¿Depresión por cobardía? ¿Se deprime quien renuncia?
Por Santiago Gómez
Desde Florianópolis
No habían pasado dos meses de los espasmos de Galerita en el balcón de la Rosada cuando una compañera me pidió que escriba, como psicólogo, un artículo sobre la depresión porque echaron del trabajo a una amiga suya que intentó suicidarse. Le pregunté si pondría un psiquiatra de Ministro de Trabajo y dije lo obvio, que lo que esa compañera necesitaba era trabajar. La empezó a pasar muy mal, por lo que también la empezaron a pasar muy mal en su casa, impactó en el trabajo del marido, los pibes iban a la escuela con la cabeza en la casa, la maestra los empezó a retar porque estaban en cualquiera, después empezaron con que tenían problemas de atención, los derivaron al gabinete psicopedagógico y por suerte zafaron de que los mediquen con Ritalina. Al marido un compañero de trabajo le dijo que la obra social tenía guardia psiquiátrica, que si un día la veía muy mal llamase. El tipo lo hizo. A la mujer no le gustó tres carajos. Ella decía, con razón, “no estoy loca”, simplemente estaba de los nervios por no poder asegurar el futuro de los hijos. La médica que fue a su domicilio, sin ser psiquiatra, le recetó psicofármacos. Le indicó que empezara terapia. Ella se resiste a ir. Si pasa años sin conseguir trabajo y la siguen visitando médicos, que a nadie sorprenda que digan que el problema es que no tiene “consciencia de la enfermedad”.
Hace pocos días entrevistaron a un compañero psicoanalista, del cual aprendí mucho, y le consultaron si el neoliberalismo produce patologías propias. Él respondió como un médico, dijo que la depresión se extiende como una epidemia. Señaló que se la puede ver desde una cuestión patológica, pero también desde una dimensión ética, como efecto de una decisión: se deprime quien renuncia, se deprime por cobardía, fueron las dos ideas que colocó, argumentando con Lacan. Él se ocupó de señalar que no les diría cobardes a los deprimidos, así como destacó que atrás de una depresión hay una renuncia, que se deprime quien renuncia a seguir intentando, quien no hace lo que tiene que hacer para alcanzar lo que desea. El razonamiento básico detrás de eso sería: si soñás con ganar la lotería, jugale. Es decir, se trataría de una decisión, de voluntad. De qué hace uno para que las cosas sucedan. Se hizo famosa la pregunta de Freud “¿Qué tiene usted que ver con lo que le pasa?”. Podríamos extenderla y preguntarnos ¿Qué tiene que ver la compañera echada con la decisión del gobierno?
Seguramente el compañero psicoanalista coincidirá en que nada tuvo que ver ella al respecto, la situación me recuerda a otro compañero psicoanalista, uno de mis primeros maestros, Carlos Paola, que nos decía “uno no elige quién le viene a golpear la puerta pero tiene la opción de ver qué hace con eso real que sucedió”. Acá llegamos al punto de la cuestión que es la elección. ¿Quien se deprime renuncia? ¿La depresión es por cobardía? ¿Alcanza con la fuerza de voluntad para hacerle frente a las fuerzas sociales que condicionan nuestra vida cotidiana? Es preciso reconocer que las personas elegimos pero no imprimimos las cartas del mazo.
Sin entrar en la discusión del voluntarismo, reconozcamos que las personas elegimos dentro de algunas opciones, pero elegimos, y esas opciones están determinadas por los lugares en los que estamos. Las opciones que encontrás en la esquina de Alvear y Quintana no son las mismas que en la Villa 31. Pero aún en la 31, los hay que le encaran a empujar el carro y otros pocos que prefieren apropiarse del esfuerzo ajeno. En Alvear y Quintana no hay duda entre estas dos opciones: eligen apropiarse del esfuerzo ajeno. Y es desde esa misma zona, la avenida Alvear, la avenida Santa Fe, desde donde se propagan y logran instalarse los himnos a la voluntad, los cantares de la autoayuda, la tragedia resiliente, los pochoclos a la Dalai Lama y repiten y piden que en sus radios y canales se repita: “yo cambié porque quise”, “depende de vos cómo te tomás las cosas”, “el mundo es como lo queremos ver”, “si querés conseguir las cosas te tenés que esforzar”. Que hay que esforzarse para cumplir objetivos, es verdad, pero causa gracia escuchar hablar de esfuerzos a los de pesada herencia, a los que tienen herencias pesadas sin haber hecho esfuerzo alguno.
