Cine de reconstrucción: neorrealismo italiano
Por Inés Busquets | Ilustración: Matías De Brasi
Cada noche es la liberación. Se ven los reflejos
en el asfalto sobre las avenidas que se abren lustrosas al viento.
Cada raro transeúnte tiene una cara y tiene una historia.
(Trabajar cansa, Cesare Pavese)
La función del arte en las sociedades suele ser salvadora. En la vorágine de las reconstrucciones a veces olvidamos la importancia del arte como función social. Luego de un derrumbe, de una guerra, de las cenizas resurge simbólicamente un relato. Para Gilles Deleuze algunos conceptos filosóficos son especies de gritos del pensamiento, para el pueblo italiano después de la guerra el grito como texto tuvo forma de cine.
El neorrealismo italiano fue un movimiento de narrativa y de cine que surgió luego de la Segunda Guerra Mundial. Utilizó el recurso de mostrar la sociedad crudamente. De visibilizar lo que había quedado. Inclusive no solamente trabajando las temáticas como la pobreza, la soledad o la desigualdad sino también convocando a personas reales para actuar en sintonía con los lugares tal y como estaban.
Sin eufemismos, sin máscaras había un pueblo que se despertaba en la desolación, pero que se refugiaba en la esperanza. “Parece que jamás vaya a pasar este invierno,” dice el personaje de Pina a Francesco en Roma, ciudad abierta. “Ya vendrá la mejor primavera porque seremos libres,” le responde él.
Ese era el deseo cargado de un porvenir fructuoso que los directores de esta corriente transmitieron con claridad y absoluta sencillez.
Vidas nobles, personajes comunes, valores que subyacen todo el tiempo de humanismo, idealismo, utopía, espiritualidad por sobre los mandatos autoritarios, totalitaristas, materialistas.
Una vida feliz es una vida simple. Sin odio, sin lujos, sin ambiciones desmedidas que puedan hacerte cambiar el rumbo.
El amor, los vínculos, la niñez son la columna vertebral de estos personajes cálidos y conmovedores.
Roma, ciudad abierta (1945) abre el movimiento con la dirección de Roberto Rossellini. Una ciudad devastada que supo ser imperio se ve invadida por los nazis. Un pueblo que implora el fin de la guerra. En una casa confluyen personajes dispares, pero con características comunes de trabajo, de resistencia y ambiciones pequeñas, inmediatas de progreso y tranquilidad social. Conviven bajo el miedo y la amenaza de los nazis y fascistas.
Un cura protector que ayuda a la resistencia, la presencia de niños que juegan, entran y salen con la inocencia de no saberse inmersos en una guerra. Un amigo de la familia, Giorgio, militante perseguido por los nazis también se refugia en la casa y pide auxilio para salir de la ciudad.
Pina es madre soltera, está embarazada y se va a casar con Francesco; frente a esta expectativa, ese mismo día irrumpe un comando que les cambiaría la vida para siempre. Anna Magnani, Aldo Fabrizi Y Marcello Pagliero, se desenvuelven en un clima de tensión y drama.
Ladrón de bicicletas (1948), de Vittorio De Sica relata el vínculo entre un padre y su niño. Comienza con un accidente laboral donde le roban la bicicleta al padre, a partir de la pérdida de esta herramienta sustancial ocurrirán una serie de vicisitudes para encontrar al ladrón y asimismo recuperar el empleo. En este film exquisito la mirada infantil hacia la figura del padre marca una huella trascendental, una línea muy delgada desde donde se construye la moral. A veces equivocadamente. En las acciones de los padres: ¿Cuál es la diferencia entre el bien y el mal? Emotiva, por momentos desgarradora. La familia, la justicia, la mirada ajena, la desigualdad, la falta de trabajo emergen en una Roma triste y solitaria de posguerra. El niño Enzo Staiola interpreta a Bruno y Lamberto Maggiorani a Antonio, su padre.
Milagro en Milán (1951) dirigida por Vittorio De Sica, este film es un canto a la poesía. Es el amor cristalizado en un bebé que aparece en el jardín de una señora grande y que luego muere y ese niño crece sobrellevando las peripecias de falta de abrigo, vivienda y trabajo con una alegría inconmensurable. Fiel a los aprendizajes de su primera infancia. Con una delicadeza magistral muestra una parte de la sociedad marginal que sobrevive gracias a la hermosa manera de mirar el mundo, a la magia y a la convicción de que otra realidad puede ser posible. Una dosis de realismo mágico es el complemento distintivo en este film que desborda de empatía. Totó es Francesco Golisano que con sutileza muestra una realidad de injusticia social y la revierte con su espíritu solidario.
La Strada (1954) dirigida por Federico Fellini, relata la historia de una pareja errante: un artista callejero y su esposa quien lo acompaña y lo ayuda en el espectáculo. La decadencia y la soledad se imprimen como un sello en la vida cotidiana de Zampanó (Anthony Quinn) y Gelsomina (Giulietta Masina). La búsqueda, la desdicha, el circo con su impronta antagónica de ser triste y alegre a la vez.
La presencia del hombre como figura dominante, la mujer sumisa que pese a todo lo sigue eligiendo. El despertar por momentos, la desilusión, la fatalidad y la impermanencia en el mismo plano.
En ese marco irrumpen diálogos sobre el verdadero propósito de la vida: “Si hasta la piedra tiene un propósito.” O sobre el consumo: “Viajar para no aferrarse a las cosas materiales del mundo.” Mensajes que llegan desprevenidos dentro del clima de tragedia de la mano de personajes secundarios, pero que no pasan desapercibidos, impregnando la idea de oportunidad y de la decisión personal en el medio del caos.
Giulietta Masina y Anthony Quinn interpretan con belleza el desasosiego y la desolación.
El neorrealismo italiano surge como reacción a los cánones de un cine fascista que solo concretaba finales felices dentro de una Italia perfecta. Este movimiento llegó para dar testimonio, como denuncia, con la idea de exponer la realidad. De interpelar al espectador. Mostrando la vida misma, sin adornos, ni escenografía. La felicidad como una secuencia de momentos, que se traduce en situaciones genuinas y pasajeras, no como un estado permanente.
El contraste de clases sociales y los pares opuestos: el bien y el mal, la riqueza y la pobreza son elementos comunes en estas películas. Del mismo modo que la igualdad y la empatía. Como si de alguna manera el neorrealismo italiano nos hubiera venido a recordar la importancia de mirarnos, de reconocernos en los ojos de los demás.
En cuanto a la técnica y realización los componentes son la improvisación, lo espontáneo, la utilización de pocos recursos, los escenarios naturales, los exteriores desprovistos de utilería, la cámara en mano.
Un cine que desborda de sentimientos, de gestos, de expresiones acompañados por la potencia de la música compuesta para cada ocasión.
“No existe un pueblo sin relatos” dice Roland Barthes, en este caso sería un relato de reconstrucción. Una respuesta del arte, luego de la crisis. Una certeza de que pese a todo siempre está la posibilidad de resurgir.