRRRL. Mucho se habla de la perversión del personaje de Isabelle Huppert -al que los antecedentes cinematográficos de la actriz refuerzan-, yo misma acabo de hacerlo en el párrafo anterior, también de la dificultad que puede encontrar el espectador a la hora de identificarse con ella, de su forma de controlar, dominar y, literalmente, jugar con los demás, pero poco se habla de la manera en que este juego pone en evidencia las perversiones sociales e institucionales, la hipocresía generalizada, la falsedad que atraviesa a todas las relaciones, privadas y públicas. La cuestión debería ser menos la no victimización del personaje, o incluso el encuentro con su goce, que los motivos para nada carnales ni placenteros que motivan a su violador, quien tiene allí una meta, una tarea, una acción "necesaria" (las comillas responden a una cita textual de este personaje).
Cuando Michelle recuerda el ataque, la segunda de las tres veces que se nos presenta en pantalla, la vemos desayunando y leyendo un diario en el que claramente puede verse la palabra PUNK. Este, en apariencia, ínfimo detalle cobra un enorme sentido al descubrirse la identidad del atacante bastante más tarde, y que resulta ser su vecino, Patrick (Laurent Lafitte), un hombre joven, casado y católico practicante, como el padre de Michèle, hombre ya mayor que se encuentra cumpliendo condena tras haber masacrado a sus vecinos en un ataque de ira religiosa unos cuarenta años atrás. A todos sus vecinos incluyendo a las mascotas, únicas víctimas por las que la protagonista siente empatía. Tal vez la misma empatía que pueda llegar a sentir por Patrick, ese gato agazapado que no encuentra la paz.
"Católico practicante". Con estas palabras describen al padre, Georges Leblanc, cuando a través de la televisión regresa desde el pasado en el momento exacto en que lo más cercano a un espíritu santo que hay en esta película se estrella contra el ventanal de la cocina (mismo lugar de la violación, mismo ventanal que antes estuvo convenientemente abierto): un gorrión al que, aprovechando el golpe, el gato intenta comer, y Michèle, infructuosamente, salvar.
Verhoeven monta aquella frase sobre la imagen de una muñeca semi desnuda y manchada de sangre que pareciera replicar, como una miniatura infantil, la imagen de la violada protagonista. Operación formal que me recuerda a la de Marco Ferreri en L'Udienza cuando sobre una proyección que nos muestra al Papa monta la frase "maníaco sexual", enunciada por Ugo Tognazzi fuera de campo y que en realidad refiere al personaje principal (falsamente acusado).
Elle diatriba sobre el viejo orden católico en decadencia versus el mundo laico capitalista (y pseudo progresista) dominante, mientras que Michèle, en parte como alter ego femenino del director, se sitúa en un anarquismo que señala en ambos universos un machismo decadente, un ejercicio del poder violento y un discurso en extremo hipócrita. La imagen del Papa Francisco seguro tenga para nosotros, espectadores argentinos, una connotación que no debiera aplicarse a la película; para Verhoeven es simplemente la cara visible de una institución en evidente declive, pero además anverso (sí, anverso) de gran parte de la violencia que se suscita en pantalla. La restante será simplemente la expresión naturalmente violenta del ser humano y que, al contrario de la otra, puede llegar a ser festiva.
Entonces el punk. La palabra punk en el diario que lee Michèle y el tema Lust for Life, de Iggy Pop, sonando en las dos fiestas que la protagonista organiza (con fines distintos) a lo largo de la película, canción que ya había utilizado en su película holandesa Spetters (1980). Punk. Anarquista. Iconoclasta. Feminista. Como Patti Smith que desde la tapa de su disco debut Horses (1975) reivindicaba el lugar de la mujer en un universo eminentemente masculino como el punk-rock, en Elle el personaje de Huppert juega un rol similar dentro del universo de los video-juegos. No puedo extenderme demasiado sobre este tema ya que desconozco prácticamente todo lo que se relaciona al funcionamiento y dinámica interna de ese mercado, pero es evidente dentro de los márgenes del relato que, entre otras, hay cuestiones relacionadas a los géneros.
Rescato algunos detalles más: la exigencia de cierto realismo materialista por parte de Michèle a sus diseñadores y programadores a la hora de graficar la violencia (sobre todo sexual) del juego, y el componente medieval siempre presente en las películas de Verhoeven.
No future. Elle transcurre en Navidad aunque no es una película navideña, de más está decirlo. Pero su esencia anti-navideña excede la crítica a una práctica que de cristiana cada vez menos y de consumista cada vez más. El único nacimiento que hay en la película resulta ser el gag cómico por excelencia, la absoluta desacralización del imaginario idealizado de la concepción, además de la irónica manifestación de un antinatalismo que no sólo se atañe a este evento particular de la historia. Luego de violarla, Patrick se limpia la bragueta con un pedazo de tela negra que arroja con desprecio hacia un costado; Michèle hace algo similar con un pañuelo descartable blanco que usa para limpiarse la mano con la que se masturba mientras espía a Patrick descargar las piezas del pesebre gigante que está armando, pañuelo que arroja a un cesto de basura (como si de otro de sus juegos se tratase), mismo elemento sobre el que, en otra escena, le hace la paja a su amante Robert (Christian Berkel).
En el libro mencionado en el primer párrafo, Jesús de Nazaret, Verhoeven cuenta que su gran crisis religiosa tuvo lugar cuando, a mediados de los años sesenta, su novia quedó embarazada por la rotura de un profiláctico, lo que suponía, para ambos, un gran problema. No fueron los rezos ni la fe lo que los salvó del entuerto, fue lisa y llanamente la decisión de abortar: "...Ni magos, ni medicina sobrenatural, ni esas horribles agujas de tejer. Simplemente, un Hospital. La solución no fue rezar, sino hacer algo uno mismo, y eso de a poco me trajo de vuelta a la realidad".