La trampa de los envasadores del tiempo o vivir sólo cuesta vida
Por Pablo Melicchio | Ilustración: Matías De Brasi
Somos seres simbólicos, habitados por las palabras. Necesitamos de la historia, de los relatos, de las fechas y los calendarios. Despegamos de los antepasados animales y de nuestros hermanos y nuestras hermanas, los pueblos originarios, que se orientaban por el sol y la luna, para ser bichos de ciudad y hacer del mundo que era agreste, un planeta cercado por calles, veredas, ciudades y propiedades privadas; y para no perdernos diseñamos mapas y gps. Este salto implicó, entre miles de modificaciones, la necesidad del reloj que marque no solo la hora, el tiempo medido, sino el valor del tiempo. Entre el 31 de diciembre y el 1ro de enero no cambia nada, pero se teje la ilusión humana de un fin y de un principio. Otra de las tantas trampas que nos impuso el mercado, los envasadores del tiempo.
Atravesados por la cultura, podemos alienarnos a sus imposiciones o jugar con ellas, reversionar lo que nos pueda ser útil para crecer humanamente, para medir no el tiempo milimetrado sino nuestra implicancia subjetiva en el tiempo en que nos toca vivir. Salvo para "Funes el memorioso", el resto de los mortales recortamos lo vivido en un manojo de recuerdos, algunas imágenes y un par de fechas que son el material con el que construimos la ficción que somos cuando decimos:” Yo soy”. Porque la personalidad es, en definitiva, la interpretación de lo vivido.
El paso del tiempo no existe. Los seres vivos pasamos por un tiempo eterno que se va escurriendo por entre los dedos de nuestra finitud. No hay fin de año ni año nuevo. No tengo 51 años. Tampoco estoy escribiendo esto a las 8 de la mañana de un día miércoles. El 2020 será solo lo que recordemos por las experiencias vividas, los sucesos que nos marcaron. El 2020 será, en mi memoria falible, el coronavirus y los mil encierros, mi vieja internada y la muerte de Titi. Será el adiós del Diego y todos los recuerdos asociados a su magia. Será, digo, porque también inventamos eso que titulamos “el tiempo pasado”, que es el modo en el que empaquetamos lo vivido, el cúmulo de experiencias de cada presente que tuvimos. Y así acumulamos recuerdos, como fotografías que tienden a ponerse amarillas y que buscamos preservarlas porque es la forma de sabernos vivos, de que tenemos una historia, un camino recorrido. Pero no son las fechas ni el reloj lo que nos definen, sino lo que hacemos con el tiempo que se nos presta para trascurrir.
Abrazado al espejismo del calendario, pienso que merecemos vivir en un tiempo mejor. Me asomo al naciente 2021 como me levanto algunas mañanas, esperanzado, con la ilusión de recomenzar y vivir una vida más plena, en paz, con amor.