Novela: "No es un río", de Selva Almada
Por Boris Katunaric
“El que no flota aprende a nadar”
Acorazado Potemkin
Así como el famoso Ceci n'est pas une pipe de René Magritte, Selva Almada utiliza el recurso de titular su novela con una negación. Sin embargo No es un río no se refiere a la negación de lo evidente como representación sino a su singularidad, a lo que tiene de único. Un acercamiento a esta singularidad nos la da el poeta Miguel Gaya cuando afirma desde su Facebook que: “desde el título avisa que no es un río. Ni falta que hace. Esta novela es una isla. Se sabe que los ríos van de un lado a otro, son lineales, tienen un antes y un después, un desarrollo, y lo que es en un río, es una vez y nunca más”, esta afirmación heraclítea, si se me permite, va hacia el terreno de cierta singularidad pero, por otro lado, es el río lo que hace que esta isla sea una singularidad, el abrazo absoluto de las aguas hacia ese pedazo de tierra es la que le da a la isla su singularidad. Al contrario, podemos afirmar, como dice uno de sus personajes “No es un río. Es este río”. Estemos en una isla o no, el agua es desplazamiento y de esa manera la lectura de esta novela nos arrastra suavemente por personajes y lugares.
Al igual que en sus dos novelas anteriores el territoritorio de la narración es el conflicto: La religión en El viento que arrasa, la enemistad entre familias en Ladrilleros. Siempre la chispa de estos conflictos es una nimiedad, algo casi imperceptible. En No es un río es apenas un intercambio de miradas, una brisa que agrieta el espacio entre unos y otros (hablando siempre en términos de masculinidad). Hombres pescando en una isla es el territorio en el que se dan los acontecimientos y desplazamientos, hacia adelante y hacia atrás, en el relato. Dos hombres, Enero y el Negro junto a Tilo, hijo adolescente de Eusebio, el amigo muerto pescan una raya, le dan tres tiros para poder terminar de sacarla y nada más.
La naturaleza en la narrativa de Selva Almada es un territorio y un personaje a la vez: “Este hombre no es de este monte y el monte lo sabe. Pero lo deja. Que se meta, que se quede el tiempo que le lleve juntar leña. Después, el propio monte va a escupirlo, los brazos llenos de ramas, otra vez hacia la orilla”, y después: “Ya me voy, ya me voy, junto leña y me voy. Dice en voz alta”. La isla se comunica y respira con los personajes, se lleva buena parte del protagonismo y ordena y condiciona el espacio por donde se desplaza el relato.
Con una marcada muestra de la oralidad en los pueblos del interior, Selva Almada completa esta trilogía que deja huella en cada lectura y nuevas miradas a abordar sobre las problemáticas de las personas comunes, los conflictos cotidianos, las tragedias personales y los imaginarios particulares. Cómo los ríos singulares y singulares cada vez que nos topamos con uno, siempre distinto.