Chet Baker, quiso ser el mejor y no lo soportó
Por Martín Massad
“La belleza atrae a malvados más que a cualquier cosa”
Eso lo sabían Chet Baker y su trompeta. Una combinación deslumbrante entre el músico y su instrumento. Una relación extensiva del genio innato y su amplificación sonora que supo deslumbrar. La arquitectura perfecta sin notas sobrantes en melodías que combinan alegrías y depresiones en una sola canción.
Escuchar a Chet y adentrarse en su historia es una tarea fascinante que nos permite desear la vida que no tuvimos. Descifrar su intuición para improvisar es entrar en el laberinto de su vida atormentada por el recuerdo de un padre alcohólico y una madre obsesionada por él, cuando pequeño. Eso nos quedó de Chet, la semblanza de su recorrido errático sobre este mundo al movimiento de los pistones de su trompeta.
Y el vacío como lugar común de las preguntas de su existencia. Casi siempre completo de drogas y alcohol, casi nunca vacío. Solo ante la muerte, asomado desde la ventana del hotel de Amsterdam, incrustado en la calle, falto de música y la tragedia. Allí fue desconocido hasta que se supo de quién era su cuerpo. Antes había sido famoso.
Su pronta relación con la música se dio primero a través de un trombón, que al pequeño Chet le resultaba muy pesado. Después llegó la primera trompeta a temprana edad. Regalo de su padre. Sus condiciones naturales para la música lo colocaron rápido en las consideraciones del mismísimo Charlie Parker, quien adoptó a Chet para su banda. Deslumbraba por su forma de tocar y por su apariencia física. Había nacido el trompetista blanco de la costa este. Desconocido primero, admirado después y envidiado también. Toda su vida le estaba dada a merced de su ser: la música, pero el vacío…
Supo tocar y grabar como los mejores de su generación, admirado por Dizzy y amigo de este. Envidiado por Miles, que no soportaba los galardones recibidos por Chet. Mujeriego y adicto. Atraído por las notas y por la heroína, su vida pudo recibir todo lo que él quiso. Inquieto por verse bien se dejo ver muy mal, en su peor estado. Lejos de la música trabajando en una gasolinera y con su boca en recuperación. Nadie la había dicho que meterse en problemas los traería, ni que la venganza llega hasta donde más duele. Y así le rompieron los dientes, así dejó de tocar por mucho tiempo.
Chet sabía que volver a tocar era todo lo que le podía pasar. Lo demás era más parecido al infierno, encantador para él. Generoso con él siempre al límite como una nota larga, la más larga, la que le quemaba por dentro y de la que quería siempre más. Supo alejarse de todo pero nunca de la música, quiso volver a todo.
Hoy su historia se resume en un centenar de discos grabados. Infinidad de canciones de un tipo que por naturaleza fue músico. De un músico que no pudo ser otra cosa porque era ser todo. Un legado lleno de notas. Una improvisación con silencios y vacíos. Plena la vida, llena la muerte de uno de los mejores músicos que nos permitimos oír para evitar el salto al vacío.