Universidad Pública: el terror del macrismo
Por Branco Troiano
La Batalla Cultural encuentra en el mundo de las universidades públicas uno de sus enfrentamientos más significativos. Desde el 2003 al 2015 el gasto público en ese nivel educativo pasó del 0,90% del PBI al 1,32%, acompañado por un aumento del 85% de investigadores y becarios.
Sin embargo, bajo una mirada explícitamente economicista, desde Cambiemos ofrecen un paquete de soluciones a supuestos puntos débiles del actual sistema, que podrían calar hondo por su “apego al sentido común” (mecanismo típico de los lineamientos neoliberales), con el fin de recortar el financiamiento a gran parte de las 57 universidades nacionales del país.
“¿Qué es esto de hacer Universidades Públicas por todos lados? Basta de esta locura”, fueron palabras del actual Presidente de la Nación, en una conferencia dada en la UBA, mientras estaba acompañado por el entonces decano de la facultad de Económicas y ex funcionario de su gobierno, José Luis Giusti, quien renunciaría a sus cargos académicos por escándalos de corrupción y violencia de género contra su esposa. Todo nace desde una fijación de objetivos mercantilistas: la derecha pugna por un mundo en el que las personas no sean más que mercancías y, en el mejor de los casos, mercaderes. Y en esta fijación de objetivos mercantilistas es que se realza la figura de las universidades privadas por su “utilidad”. Para no caer en la educación pública, los sectores más reaccionarios hablan del pragmatismo de lo privado. El estudiante recibido sale a la calle con un saber bien específico, lineal e idóneo para desarrollarse en áreas ya conocidas de memoria por sus estudios. Ahora bien, lo que se obvia -gracias a un planeamiento eficiente y eficaz- en las universidades privadas es lo que en las públicas se supone como fundamental: la formación ciudadana, la conciencia de clase y la incesante búsqueda por forjar un profesional con intereses sociales que caminen por fuera de lo mercantil. Es en este arado de tierras fértiles para cultivar mediocridad que nace uno de los puntos fuertes a resaltar por el oficialismo para denostar y subestimar el progreso educativo en los años kirchneristas: la tasa de graduación. A pesar de que entre el 2001 y 2011 los egresos aumentaron en un 68%, los voceros del neoliberalismo insisten con que un 30% de egresos es un número bajo (porque sí, para ellos todo es un número). Retomando ese “apego al sentido común”, sumergir el 30% al mar discursivo de los Jorge Lanata o de los Nelson Castro provoca una concreta legitimación de la principal idea de Cambiemos: recortar el presupuesto.
Siguiendo una mirada humana y progresista, la graduación no es más que la mera frutilla del postre. Es la culminación de un proceso de aprendizaje, realización personal y, como mencioné anteriormente, formación de un profesional con conciencia de clase. Por el contrario, si optamos por deglutir el tema amparados en una visión neoliberal, la graduación pasa a ser lo primordial, es el todo, debido a que gracias a ella es que uno puede “servirle” a la sociedad. Es decir, a su sociedad; la sociedad del consumo enfermizo (que no hace más que propagar la insatisfacción crónica), la sociedad de la producción a prueba de explotación infantil y la sociedad arbitrada por los fondos buitres. Plantar el eje en la tasa de graduación hace peligrar los cimientos de la fibra íntima de la democratización universitaria: el libre acceso. El acceso irrestricto, por cuestiones obvias, tiende a bajar el nivel de graduación. Por este motivo es que quieren imponer exámenes de ingreso para que sólo las personas que hayan adquirido previamente las herramientas necesarias para afrontar la dificultad universitaria puedan comenzar a estudiar (en una decisión que cuadra con sus lógicas de “inclusión”). Sí, ni siquiera dejarán co-men-zar a una gran cantidad de esperanzados.
Otro de los aspectos a tener en cuenta (que no te van a contar los medios hegemónicos) en el análisis de la tasa de graduación es la situación en la que se encuentran los estudiantes, ya que un juicio carece de sustento si no está enmarcado en el contexto. Dicha aclaración apunta a que para dar con una conclusión certera del tema hay que saber cómo son las condiciones de vida y de trabajo de los estudiantes.
En Argentina, cerca de la mitad de ellos está trabajando o buscando trabajo, con el agregado de que el 20% son padres de familia. Estos porcentajes no se dan en países con alta tasa de graduación (países que suele utilizar como espejo el discurso neoliberal para legitimar sus ideas).
A fin de cuentas, es evidente su terror al alumnado público, sufren por el incremento de estudiantes en las aulas de las universidades. Y tienen una razón más que justificada: allí, el único aire que se respira es el propicio para crear una sociedad que -con instrucción y conciencia crítica- sea capaz de atentar contra sus proyectos… o directamente destruirlos.