"Los Productores del capitalismo financiero", otra remake
Por Andrés García
-En circunstancias apropiadas un productor podría hacer más dinero con un fracaso que con un éxito, le dice casi sin darse cuenta Leo Bloom, el contador, al fracasado productor teatral Max Bialystock. -Usted puede pedir a los inversores un millón de dólares, gastar cien mil, y guardarse el resto-.
En este ínfimo diálogo de la grandiosa comedia musical de Mel Brooks, The Producers, está concentrada, como un elefante en un dedal, una idea poderosa. Fijémonos sino en los ingredientes de la trama: la primera tarea de los nuevos socios es encontrar la peor obra teatral jamás escrita que garantice un fracaso la misma noche del estreno. La obra elegida es “Primavera para Hitler”, un auténtico despropósito, una oda al Führer firmada por un trastornado autor neonazi. Lo segundo es contratar al más fracasado director teatral que pueda haber y un elenco de malísimos actores. Con los derechos de la peor obra jamás escrita y un contrato firmado por el director más desastroso de Broadway, Max y Leo regresan triunfantes a su oficina. El último paso es conseguir dos millones de dólares de los inversores y Max lo logra fácilmente seduciendo a todas las ancianitas adineradas de Nueva York.
La trama es tan poderosa que no sólo es la acción de la obra, sino que es la idea que mueve el mundo financiero hace muchísimos años: Las fortunas se hacen con grandes fracasos. “La guita no la hizo laburando”, solemos decir de cualquier millonario. Y sí, es así. No sabemos si la verdadera intención de Mel Brooks fue hacer una simple y disparatada comedia musical o una crítica del capitalismo financiero. Quizás sea una mezcla de las dos cosas.
¿No les recuerda algo esta comedia musical? ¿No les resulta familiar esta disparatada trama?
Bueno, usemos el mismo argumento como una alegoría de nuestro propio presente de la siguiente manera: los argentinos estamos asistiendo a la peor obra teatral jamás escrita, y sabemos que es un fracaso rotundo porque ya vimos varias obras parecidas. No tendríamos ningún problema en titularla “Primavera para Hitler”, porque sabemos que está pergeñada por una banda trastornada de autores neonazis. Está de más decir que para llevarla a cabo contrataron al peor y más desastroso director que podía haber en nuestros pagos, el más inepto y venal, junto al peor elenco de actores de los últimos 50 años. Con este combo explosivo salieron a buscar inversores, ancianitas adineradas de la banca offshore, que fueron seducidas fácilmente, porque el negocio era redondo y con cero riesgos.
Hasta donde sabemos el fracaso fue un éxito. En estos últimos 80 días se robaron más de 10 mil millones de dólares de las reservas, más otros 19 mil millones que habrá que pagar en intereses de Lebacs, más el desembarco del FMI, que trocará robo por deuda, ajuste mediante. Lo que para unos es el fracaso y la miseria, para unos pocos es el éxito y la fortuna fácil.
Bueno, parece que la trama funciona. Mel Brooks es un genio. Pero lamentablemente esto no es una comedia musical, estamos hablando del presente y el futuro de los argentinos. No hay dudas de que esta patética obra tendrá un final trágico, trágico para las mayorías, y un éxito megamillonario para una minoría de élite. No hay dudas de que se repartirán las inversiones que nunca se invirtieron y nos dejaran las deudas que nunca se terminarán de pagar. No hay dudas, nadie irá preso. El sistema funciona impunidad mediante.
Sin embargo hay algo muy curioso y más difícil de explicar: ¿Cómo es posible que el público siga pagando la entrada a un espectáculo que es un fracaso asegurado de antemano, la peor obra jamás montada, que a su vez es una burda adaptación de otros fracasos? Una obra macabra, con un poder de daño tremendo, en donde una vez que caiga el telón no se oirán aplausos ni risas, ni siquiera habrá actores ni directores ni guionistas que salgan a dar la cara ante tremendo fraude. Desde este punto de vista parece que la culpa, o parte de la responsabilidad, es del espectador que pagó la entrada, a sabiendas de del fracaso que iba a presenciar.
¿Tenemos los gobiernos que nos merecemos o somos víctimas de una ingeniería político-marketinera-financiera que se reinventa constantemente y nos mantiene entretenidos en un “museo de grandes novedades”?
Quién sabe. A lo mejor ya sea hora de dejar de ser espectadores para tomar el rol protagónico, junto a dramaturgos, actores y directores con sensibilidad social y conciencia de clase. Una obra maestra en donde los villanos tendrán su merecido, y los postergados y marginales de antaño podrán aplaudir de pie al caer el telón.