Que oigan juguetes perdidos los abusadores y funcionarios
Por Manuel Izraelson
Fotografía: Ailén Montañez
Cada hombre, como espectador del horror (de lejos o de cerca), ajeno o más comprometido con lucha contra la violencia de género, se ha sentido interpelado los últimos días y especialmente durante el funeral de Micaela García. Cuando surgieron las primeras imágenes de la televisación del último adiós a la compañera fueron difíciles de digerir. Desde el hallazgo de su cuerpo sus padres parecían de otro planeta, demostrando tanta entereza y agradecimiento a quienes difundieron y colaboraron con el caso. Esa fortaleza surge por la misma razón que se difundió la lucha durante el antes, durante y después de su funeral: porque sus padres interpretaron que la mejor manera de homenajear a Micaela era la de continuar con su lucha solidaria, su militancia. En una sociedad mediatizada, donde los medios condenan y estigmatizan víctimas, se cura de la misma manera que se enferma. El acompañamiento de los amigos, amigas y la militancia, que colmó el gimnasio donde se veló a Micaela, expresó públicamente la relación entre la organización que acompañaba su lucha y la fortaleza de sus padres.
Claro que la militancia política no es la única que trabaja o trabajó por la problemática. Son muchos los colectivos y los niveles de organización que se involucraron. Algunos son partidarios y otros no, pero el motor es el mismo. Se puede afirmar algo; que sin un proyecto político que solucione la problemática no se pueden cobijar todas esas voluntades ni materializar esos deseos. De ahí el valor de la organización política partidaria, de la que tanto reniega el gobierno actual. El padre de Micaela fue claro en su expresión: “No quiero venganza, no quiero justicia por mano propia y no quiero que el Estado crea que tenga que salir a reprimir por esto. Hay que cambiar el sistema institucional, no reprimir”. El oportunismo represivo huele la sangre de la herida.
La compostura de su madre, aferrada a la lucha militante de Micaela y a los deseos de su padre la indujeron a pedirle al Indio Solari, quien llamó al velatorio, que cante una canción durante el homenaje. Lejos de quebrarse y simplemente agradecer por su llamado, además le pidió que haga algo más por ella. Porque para transformar la realidad no alcanza con hacer algo, hay que hacer algo todo el tiempo. Ellas no vuelven y esa realidad no se puede transformar. Lo que interpretaron los padres de Micaela es que pueden transformar la realidad del resto de las mujeres, encontrar la solución que buscaba su hija y sus compañeros, compañeras, que asistieron a su funeral.
La aparición del artista de rock más convocante del país, luego de la condena mediática que sufrió por su último recital en Olavarría, no es nada al lado del dolor que provoca la desaparición de Micaela pero expresa mucho. Que sepan los abusadores y los funcionarios del gobierno; que los padres, amigos, las organizaciones sociales y los artistas que mueven a las masas (aunque se vean obligados a ocultarse), los van a condenar si la violencia de género sigue existiendo en nuestra sociedad. Que todos ellos oigan los juguetes perdidos que van dejando a su andar y, por sobre todo, que los escuchen antes de actuar.