Al palo: las pistas de los abusos en las letras del rock argentino
Por Flor Codagnone
Cuando el rock surgió, a mediados de los 50 en Estados Unidos, lo hizo mezclando fuentes blancas y negras y, más aun, podríamos decir, cuerpos blancos y negros. Cuerpos heteropatriarcales blancos que, de pronto, se movían, consumían, se sexualizaban y presentaban al modo negro. Desde sus inicios, el rock marcó un modo de ser (una “máscara”, dice el sociólogo Paul Yonnet) profundamente masculina. Son las camperas de cuero, los jopos, las zapatillas, los “zapatos de gamuza azul” … Es el movimiento sexual de los varones estadounidenses en la pelvis de un solo hombre, Elvis, y, más tarde, de todos los varones del mundo, en el bailoteo de Jagger. Es, también, el rock, un modo de decir. Son esas primeras letras, cuyo signo machista se extiende hasta la actualidad: “Llevé a mi chica al otro lado de la vía / para que oyera a un tipo hacer aullar su saxo”, dice Chuck Berry en uno de los himnos fundadores del género. Escribieron Los Beatles: “Prefiero verte muerta, nenita / a que estés con otro hombre / […] / Más vale que corras por tu vida”. “Solía amarla, pero tuve que matarla”, canta Axl Rose décadas más tarde.
El machismo se nutre y da vida a las construcciones y a las prácticas del lenguaje. Inmersas e inmersos en ese uso (y abuso), a veces se nos escapan o los pasamos por alto. Sólo para mencionar un par de ejemplos, el actual presidente de Argentina en un discurso agradeció a su compañera llamándola “mi hechicera”. ¿Qué distancia hay entre las hechiceras y las brujas que ardían en la hoguera? ¿Sólo una cuestión de clase? Uno de los cantantes populares más reconocidos del país, el que dice que si te violan te relajes, canta: “Si te agarro con otro, te mato / te doy una paliza / y después me escapo”. Y sabemos ahora que otro ídolo popular, el que arengaba con un “para matarnos en un cuarto de hotel”, dejaba a su novia esposada durante horas, le cortaba los vestidos, la ninguneaba de modos horribles.
Desde que en el rock argentino se vienen sucediendo las denuncias por violación, abusos y pederastia también descubrimos, que, ¡oh, sorpresa!, los denunciados habían dado cuenta de tales prácticas en sus canciones. Cuando, en 2017, Santiago Aysine, cantante de Salta la Banca, fue denunciado por abuso, quiso defenderse acusando y mofándose de las víctimas y hasta jugó con “estupro, estuproblema”, en una cita directa a esa canción en la que Los Caballeros de la Quema decían: "nenita brava, / sé buena / […] / y hacé lo que no sepas / […] / olvídate de la ropa de mami / el guardapolvo… dejatelo”. El propio Aysine había escrito: “Y, aunque duela, es mi deber probarte así / donde índice y pulgar van a vivir. / Con saliva no hay culo que resista. / Si te molesta al principio, vos seguí”.
Sucedió igual con Cristian Aldana, de El Otro Yo, y con los integrantes de Onda Vaga, con canciones como “69” (“empiezo a escupirte, empiezo a / patearte mientras mi orín te moja”), “Lolita”, (No existe el abuso / Si fue Dios quien quiso) valen a modo de ejemplo. Cuando en 2016 Pity Álvarez fue denunciado ante la justicia por ejercer violencia contra dos mujeres, bastó con ir a su colección de letras: versos como “te voy a garchar”, “sos una perra” o “si ella igual no quiere hacerlo por atrás / vamos a empezar por adelante primero”.
En los ´90 –época en que hasta los funcionarios de gobierno usaban el eufemismo “relaciones carnales” para dar cuenta de la violencia y el sometimiento– Flema, la banda de Ricky Espinosa, le escribió a una nena, personaje de la serie televisiva Grande Pá: “Tengo en la cabeza y no me lo puedo sacar / de voltearme a la pendeja que trabaja en «¡Grande, pá!» / Ya tenés tetitas y el culito te creció / culpa tuya estoy al palo la puta que te parió / [...] / Angie, entregá / Quiero desvirgarte, reventarte de verdad”. Pensemos esta letra a la luz de las recientes denuncias del colectivo de actrices argentinas. Da escalofrío.
El cancionero del rock argentino está plagado de misoginia, lesbofobia, transfobia y homofobia. El propio Álvarez afirma: “Media tortilla me voy a morfar”, “Se le va parar el corazón / porque hace tiempo / que no prueba un varón. / […] / No van a tener hijos porque son dos nenas”. En “Voy a darte”, Los Violadores (menudo nombre) arremeten con una tradición que inició Gustavo Santaolalla, en los ´80, con “A través de ti”: “Cuando a ella la encontré, la entrepierna le toqué, / sentí un bulto muy extraño. / […] / Nunca quise estar así, encamándome con Luis...”. Los Calzones Rotos: “Travesti era su esposa / de la tanguita salía una espeluznante cosa”. Los Ratones Paranoicos: “Lo que quiero saber / es su nombre / desesperado por ver / si es un once. / Cuando se empieza a mover / si no es hombre me da igual”.
Cuesta encontrar letras que no denosten a la mujer, que no la conviertan en un mero objeto sexual (sí hay, incluso, una canción de Los Cafres que lleva ese título y que profundiza en el asunto). Aparecen directivas, frases como “¡te voy a garchar!”, “¡comete el pez!”, o “besame un huevo”. Casi nunca el sexo en las letras del rock argentino es un acto consentido, casi nunca es un acto en el que se tiene en cuenta a la otredad.
Si es cierto que los eventos del 19 y 20 de diciembre 2001 marcaron un nuevo modo de decir en el rock y que la tragedia de Cromañón también modificó la escena (y las letras) habrá que preguntarse qué traerá el movimiento de mujeres y la marea verde. Sin duda, algo. Las denuncias de violencia machista por parte de sus actores principales marcan un fuerte inicio. Para nosotras, ya no es todo igual, no nos da todo lo mismo (¿cómo se leen hoy “Me gusta ese tajo” y “La rubia tarada”?). Nosotras no nos callemos más.