Por qué Chile no es el modelo, por Ana Natalucci
Por Ana Natalucci*
Esta semana se desarrolló en ciudad de Santiago de Chile el Seminario Internacional “¿Hacia dónde va América del Sur?”, en la Universidad de los Lagos. Allí se reunieron un conjunto de especialistas de la región para evaluar los recientes cambios políticos en países como Bolivia, Ecuador, Brasil, Chile y Argentina. Una de las discusiones centrales fue sobre el “modelo chileno”. Su importancia radica no sólo por el proceso de movilización que tiene convulsionado al país desde hace 40 días sino porque las elites de la región han utilizado frecuentemente el caso de Chile como un ejemplo que deberían seguir el resto de los países.
En Argentina en particular, las relaciones entre Mauricio Macri y Sebastián Piñera, su par trasandino, han sido cercanas; de hecho, en julio pasado firmaron un acuerdo para profundizar las relaciones bilaterales. Pero algo ha cambiado, por lo que hay que preguntarse que significa que Chile sea un modelo para la región, ¿un modelo de qué y para qué?
Chile en pocas palabras
En pocas palabras, Chile es de los países donde más pregnancia ha tenido el neoliberalismo, desde los ochenta se ha configurado un sistema de mercantilización de la vida cotidiana, entre ellos de la educación, salud, seguridad y previsión social, vivienda. Paralelamente, las élites tienen una alta concentración política y económica. En el clásico libro “Chile actual. Anatomía de un mito” de Tomás Moulian, se señala que Chile ha combinado un modelo de economía libre, una democracia de baja intensidad con escasos espacios de deliberación y participación política ciudadana y una cultura política basada en el individualismo y lo adquisitivo más que en lo asociativo y lo expresivo. Todos estos rasgos han sido decisivos para la configuración de una estructura económico-social con una alta concentración de la riqueza y una brecha muy significativa en los ingresos. En este contexto, la desigualdad es uno de los principales temas en la agenda pública. Al respecto, el Informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) “DESIGUALES. Orígenes, cambios y desafíos de la brecha social en Chile” (2017) muestra como los chilenos tienen un alto malestar y una percepción de injusticia sobre su vida cotidiana. Al mismo tiempo, este sentimiento se incrementa por la alta evasión impositiva de las clases altas, ya favorecidas por un sistema muy regresivo. Por ello, se explica que la consigna “Evade” en relación al pago del metro cuente con tanta legitimidad. Si las elites evaden impuestos, nosotros evadimos el pago del transporte, una suerte de restitución de la idea de igualdad ante la ley. En este mismo, sentido debe entenderse la consigna “si no hay dignidad para el pueblo, no habrá paz para el rico” según las palabras del Dr. Juan Pablo Ferrero, de la Universidad de Bath.
El estallido
En este contexto, los 30 pesos de aumento en el boleto del el metro sólo fue el activador del proceso de movilización. Luego de la marcha del 18 de octubre, rápidamente los sectores movilizados construyeron una demanda en torno a “no son 30 pesos, son 30 años” en alusión a la transición democrática y consolidación del neoliberalismo. El conflicto ya lleva 40 días y no parece desactivarse pese al cambio de posición del gobierno nacional que pasó de decir que estaban en una guerra a aceptar a abrir un proceso de reforma constitucional.
La ex-plaza Italia, hoy plaza de la Dignidad es ocupada de modo permanente, y de la misma manera es reprimida. El olor y efectos nocivos de los gases lacrimógenos son comunes y los “guanacos” -esos vehículos militares que se usan para dispersar movilizaciones con chorros de agua combinados con soda caústica- lamentablemente también. Sin embargo, en esos lugares prima un carácter festivo, cierto sentimiento de gratificación al recuperar ese rasgo expresivo de la acción social, de acá estamos, que se perdió con el individualismo. Algunas notas de color: el tradicional cerro Santa Lucía ha sido rebautizado como Huelén, recuperando su nombre originario, marcando que la pérdida de ojos y la vista como un modo de tortura a los manifestantes. Han aparecido símbolos como el de “perro matapacos” , que es un canino que acompañaba las movilizaciones y se proponía atacar a la policía pero nunca a los manifestantes, debido a la crueldad en la represión y el repudio generalizado a las fuerzas policiales.
La movilización es profundamente política en el sentido que no tiene una única demanda corporativa, se trata de demandas heterogéneas que trascienden su mera administración. Asimismo, la movilización no sólo no tiene una conducción o liderazgo unificado, sino que hay grupos que han hecho de la protesta un fin en si mismo de acuerdo a la opinión del Dr. Franklin Ramírez de FLACSO Ecuador, una movilización netamente expresiva. Esto parece potenciarse con la incapacidad de los partidos y fuerzas políticas de encontrar canales de diálogo que logren representar la movilización.
Lo que se viene
En esta coyuntura, hay tres debates importantes. Primero, sobre la desigualdad. Frente a esta, los sectores moderados proponen la desmercantilización de la sociedad y los radicalizados su des-neoliberalización, es decir reconvertir los sistemas de capitalización individual en derechos, entre ellos el sistema de las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), con la consigna “No + AFP”, o el sistema de salud nucleado en Instituciones de Salud Previsional (ISAPRES). Segundo, la gravísima situación de derechos humanos que ha sido verificada por la ONG Human Rights Watch, que permitió fortalecer la demanda de las organizaciones de verdad, justicia y reparación. El tercer debate radica en torno a la nueva constitución respecto de tres posibilidades: a) un congreso constituyente, b) una convención constitucional y c) una asamblea constituyente. Los sectores más movilizados del Frente Amplio (FA) y de Unidad Social (US) se inclinaban por esta última opción. Sin embargo, el acuerdo de sectores moderados del FA y de US con la Concertación inclinaron la balanza a favor de la convención que era la máxima concesión a la que las elites están dispuestas. Aún queda mucho por discutir sobre este proceso, sobre todo respecto de cómo y quién elige y que representantes para la elaboración de la nueva carta magna, entre ellos cuotas o espacios reservados para pueblos originarios, paridad de género, etc. La lenta y conservadora reacción de las élites han sido decisivas para la perduración del conflicto.
Para el Dr. Juan Pablo Paredes, de la Universidad de los Lagos, el pronóstico es reservado en tanto no debería descartarse la salida autoritaria, por lo que se vuelve imprescindible que la política vuelva a estar a la altura de la calle, que busque mediaciones que permitan una salida democrática. Este dilema entre salida autoritaria o democrática está latente por unos proyectos de ley que envió del presidente a la Cámara Legislativa y la fractura de la Unión Demócrata Independiente (UDI), que había sido creada por Jaime Guzmán cercano a Augusto Pinochet, reclamando la militarización del conflicto y la garantía de impunidad para los agentes de las fuerzas represivas.
La discusión sobre la incompatibilidad entre el neoliberalismo y la democracia no es nuevo, tal vez ahora se haya vuelto más evidente. Conocer los efectos del neoliberalismo y la situación particular que atraviesa hoy Chile debería darnos herramientas para debatir porqué no sólo no es un modelo a seguir, sino porqué la salida neoliberal no es una opción para ninguna sociedad, en definitiva su condición de posibilidad es la posibilidad de vivir juntos.
* Investigadora CITRA (CONICET/UMET). Profesora FCS/UBA