A los y las psicoanalistas les repelen todas esas teorías, les duele hasta pronunciar la palabra autoayuda, pero en la base, ambas posiciones coinciden: dependería de la voluntad propia, de una decisión individual. ¿O renunciaría quién? ¿Se trataría de la cobardía de quién?
Es indiscutible el diferencial de la fuerza de voluntad. Pero la fuerza de voluntad es una fuerza más entre otras sobre las que busca imponerse. Tiene fuerza de voluntad el que consigue resistir la fuerza de las ganas y hace lo que cree que tiene que hacer. La fuerza de voluntad se mide contra una fuerza que juega en contra. Freud nos pensaba como campos de batallas, que adentro nuestro había fuerzas que se contraponían y cada uno de nosotros tenía que lidiar con ellas. Lacan optó por retirar la variable dinámica, consideraba que hablar en términos de fuerza era hacer oscurantismo. La lectura de Freud del padecimiento humano en términos de fuerza no puede pensarse sin tener en consideración que el creador del psicoanálisis escribía mientras en su continente se desarrollaba la primera gran guerra europea. Abundan en su obra tanto los términos militares como las metáforas de una batalla.
Por eso donde el compañero psicoanalista ve en lo que llaman “depresión” una rendición, una renuncia, por qué no pensar que se trata de una persona que fue vencida. ¿Explicar la depresión por la renuncia del sujeto o por el despido? Por otra parte ¿Darle entidad a todos esos diagnósticos de depresión que dan los profesionales de la medicina y por los cuales el compañero concluye que se trataría de una epidemia? Quien lea los informes de la Organización Mundial de la Salud podría coincidir con estas apreciaciones salvo que sepa cómo se elaboran los mismos y quiénes son las personas que acaban haciendo esos diagnósticos, porque dependiendo el médico va a ser la lectura que haga de la situación por la que está atravesando el paciente.
Por mi trabajo en salud tuve la posibilidad de participar de un encuentro del Programa Mais Médicos en la ciudad de Alegrete, cerca de Paso de los Libres. El ochenta por ciento de los médicos eran cubanos que compartieron el impacto que les provocó la medicalización de la vida cotidiana que ven en Brasil. “Para ustedes no hay tristeza, todo es depresión”, dijo un cubano en portugués y comentó que sus colegas brasileros le decían que no insista, que no iban a poder acabar con eso. Detrás de su intervención se paró una cubana y dijo “aunque nos digan que no se puede nosotros lo vamos a intentar igual, están medicando personas que lo único que necesitan es aliviar la carga hablando, contar que el hijo se fue y se sienten mal ahora que están todo el tiempo solas, sin nada para hacer. Eso es tristeza, duelo, como quieran llamarle, pero eso depresión no es”.
¿Qué es depresión entonces?
El manual de diagnóstico mentales con el que los médicos se manejan, conocido como DSM, no merece el respeto de quien preste real atención al padecimiento humano. Se trata de un libro que aumenta sus hojas a medida que los laboratorios lanzan un nuevo producto al mercado. Según este manual una depresión mayor estaría determinada por la presencia de al menos cinco “síntomas” durante al menos dos semanas o más de los siguientes nueve: 1) Humor deprimido la mayor parte del día, según el relato de la persona (Humor deprimido sería decir que la persona diga que está triste, se siente vacía, sin esperanzas); 2) Disminución del interés o placer en casi todas las actividades; 3) Baja de peso sin hacer dieta; 4) Insomnio o hipersomnio casi todos los días; 5) Agitación o retardo psicomotor (observado por otras personas, no solamente el relato subjetivo); 6) Fatiga o pérdida de energía; 7) Sentimientos de inutilidad o culpa excesiva o inapropiada; 8) Disminución de la capacidad de concentrarse o indecisión; 9) Pensamientos recurrentes de muerte.
