American son: el racismo institucional adaptado al cine
Por Diego Moneta
El 1 de noviembre de 2019, tras su paso por el Festival de Cine de Toronto, llegó a Netflix la película American son (hijo americano). Es una adaptación al cine de la obra de teatro homónima, estrenada en Broadway y escrita por Christopher Demos-Brown, quien se hizo cargo del guión del film. El elenco y la dirección también se repiten.
Trasladar una pieza del teatro al cine siempre es un desafío, y más para su director, Kenny Leon, quien retorna a la industria cinematográfica luego de 17 años. Coproducida por Netflix y Simpson Street, la trama pone en escena una de las incontables historias por las que es obligada a pasar la comunidad afroamericana en Estados Unidos.
El film comienza a las 3:00 de la madrugada en la sala de espera de una comisaría, en el sur de Florida. Kendra Ellis-Connor (Kerry Washington), profesora universitaria de psicología, reclama saber qué pasó con su hijo Jamal, quien se encuentra desaparecido. Paul Larkin (Jeremy Jordan), de poca experiencia, es el oficial de guardia, que se preocupa más por las preguntas burocráticas (y racistas) que por contener a la madre. Preguntas sobre la apariencia y las amistades de su hijo demuestran que el racismo está presente en la vida cotidiana de la dependencia policial. De hecho, cuando Kendra quiere tomar agua de un bebedero comprueba que todavía hay dos (uno para cada “raza”), lo que se mantiene como símbolo de la segregación racial que hay en el país.
Cuando llega Scott Connor (Steven Pasquale), ex marido y padre de Jamal, la predisposición de Larkin cambia completamente, ya que influye el hecho de que sea agente del FBI y, sobre todo, blanco. Ya no importa tanto el protocolo de esperar al superior John Stokes (Eugene Lee) para conocer los detalles, las respuestas a las mismas preguntas que había hecho Kendra van a ir apareciendo.
A partir de ese momento, la relación rota entre ambos envuelve la trama. Scott y Kendra discuten, mientras Larkin entra y sale de escena para brindar nueva información. El padre quiere que Jamal vaya a West Point para integrar las filas del ejército, pero la madre prefiere darle la libertad de explorar otras opciones. Las perspectivas de cada parte y las formas de ver la vida son muy distintas, lo que provoca fuertes divisiones, y parece ser la principal razón del divorcio.
Como se dijo, los cuatro intérpretes de la obra teatral se trasladan también al cine. Cada parte cumple muy bien su rol, pero sin dudas quien más destaca es Kendra, ya que vehiculiza los argumentos para explicar la vivencia en carne propia de la opresión racial. Washington se hizo conocida por su papel en El último rey de Escocia, pero destacó aún más gracias a Django sin cadenas y a la serie Scandal.
El punto débil de American son radica en el escaso aprovechamiento de los recursos que brinda el lenguaje cinematográfico. El relato transcurre en tiempo real y en un único escenario, con la misma lluvia constante de fondo. La actuación del elenco es eficaz pero no se consiguen introducir correctamente los breves flashbacks que dan información sobre lo que pasó con Jamal.
Se puede notar fácilmente cómo el carácter de teatro filmado envuelve todo el proyecto. La iluminación y los personajes contribuyen a generar la misma atmósfera, pero la diferencia teatral en la relación construida con el público no logra replicarse. Además, una hora y media para hablar sobre un racismo arraigado hace siglos es una apuesta muy arriesgada.
Otro de los aciertos es que Jamal no sea mostrado en ningún momento. La intención claramente es plantear al espectador que la historia puede haberle sucedido a cualquier joven afroamericano. Finalmente, American son deja un crudo anhelo asentado: el objetivo de vida no es que sean felices y persigan el “sueño americano”, lo importante es que puedan sobrevivir a la hostil realidad de la sociedad estadounidense.