“Hijo de hombre”: Instrucciones para romper la hegemonía latinoamericana
Por Milagros Carnevale.
La literatura latinoamericana es tan vasta y diversa como el continente. Sin embargo, está muy monopolizada desde el boom de los años 60 y 70. Julio Cortázar en nuestro país, Mario Vargas Llosa en Perú, Gabriel García Márquez en Colombia, Carlos Fuentes en México. Cualquier lector reconocerá estos nombres y será capaz de nombrar mínimo dos obras de cada uno de ellos. Parecería ser que la literatura en esta parte del mundo empezó con ellos. Lo cierto es que antes también había escritores (además de Borges) y sus obras formaron las bases de lo que es hoy el mundo literario sudamericano. Augusto Roa Bastos es uno de ellos. Nacido en Asunción, Paraguay, escribió desde temprana edad cuentos, novelas y obras de teatro. Sus dos mayores obras son Yo, el Supremo (1974) e Hijo de Hombre (1960 y 1982).
Paraguay no tiene una vasta tradición literaria. De hecho, no hay un referente paraguayo en el boom. Otra de las características de este país es que es el único sudamericano en el cual conviven dos lenguas: el castellano y el guaraní. En esta condición reside toda la potencial riqueza de su literatura. Hijo de hombre es una novela que se apoya en este vaivén lingüístico para contar a Paraguay desde principios del siglo XX hasta la Guerra del Chaco. En Hijo de Hombre se sientan las bases de procedimientos narrativos que luego halagaremos en los protagonistas del boom de los años 60, como por el ejemplo el magistral manejo no lineal de la espacialidad y la temporalidad con el que vanagloriamos a Mario Vargas Llosa en La casa verde.
Hijo de Hombre debería ser la novela latinoamericana por excelencia, o simplemente la novela por excelencia. Es una obra que se piensa todo el tiempo en movimiento: desde la primera versión en 1960 hasta la final en 1982 (abarca casualmente todo el boom), desde el ida y vuelta entre el castellano y el guaraní, desde los hechos hasta el recuerdo de los hechos, desde una vida sin guerra hasta una vida con guerra. El eje organizador no es nada menos el eje organizador de la vida misma: el contrapunto entre escritura y oralidad.
La vida paraguaya dividida en dos: por un lado la oral, que representa la vida social, la cotidianeidad, las historias con h minúscula, la memoria, el divague, la subjetividad, correspondiente al guaraní. Por otro lado la escrita, que representa la vida administrativa la escuela, la Historia con H mayúcula, los acontecimientos “tal y como fueron” (quien lea Hijo de Hombre se dará cuenta de que en realidad eso no existe), correspondiente al castellano. El soporte libro, que implica sí o sí escritura, es simplemente un medio para el desarrollo de la oralidad que al fin y al cabo lo construye.
¿Qué significa que haya dos versiones de la novela tan alejadas en el tiempo? Puede interpretarse como un desafío a la duración y legitimidad de lo escrito. Es llevar a la escritura a jugar al patio de la oralidad. Como si Hijo de Hombre fuera una de esas canciones que nos enseñan de chicos, que acumulan en cada palabra mil palabras anteriores. Como si Hijo de Hombre fuera un romance que lleva de calle en calle un juglar de la Edad Media.
El trío Historia – historia – Memoria es quizás el que impulsa cualquier intento literario. Así como la literatura del boom se catapultó gracias a la Revolución Cubana y todo lo que ella desató, Hijo de Hombre también toma acontecimientos históricos para usar de materia prima, sólo que estos son menos hegemónicos: la Guerra de la Triple Alianza, la Guerra del Chaco, la Dictadura Perpetua. Logra una novela desnuda, angustiante y poderosa, protegida por los mitos y leyendas guaraníes frente a la vorágine de la Historia formal. Disponerse a leerla es disponerse a aceptar que además de la hegemonía europea lamentablemente también existe una hegemonía editorial latinoamericana. Leer Hijo de Hombre es también una experiencia religiosa en la que los muertos están más vivos que los vivos y la resurrección no sólo es posible, sino que es imperativa para que todo siga funcionando.
Una pequeña sinopsis que hace Sergio Ramírez en el prólogo de la edición de Eterna Cadencia: “Es entonces una novela sobre los efectos del poder en la gente común, y sobre cómo sus vidas son dislocadas por la exacerbación del amor patriótico, las levas, el abandono de sus poblados y sus campos, para convertirse en carne de cañón y ser obligados a un heroísmo inevitable.” Hijo de Hombre revela una parte de la Historia para muchos desconocida u olvidada. Sin embargo, la historia de la injusticia siempre es la misma. Porque la injusticia y la lucha por el poder son universales y tremendamente humanas. No tienen nacionalidad ni edad porque viven para siempre en nosotros y en los que vengan. Al final, todos somos hijos de hombres.