Brasil: primero fueron los chistes
Por Marcelo Semer*
Primero fueron los chistes.
Ellos dijeron que la violación de una mujer fea era una bendición.
Nosotros no nos reímos, pero consideramos que mal gusto era una cuestión de educación.
Después, un libelo contra lo políticamente correcto, porque la libertad de agredir no podía tener límites.
La mujer dependiente, el nordestino bovino, el negro maldecido.
Nosotros vacilamos, porque, al fin de cuentas, dudamos de la capacidad del pensamiento de herir o de la religión de matar.
Vinieron los columnistas del insulto y nosotros los consideramos grotescos y parciales, pero les dimos audiencia a todos ellos.
Y entonces nos acostumbramos a que la presidenta la llamaban tapir y las manifestaciones, antros de drogadictos.
Ellos se sintieron a voluntad de decir que los derechos humanos eran nada más que una coartada para instalar una dictadura bolivariana.
Y mientras discutíamos los límites de la agresión verbal, racismo, machismo y homofobia hacían sus víctimas en las zanjas y los postes, en las aulas y en las celdas.
El país asistió impasible al elogio público a la memoria de un torturador.
Orgullosos, consideramos que nuestra democracia era más fuerte y en vez de condenar el discurso, pusimos al autor a las puertas de una candidatura presidencial.
Vinieron las corrientes de “uatsap” y asistimos casi impotentes el acompañamiento de mentiras y maldades de amigos que no queríamos perder.
Y con el tiempo se fueron transformando en “fake news” y hoy tenemos dificultad para saber qué es verdad en las redes, en las pantallas o mismo en las páginas de los diarios.
Nosotros veíamos las prisiones excesivas, las violencias del sistema y la humillación pública de los presos en programas vespertinos de TV. Y jamás nos sublevamos contra los excesos que eran tan o más dañinos que los acto de los cuales decían protegernos.
Y entonces vinieron las detenciones forzadas, las delaciones remuneradas, los procesos mediáticos y hasta consideramos que la distribución de las perversiones podía ser alguna manera un instrumento de igualdad.
No percibimos que paulatinamente los nuevos aparatos se dirigían aún con más fuerza hacia los sospechosos de siempre.
Ellos dijeron que el Estado grande permite la corrupción y la mala administración, el perjuicio y el costo para la inversión. Y la vida era más cara por causa de eso.
Y así permitimos que el mercado regule las relaciones de trabajo y que el pago de sueldos tuviese prioridad sobre la educación y la salud. Y la vida fue quedando aún más cara por causa de eso.
Nosotros asistimos al rebajamiento del debate, la política que se transformó en el aniquilamiento del otro, la banalización de la violencia, la creación de parias.
E hicimos una montaña de seminarios que discutían todos esos asuntos de la forma más crítica como nunca antes en este país.
Pero no conseguimos ni siquiera arañar el culto a la personalidad del hombre fuerte, la oda a la venganza, la eficiencia de la seguridad como cláusula magna.
Y entonces llegó el fascimo.
Podíamos hacer los chiste discriminatorios sin miedo, la política por la violencia como un método, el orden público mantenido por la mano dura. Derechos humano, estado laico, igualdad de género eran cuestiones con las cuales no necesitábamos preocuparnos más. Basta.
Y al final percibimos que no era tan diferente de todo lo que ya estaba ahí.
* Juez de San Pablo y miembro de la Asociación Jueces para la Democracia
Traducción: Santiago Gómez