Leonardo Favio: padre y poeta
Por Leandro Suárez
Mi viejo se emociona con dos o tres cosas, no más, pero cuando las lágrimas se le desprenden como inevitables hojas que caen, él no lo esconde tímidamente bajo ningún apresurado tapiz. Sólo se tapa la boca tímidamente y suelta alguna frase que lo ayuda a procesar aquel sentir. Tal vez le sucede con algún recuerdo que le brota cuando escucha a Piero cantar: “Es un buen tipo mi viejo”, mirando las gloriosas jugadas del “Loco” René Houseman o quizás sea alguna canción de Leonardo Favio aquello que lo traslade a ese estado; en donde el tiempo para él se convierta en uno sólo y sus recuerdos le vuelvan como caricias del tiempo. En un instante donde la vida cobra su sentido último y final, donde puede observar al amor de cerca, sin intermediarios.
Mi viejo siempre me habló de Gatica: El mono, del mito de que Favio solo cantaba para ganar la plata que luego emplearía para sus películas, sobre Juan Moreira y Nazareno Cruz y el lobo. El cine, siempre el cine, aquel obturador de épocas, la voz profunda de Favio que narra historias que atraviesan y retratan la segunda mitad del siglo pasado, donde el país sufrió cambios sustanciales, culturales y políticos, luego del primer gobierno del General Perón. Los planos de un mirar (y admirar) el mundo que nacen de unos ojos marginales y románticos, ojos inquietos que mastican la realidad y saborean sus matices nostálgicos, agridulces. Ojos que despiden un amable aliento a libertad.
De chico no entendí de lo que mi viejo me hablaba. No me hallaba dentro de aquella ecuación, no había podido descifrar todavía el funcionamiento de esa sagrada conexión que hoy puedo vislumbrar: el cine, mi viejo, Favio, las canciones, yo y los pilares de una vida que nos demuestra continuamente que las cosas más reales son las imprescindibles.
Una poética gris que se derramaba sobre nosotros, tal vez un gris proveniente de aquel blanco y negro que tiñó sus primeros films, ese gris que a veces solía darle lugar a los colores de la primavera cuando sus vinilos inundaban las casas de toda Latinoamérica con sus baladas. Colores que también vivieron en su película más amada Soñar, Soñar. Los nocturnos violines que besaban las palabras dibujadas por una voz grave, voz que gritaba: “¿Cómo explicar que me duele hasta el aire que juega en tu pelo y tú andar?”. Y los versos hablados que imprimieron, en la memoria de miles, esos paisajes hoy lejanos. De amores, padeceres y sufrimientos.
Sandro era el rock ligero y seductor, Palito Ortega y “El club del Clan” el cancionero contagioso de la radio, Charly García la revolución, pero Favio era otra cosa, sus melodías solían bailar dentro de un adagio de armonías menores (de despliegues mayores), melodías que enfrentaban a lo eterno con su voz paternal y abrigaban esos oídos algo entumecidos por el frio de los años rodeados por golpes de estado e inestabilidad económica. Y en esa danza preciosa: la poesía, siempre la poesía, aquel talismán invaluable con el que cortaba los hilos rígidos de una realidad dolorosa, poesía con la que ejercía su paternidad, alimentando a sus hijos, con palabras, con el aire que impulsaba sus anhelos de habitar algunos mundos aún inexistentes.
Es por eso que Favio es más que un referente artístico, más que una influencia plural que atropella amablemente nuestros días con un alud de estímulos hermosos; Leonardo Favio es el Padre Poeta que dedica su vida entera a construir una herencia divina que nos ayude a amar lo que nos rodea. Y es en esa encomienda sagrada que ha emprendido donde vemos cómo su espíritu ha trascendido los órdenes del tiempo y del espacio.
Fue hace poco que descubrí la grabación de un poema en donde esto queda magníficamente manifestado, la poesía del padre al hijo, del hijo al padre, el momento preciso en donde el padre y el hijo se funden en versos, se funden en un amar en el que veo la razón de mi segundo nombre “Nicolás”. Nuestro nombre recíproco. Lo imagino a mi viejo pronunciando estas palabras, con los ojos húmedos, observando al amor de cerca, sin intermediarios:
Poema para mi hijo Nicolás (Leonardo Favio)
En la tierra del patio construí mil caminos.
Ríos, montes, quebradas para poder jugar
perdóname si no hice con mis manos tu cuna.
Tuve celos mi niño quise ser uno más....
que jugaras conmigo a mil cosas
distintas que la misma ternura
repartiera a mamá
Perdóname si no hice con mis
manos mi cuna... sólo te di la vida
nada más, nada más.
Perdóname si a veces llego
un poco cansado y me duermo
en la parte que está el cuento mejor.
Cuando crezcas mi niño
sabrás cuánto te amo
y que llego cansado para
que duermas vos.