Ahora que sabe sobre qué base se hace un diagnóstico de depresión mayor, dígame, querido lector, querida lectora, si aún sigue respetando tanto la palabra de los especialistas. ¿No se siente mal la mayor parte del día una persona despedida? ¿No pierde interés y placer en lo que hace quien ha sido despedido y tiene el día entero a su disposición pero la persona lo que quiere es trabajar, no le interesa hacer otra cosa? ¿Se duerme tranquilo cuando la guita no alcanza? ¿No agitan a madres y padres las demandas de sus hijos cuando no tienen recursos para satisfacerlas? ¿No pierde fuerzas una persona desempleada? ¿No se siente inútil el hombre que no trabaja o puede pensar qué habré hecho para que me echen? ¿No hay discusiones entre parejas, por dar un ejemplo, en que una persona le dice a la otra, después de ser despedida, “te dije que no confrontes”? ¿Es posible concentrarse y pensar tranquilo con familia a cargo y sin laburo?
Cuando baja la producción aumentan las depresiones. De hecho, el término depresión es tomado del vocabulario económico. Están ahí los datos para mostrar que “la epidemia de la depresión” llegó tras el avance del poder financiero. Es una cuestión física, un cuerpo quieto tiene menos fuerza. Sabemos que la actividad física estimula el movimiento, que es saludable estar activo. ¿A dónde se dirige una persona que no trabaja? ¿Qué tiene que estar haciendo? ¿Tiene derecho a cansarse? ¿Cuánto tiempo pasa hasta que deja de salir de la casa por la vergüenza que le produce decir que está desempleada? “¿Por qué la echaron?”, es una pregunta que suena por todos lados y a la que la mayoría de las veces se le responde con algo que habría hecho la persona despedida y no por los cambios en la correlación de fuerzas sociales. ¿Qué cambió? El Estado dejó de equilibrar la fuerza entre quienes venden y compran esfuerzo. Y una persona sola, contra esas fuerzas, es lógico que crea que no pueda vencerlas. Por eso a una persona despedida, que presenta algunos de esos “síntomas” a los que refiere el manual de diagnósticos mentales, es mejor sugerirle que milite, que participe, a que vaya a visitar a un profesional. La medicación no le va a solucionar el problema, la participación política la va a mantener activa y estimulada por personas que creen, que tienen esperanzas.
Creo que el tiempo que volvió a la Argentina, el que empieza cuando sacan el tabique del Estado, nos obliga a probar la solidez de las herramientas teóricas que se nos ofrecen de Europa para leer lo que sucede en América Latina. ¿Es un problema de salud mental la depresión? ¿Se soluciona con medicamentos? ¿Es consecuencia de una renuncia? El riesgo de responder desde la clínica cuando se trata de cuestiones sociales, políticas, es que el discurso clínico es sobre un paciente, se cuenta la historia desde una individualidad, una vida, y una vida no explica la historia, aunque la historia sí puede explicar lo que le pasó a una vida. Y considerando que vivimos en una sociedad individualista, en la que tiene fuerza la idea de que lo que nos pasa o deja de pasar depende de nosotros, y que, efectivamente, en las personas despedidas en situaciones de desempleo creciente habitan pensamientos culpógenos ¿Qué hice yo para que me echen?, no creo que sume hacer responsables a las personas que se deprimen de lo que les pasa, diciendo que lo que les pasa es por cobardía, por haber renunciado a seguir intentando.
Elegimos, sí. Es importante la fuerza de voluntad, también. Pero hay fuerzas más fuertes que las nuestras, fuerzas que se nos imponen, si esto no fuera así, el psicoanálisis no habría nacido. Entre 2005 y 2009 trabajé en una unidad sanitaria del conurbano bonaerens, donde tuve la honra de acompañar el proceso terapéutico de personas que llegaron derivadas por depresión y que tuvieron una mejoría sustancial y dejaron el tratamiento una vez que consiguieron empleo. Por otra parte, del lado de los que se posicionan en los medios como especialistas, es preciso tener conciencia de que la familia de una persona considerada deprimida puede meterle aún más presión a su padecimiento, diciendo que está así porque eligió estar así, por cobardía, porque renunció a seguir intentando, y que lo sabe porque se lo escuchó decir a un psicoanalista compañero.