¡A c… que se acaba el mundo!
Por Daniel Mundo*
¡Coger! ¡Hay que coger! ¡A coger que se acaba el mundo! ¿Será verdad?
El otro día, en el cumple de 50 de una amiga, una mujer madura en pleno poder de su razón (no como yo, que ya había ingerido el suficiente whisky como para no saber bien para qué lado rumbear) dijo, muy suelta de cuerpo, que ella iba a coger hasta los 90 años. ¡Guau! Me asaltó un pensamiento automático: ¡Pobre, cuánto esfuerzo al pedo!
Al mediodía del otro día, en plena resaca (a mí me encantan las resacas, creo que es lo que más me gusta de la borrachera), al otro día o al día siguiente, no me acuerdo, me vino a la mente esa idea de Despentes que abre la "Teoría King Kong" en la que dice algo así como que hay gente que sabe que nunca fue deseada y que posiblemente nunca lo sea. Es triste, es horrible, pero es cierto: hay personas no deseables dentro de los marcos de lo que es deseable en este capitalismo de mierda. Pero de ahí a forzar la imaginación de los concurrentes de una fiesta casi familiar hay un trecho. Debajo de todo este deseo vociferado a los gritos desesperados se distinguen susurros que no salen a la superficie, silencios hípersignificativos, en fin: miedos.
Una amiga cismujer asegura que los hombres lo único que quieren es coger. Te invitan un café y el resultado de la charla tiene que ser coger. Digamos: Tinder y sus precursores. Puede ser que sea así, no lo sé. Hay otros hombres que no quieren ser hombres si ser heterhombres implica tener la pija parada o meterla como sea en cualquier lado. El problema –como bien sabía la pobre de P. (B.) Preciado— no es que se te pare, el problema es mantenerla erecta.
Esto sí lo escuché de los labios de los propios hombres, hombres casados, hombres maduros como yo: me quiero separar porque mi mujer nunca tiene ganas de coger. La fantasía que recorre la psique de estos hombres es que si no estarían con su mujer, estarían cogiendo a troche y moche sin parar (respaldados con el Viagra, tal vez, pero en la fantasía no aparece ni el suplemento químico ni el preservativo: ¡volvemos a tener 20 años!).
Cuando se separan, no sólo no se la pasan cogiendo a troche y moche sino que la soledad se les hace un espacio que no conocen y un tiempo que les da terror, igual que cuando eran chicos y no querían ir al baño solitos. Pasa. Muchos se guardan su orgullo entre las piernas y vuelven a su hogar, sweet home. ¡Bien por ellos!
La otra vez leía en una revista de psicología que según una investigación de no sé qué Universidad Nacional la concurrencia a los servicios sexuales de una profesional vienen incrementándose lenta pero sostenidamente desde hace diez años. Las prostitutas entrevistadas contestaron muchas preguntas, pero el corolario general sería éste: los hombres no quieren coger, quieren que los quieras. ¡La masculinidad al palo! Es inverosímil, y sin embargo, no sé cómo, es creíble. No quieren en realidad que su mujer los coja todo el tiempo, quieren que les preseten un poco de atención. Narcisismo elemental. Madre y puta. Femme fatal y sirvienta. La mujer, mientras tanto, trabaja como una hija de puta y cuando vuelve a casa tiene que ponerle onda a su crío. Capitalismo acelerado, queridxxxs.
ÚItima reflexión por hoy: Tinder pareciera a venir a subsanar toda esta sobrexigencia que pesa sobre el pitito del hombre y las hormonas femeninas. La relación entre la tecnología y los deseos se parece al famoso chiste del huevo y la gallina: qué viene primero. Con Tinder se pone en evidencia que los seres humanos somos capaces realmente de luchar como locos por una libertad que termina siendo idéntica a nuestra esclavitud.
* Docente de UBA, el autor se define como "pornólogo"