¿Para qué elegir?
Por Enrique Martinez*
Foto Daniela Moran
La dirigencia política se encargó ya hace tiempo de distorsionar por completo el sentido de las PASO y el domingo 11 de agosto, en lugar de resolver las internas de cada partido, nos encontramos dirimiendo una previa de la elección presidencial y limitando las compulsas internas al nivel de unas cuantas intendencias. La democracia imperfecta en que vivimos definió que ese es nuestro mejor nivel de participación y allí está.
Sea.
Nada es aséptico, sin embargo. El resultado es que votamos para presidente, sin valor institucional, tres meses antes del comicio realmente válido. Esta vez los datos han sido tan traumáticos para la banda gobernante, que parecen haber decidido tirar todo por el aire y concentrarse solo en pensar su lugar de residencia futura, después del 10 de diciembre.
Vamos por partes.
El esfuerzo del peronismo por cerrar líneas y eliminar flancos, con Cristina Kirchner como tractora e innovadora central, acompañada por la vieja y la nueva guardia; los dirigentes sindicales de más peso; la mayoría de los gobernadores; hasta finalmente sumar a quienes han hecho inteligente uso del sello político sin historia que los valide, como Sergio Massa; dejó casi sin espacio a terceras variantes. El planteo terminó siendo rotundo: somos nosotros y nosotras (todos y todas) o la banda y sus seguidores, éstos esta vez sin un solo logro a defender, aglutinados exclusivamente por sus prejuicios anti populares, como sucede desde el origen de nuestra historia como país.
Los porcentajes de adhesión a una u otra opción son similares a los de otros momentos históricos análogos.
Lo que ha cambiado en este último medio siglo es la capacidad práctica de articular la voluntad electoral detrás de un proyecto económico y social.
El capitalismo se ha concentrado de manera muy importante y su rueda loca, el mundo financiero, ha adquirido una autonomía y una hegemonía sobre el resto del sistema, que le permite quitar estabilidad a cualquier sociedad, en cualquier momento. Tanto poder deriva en soberbia y en pretendida impunidad. Es sobre ella que un gobierno de financistas y CEOs de multinacionales consideró que podía inclinar el país hacia sus bolsillos validados por una exigua diferencia electoral de menos de 2%. Y lo hicieron.
Del otro lado, en el que llamamos campo popular, se puede alcanzar mayorías ciudadanas en las urnas, pero los gobiernos resultantes se deben mover en estructuras económicas y sus correlatos sociales, que han sido definidas, actuadas y condicionadas por el poder económico y financiero concentrado.
Un proyecto popular, en tal contexto, tiene dos caminos:
a) Aprovechar la fuerza del voto para frenar los embates, regular, hacer más equitativa la distribución del ingreso, a la vez que se evita los cimbronazos macroeconómicos.
b) Sumar a lo anterior un plan estratégico de modificación progresiva de las estructuras para reducir hasta eliminar la dependencia de la especulación financiera, de los intereses multinacionales, de la concentración comercial y productiva en el mercado interno y en la exportación.
El gobierno que conduce Mauricio Macri, si quedaran algunas dudas sobre cuál de las dos opciones recorrer, se encargó al día siguiente de las PASO de mostrar su voluntad de ser cancerbero de la vocación popular, por sí o a través de los fantasmas financieros de todo color. Es el poder financiero mismo quien deja en claro que bajo su hegemonía no se puede vivir. Es imprescindible e irremediable sacarlo de encima.
En esa senda que va más allá de la resistencia crispada a un poder que implícitamente se considera de fuerza superior a la propia, es necesario que la dirigencia política entienda que debe perfeccionar la democracia. Esto quiere decir, la debe hacer realmente participativa, para que la subjetividad acumulada de millones de protagonistas, sea cada vez más una fuerza inexpugnable.
No hay mejor manera de acercarse a ese objetivo que construir ámbitos de trabajo digno en todo rincón del país. Los planes de urbanización para acceso al lote propio; los cinturones de producción alimentaria local; las redes de generación de energía solar domiciliaria; el tratamiento de efluentes cloacales en pequeña escala; las obras públicas a cargo de las comunidades locales; son programas que deben ocupar más y más lugar en el calendario ejecutivo, en los 2000 municipios del país y que han de generar millones de trabajos útiles en corto y mediano plazo.
Sobre esa fortaleza se podrá ordenar el sistema financiero para que sea un servicio rentado y no un negocio que estruja nuestros bolsillos; se podrá negociar inversiones extranjeras que generen trabajo, pero no creen problemas de divisas; se podrá trabajar con los actores rurales un programa agroindustrial de integración real al mundo que no entre en conflicto con el mercado interno; se podrá integrar hacia adelante las cadenas de valor industriales y mineras que hoy están primarizadas o se podrá eliminar la gran cantidad de factores de dependencia tecnológica que hoy soporta nuestra industria pyme.
Desarrollo local integral; Desarrollo rural integrado a la Nación; Desarrollo industrial con autonomía nacional y capacidad de articular con el mundo.
Frases de verdad, sin verso, ni antagonismos innecesarios.
En tal caso, podremos estar seguros de habernos bajado de la calesita que nos hace depender periódicamente de la presión mezquina de los especuladores financieros. Basta verlos. Están en el gobierno y no contentos con habernos esquilmado, nos quieren psicopatear para que pidamos nosotros las cadenas alrededor de nuestro cuello.
El futuro gobierno popular tiene una responsabilidad agudizada respecto de escenarios anteriores. Ya no hay espacio para medias tintas. Ellos lo están mostrando. Ocupémonos.
*Instituto para la Producción Popular