¡Buenas noches, América!: la televisión de Tinelli
Por Manuela Bares Peralta
Durante un año la televisión vivió sin Tinelli y se acostumbró a construirse sobre la emergencia de los hechos. La pandemia se convirtió en la urgencia televisada a través de noticieros en horario extendido y magazines que se multiplicaban y adueñaban de la programación de los canales de aire. También fue el revival de los programas de entretenimiento, una demanda que Telefe leyó mejor que el resto y que se tradujo en el fenómeno de Masterchef Celebrity, un formato importado con narrativa propia que conquistó a los televidentes.
Tinelli volvió, pero, a diferencia de otros años, con menos previa y expectativa. El formato era el mismo, el ritual también: un estudio atestado de gente, la cortina musical de Los Beatles acompañada de un ¡Buenas Noches América!, el pase de comedia con Suar y Codevilla, una galería de invitados especiales, el silencio ensayado, el chiste coreografiado, un Bailando remasterizado; pero el rating cambió.
Durante décadas Tinelli fue amo y señor del primetime por su capacidad de reciclarse a sí mismo, de leer el termómetro social, de olfatear el encendido, de hacer televisión en vivo. Alargar los segmentos, administrar las emociones, empujar la polémica. El tipo que hacía explotar el rating en Telefe, Canal 9 o El Trece, el que recreaba formatos y los ridiculizaba, el dueño del escenario donde los políticos querían cerrar sus campañas, el que podía inflar a un personaje o dejarlo fuera de la cancha.
Videomatch devino en Showmatch para dejar de ser una marca: el formato ya no importaba, podía ser casi cualquier cosa. La marca era Tinelli, durante décadas, él fue el factor diferencial de su propio producto, no importaban los invitados o el contenido del programa, todo se reducía a su ritmo.
La ausencia de Tinelli en la televisión dejó un vacío que ocupó el Cantando por un Sueño, un formato ya probado, pero con otros conductores. El producto sobrevivió. Fue la televisión de Tinelli, pero sin Tinelli, aunque cuando Marcelo volvió el resultado no cambió.
Durante su ausencia los consumos se modificaron: actualidad o entretenimiento; información o risa. Una dicotomía de equilibrios frágiles y repleta de grises. La figura de Marcelo también sufrió una metamorfosis, por lo menos, para su audiencia: del tipo que hacía reír con la política al tipo que quiso convertirse en político. En ese camino accidentado que lo llevó a perder una elección en la AFA y a renunciar a San Lorenzo, hay una memoria emotiva que cambia, una percepción que digita nuestro sentimiento de empatía. A lo largo de los años, Tinelli siempre fue síntoma de una época. El más argentino de los argentinos, la fiesta menemista tuvo derroche, artistas internacionales y el humor del absurdo, la alianza afianzó la crítica y la ridiculización de toda una clase política y en el kirchnerismo, Tinelli se convirtió en la mesa de consenso televisivo donde todos los dirigentes, aún con sus imitadores a cuestas, se adentraban en un paso de comedia.
Su vuelta fue un recordatorio de una televisión oxidada, con poco pulso, repetitiva en sus falencias. La escenografía era nueva pero la puesta era un loop ya conocido en el que sólo faltaba Marcela Feudale. El formato estático que no está empapado o atravesado por la realidad que lo rodea no tiene sentido en un área que se arma en base a la coyuntura. Un estudio lleno de gente sin barbijo, de bailarines que hacen trucos. Una televisión de contacto y de cuerpo no sólo puede ser leída como una irresponsabilidad sino como una negación. La televisión de Tinelli siempre se construyó en el minuto a minuto, en el clima social, pero cuando ese pacto se rompe o cuando esa condición se omite, se produce la fractura entre producto y televidente. Tinelli no cambió, pero la época y el clima social sí.