¿Qué hay detrás de los barrios privados?
Por Branco Troiano
El nacimiento -para algunos- y la consolidación -para algunos otros- de los barrios privados en nuestro país trazan un nuevo panorama en el tejido social, uno que hasta el momento era visto de reojo, o ni siquiera. La brecha entre pobres y ricos, que se amplió en casi un 20% entre el primer trimestre del 2015 y el mismo período de este año, no solo siembra diferencias abismales en el consumo de bienes y servicios, sino que ahora redobla la apuesta en materia geográfica. Es sabido que todas las ciudades tienen lugar para sectores habitados con mayor o menor infraestructura que otros. Es sabido, también, que es prácticamente imposible que se efectúe cualquier tipo de contacto entre personas de sectores diametralmente opuestos. Ahora bien, esta escapatoria de las clases altas hacia complejos custodiados y cercados con paredones interminables y rejas eléctricas no tiene como única finalidad la separación total de las otras clases: hay algo más detrás de esta especie de migración interna.
A pesar de ciertas diferencias mínimas, bien propias del cambio de época y esa condición líquida de la que tanto habla Bauman, el rico se sigue presentando hacia el afuera –afuera afuera- como una persona sosegada, recta, con un ligerísimo sentido del humor y, claro, bien ceñida a lo que se entiende por deber moral. Una persona templada, de juicio y cordura inquebrantables. Si hay algo de lo que se siempre se han jactado para diferenciarse del resto es de sus formas a la hora de exteriorizar las emociones. Es ahí entonces donde entra en juego esa sobriedad ficticia, que no hace más que reprimir y autocensurar almas (y ridiculizarlas). Cursi es todo sentimiento que no se comparte, dijo Ramón Gómez, y luego profundizó Martín Kohan en Ojos Brujos: fábulas de amor en la cultura de masas, uno de sus libros de ensayos.
Entonces bien, ¿qué hay detrás de todo esto?
Basta con caminar dos o tres de las cuadras de alguno de todos los barrios cerrados para dar cuenta de una particularidad no menor. Y la pesquisa requerirá menos esfuerzo si se hace en verano (en ese sentido, cabe destacar que parte de la costa, la que apuesta gran parte de su oferta turística en verano, no está exenta del fenómeno. Mas bien todo lo contrario. La ciudad pionera fue Mar del Plata. Después se le fueron sumando Pinamar, Santa Clara del Mar, Necochea, San Clemente del Tuyú. En La Feliz, el barrio de mayor afianzamiento es Rumencó, el cual se empezó a edificar hace doce años y hoy cuenta con casi 800 lotes y viven más de 500 familias). Esta particularidad no menor (nótese la reiteración) salta a la vista y surge efecto invirtiendo la lógica del razonamiento: el orden es: imagen, conclusión, razonamiento, afirmación de la conclusión primera. El impacto es evidente: caminando dos o tres cuadras de un barrio privado en verano podemos ver, y sin que esto comprenda un delito, cómo es que las clases altas pasan sus ratos de ocio, cómo es también que viven, que comen. Podemos ver hasta cómo duermen. Y antes no lo sabíamos. No, no lo sabíamos, porque para saberlo tendríamos que haber trepado sus muros, sorteado las puntas afiladas de sus rejas, evitado el enredo con los alambrados eléctricos (todo esto solo en casos normales: hay mejores – peores-).
La imagen es un golpe difícil de asimilar. La imagen es generada, en primera instancia, por la arquitectura tipo: casas con edificaciones que sirve de sostén, y no para tapar; existencia de rejas solo en los casos en los que se quiera contener la huida de la mascota, y rejas bajas, y finas, y en rombo; amplios sectores vidriados, con vidrios que sirven de separadores, y no para ocultar; piletas a la vista, y bien llamativas, y con trampolines, y con inflables gigantes, algo estúpidos.
La imagen es generada, en segunda instancia, por ellos: ellos ahora ríen a carcajadas, se toquetean, se gritan, se quejan, se retan, se pelean, se duermen, toman mucho alcohol, se ponen en pedo, se ponen en pedo y hacen locuras, dejan cosas tiradas en el pasto, usan mucho el celular, suben fotos a las redes sociales, se sacan los mocos, se rascan el culo. Ahora lo hacen. Aunque, hay que ser sincero: en verdad, siempre lo hicieron, pero para nosotros es un fenómeno de ahora. Lo que sucede es que están entre los suyos, y, como pasó desde que el hombre es hombre, a los de arriba les gusta medirse entre ellos. Y ahora lo hacen sin ningún reparo, porque un poco más acá y un poco más allá habrá alguno de ellos. Sí o sí habrá alguno de ellos, de eso no tienen dudas.
En fin, el rico se ha despojado de las cadenas con que, por cuestiones de clase, había nacido. Hoy, el mundo es más feliz para ellos. Al menos más relajado; todavía más relajado (a sabiendas de su titánica tarea de arriesgar su capital para generar fuentes de trabajo).
Al final eran como nosotros. Nos podríamos haber llevado mucho mejor, ¿ven?
Habrá que estar eternamente agradecidos. Se trata de un fenómeno único que nos regala este maravilloso universo de los barrios privados. Ahora, ya no quedan dudas de que podremos vivir juntos y en paz. ¡Cómo no va a ser así, si hacemos lo mismo!