¿Estamos preparados para la educación a distancia?
Por Leandro Andrini
Soy docente en una comisión de una materia de matemática que se dicta (para siete carreras) en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata, con setena cursantes. Cuando las clases pasaron a receso, y luego la Argentina toda entró en cuarentena, ya llevábamos dos semanas de iniciado el curso presencial. La incerteza fue generalizada, a nivel país, y este curso no fue la excepción.
Si bien la materia tiene una coordinación centralizada, hay relativa libertad respecto metodología desplegada en el aula. La que elegimos con el grupo de trabajo está fuertemente anclada en la idea del aprendizaje como un proceso social de construcción del conocimiento mediado por el rol docente (esto implica, ante todo, trabajo en grupo), lo que desliga a la enseñanza de la mera clase magistral expositiva. Aquí una muerte (prematura), y un nacimiento (de apuro). Se esfumó el territorio de despliegue de los recursos didácticos, para dar surgimiento al de la virtualidad.
Teniendo casi nula experiencia en Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) –como recurso para la enseñanza virtual-, tuvimos que virar nuestra práctica hacia esas modalidades (lo cual implica un proceso de aprendizaje acelerado para todo el cuerpo docente).
Lo segundo, y quizá más importante, es entender que en la homogeneidad presencial se disimulaban procesos de desigualdad difíciles de detectar si no fueran por situaciones forzosas como esta. Esa desigualdad, en este caso, y en este curso particular, está dada por lo tecnológico. Es decir, cerca del 40 % no tiene o buena conectividad a internet o bien no cuenta con dispositivos que les permitan desarrollar con naturalidad un curso a distancia.
Lo supimos cuando todo parecía que debíamos reducir nuestro ejercicio docente a dar clases mediante la aplicación de moda: Zoom (ahí implementamos una encuesta enviada por correo electrónico que dio cuenta de la situación antes descripta). Más drástico es aun cuando parte de quienes se habían afianzado en la metodología y marcaban su predisposición a este tipo de trabajo grupal, obteniendo buenos resultados, escribían correos electrónicos con cierta desesperación o cierta angustia por no poder acceder al campus virtual (o disculparse por enviar las actividades de madrugada por ser el único momento de buena conectividad en 4G).
De nuevo surge otro derrumbe. En este caso, se desmorona la ilusión tecnocrática subrepticia en algunas afirmaciones, y la realidad da de lleno contra los deseos o contra las especulaciones.
De nuevo otro nacimiento ¿cómo crear redes que posibiliten la circulación de conocimientos sin que queden al margen quienes no poseen alguno de los recursos tecnológicos indefectiblemente asociados a las TICs? Nacen nuevas mediaciones y entendimientos, nuevos pactos comunicacionales que refuerzan el proceso enseñanza-aprendizaje.
En esta tensión (nerviosa o dialéctica) nos movilizamos en este tiempo, de cuerpos resguardados de otros cuerpos, parcialmente visualizados, virtualizados. Y el proceso enseñanza-aprendizaje no está indemne de la época, no puede ser una situación artificial marginada de toda la problemática que este aislamiento social preventivo obligatorio genera.