Luis Miguel y el fin del amor
Por Manuela Bares Peralta
La primera temporada fue el gancho: un padre violento, un chico obligado a mantener y proveer a su familia, la desaparición de Marcela, la mamá de Luis Miguel, leída en clave feminista. Una nueva versión sin recortes que recreaba los primeros años del Rey Sol, un testimonio en primera persona de la que él mismo era su principal productor. Luis Miguel se reeditaba a sí mismo y se posicionaba en el ranking de Netflix: una historia con gestos de culebrón, pero empapada de las nuevas dialécticas, con un villano casi adictivo como Luisito Rey, capaz de competir en nuestro subconsciente con la performance de Soraya, la mala más mala de la televisión mexicana.
A la segunda temporada le falta un villano, que justifique a nuestro héroe, pero en ese espacio vacante Luis Miguel termina siendo todo: héroe y villano de su propia historia. De los 90 a los 2000, un salto temporal que la serie justifica con canciones a las que le otorga el peso narrativo de la serie. El formato culebrón no es partidario de los grises, pero Luis Miguel: la serie se admite a sí misma licencias porque, al fin y al cabo, está hecha a imagen y semejanza de nuestro ídolo.
Hay un aire de redención y justificación televisada en esta segunda temporada del melodrama de Netflix. Esta es la explicación narrativa que Luis Miguel construyó para explicar su paternidad ausente, los problemas familiares que lo asediaron a lo largo de su vida, sus fracasos y sus éxitos comerciales. Nos genera fanatismo, odio y hartazgo en dosis iguales, pero lo perdonamos y entendemos, empatizamos con su dolor y sus pérdidas.
Luis Miguel es un rewind rápido y efectivo a la época de los bronceados dorados y las camisas estridentes, a los smokings de gala y los videoclips telenovelescos, a los recitales multitudinarios y a los coros del público. Hay muchas cosas que se mezclan para construir este éxito: una emisión dosificada al mejor estilo telenovela, una memoria emotiva presente, una época atravesada por el marketing de la nostalgia y una necesidad alojada de volver a sentir la voz de Luis Miguel musicalizando un lento, un chape a oscuras y el final de la telenovela, esa de la que todavía nos acordamos el final.