Peralta Ramos: el niño mal de familia bien que debía ser arquitecto y se convirtió en artista
Por Fernando Lefevre
Serás lo que tocó ser y
dejate de joder.
F.M.P.R
Hace algunos años, una madrugada que se extendió más de lo debido, mientras retozábamos en el medio del caos habitual de su departamento, le pregunté a Charly García, cómo fue la fragua de la versión rockera de nuestro himno, que el músico incluyó como final del disco Filosofía barata y zapatos de goma, de 1990.
Por esas fechas, García llevaba a cabo una serie de recitales en el Hotel Faena, los miércoles a la noche, y solíamos frecuentarlo bastante con el periodista Lucas Grande. La proverbial amistad con Kiuge Hayashida, su guitarrista chileno, fue nuestra llave de mandala.
- "Uh, loco, ya lo conté mil veces, buscalo en Google…".
- "…"
- "Ufff… tá bien, anotá. 24 de mayo, años 90’s. Open Plaza, en Libertador y Tagle. Como estuvimos grabando todo el día en el estudio, con los muchachos decidimos tomarnos un descanso, así que fuimos al Plaza a distendernos un poco y a mirar a las chicas. Entre los presentes aquella noche estaba el Gordo Peralta Ramos, que empezó a arengar a todo el mundo desde arriba de una mesa al grito de ¡Viva la Patria! Y cuando me vio, empezó a hinchar para que tocara el himno en el piano de la casa.
Como el himno estaba muy gastado ya, me pareció genial reversionarlo onda Jimi Hendrix, así que de ahí nos fuimos corriendo a la sala para seguir grabando…".
El resto de la anécdota forma parte del imaginario cultural de Buenos Aires, cómo también aquel mítico arengador de figura regordeta y alucinados ojos azules que, aunque algo desdibujado en la memoria de las nuevas generaciones, sigue vigente en los retazos de la nueva creación.
Y esto no debería extrañarnos ya que Federico Manuel Peralta Ramos es un cacho (¡tamaño!) de atmósfera argenta y surrealista. Su obra y su vida se fusionan en un continuum infinito y es imposible determinar dónde empieza una y dónde la otra. "Dame una máscara y te diré la verdad", dicen que dijo Oscar Wilde cuando le preguntaron qué era el arte y el Gordo, qué duda cabe, transformó el verbo en carne.
Es ardua e inútil la tarea de tratar de encasillarlo, clasificarlo para los catálogos de este mundo diseccionado. Lo que es fácil y tentador es figurarlo como un loco lindo, un diletante, un cajetilla chanta que, arropado por los títulos y laureles de una familia patricia, hacía lo que quería, un dadaísta, un trasnochado, un visionario que anticipó a artistas como la performer serbia Marina Abramovic, o emparentarlo con artistas plásticos de la talla de Ben Vautier o, como sugiere la crítica de arte María Gainza: "Era una suerte de Marcel Duchamp porteño que hizo del gesto artístico una marca registrada".
El prefería definir su arte así: "Pinté sin saber pintar, escribí sin saber escribir, canté sin saber cantar. La torpeza repetida se transforma en un estilo". Tataranieto del fundador de Mar del Plata, hijo de una de las familias de la aristocracia argentina, Federico Manuel Peralta Ramos, el Gordo, nació el 29 de enero de 1939 en la ciudad balnearia que fundara su ilustre antepasado. Truncó el sueño de su padre (Federico Peralta Ramos era EL arquitecto argentino de la época) de verlo seguir sus pasos al abandonar sus estudios universitarios en la UBA para dedicarse al arte.
Fundó una religión (la Gánica, consistente en hacer lo que uno tiene ganas), ganó el Premio Nacional del Instituto Di Tella de 1965 con la obra “Nosotros afuera”, que no era otra cosa que la escultura de un huevo gigante, serruchó y cortó por la mitad sus cuadros cuando no entraban por la puerta de una galería donde debía exhibirlos, ganó la Beca Guggenheim que utilizó en organizar un banquete en el Hotel Alvear para amigos, transeúntes y linyeras. Cuando la institución se enteró y le exigió la devolución del dinero, él respondió con una carta que todavía se exhibe en la sede de la fundación en Nueva York: Ustedes me dieron la plata para que yo hiciera una obra de arte y mi obra fue esa. Leonardo pintó la Ultima Cena, yo la organicé.
Vendió un buzón, compró un toro en un remate en La Rural para exhibirlo como obra de arte, grabó un disco, actuó en cine y televisión y dejó un tendal de frases destinadas a la inmortalidad: “El que se va de Buenos Aires atrasa porque es la ciudad del futuro"; "La soberbia va a caballo y vuelve a pie" o "Para no ser un recuerdo hay que ser un reloco", ésta última rescatada en una canción de Andrés Calamaro.
A instancias de Rafael Squirru, por entonces director del Museo de Arte Moderno, comienza a pintar de manera autodidacta. En agosto de 1960 realizó su primera exposición en la Galería Rubbers. También lo hará ese año en el Sexto Salón Anual de Arte Moderno, realizado en el Museo Eduardo Sívori. Sus trabajos de naturaleza abstracta, monocroma, impresionan a la pintora y crítica Germaine Derbecq que, en 1963, lo invita a exponer en la Galería Lirolay. Al año siguiente, 1964, exhibe su producción en la Galería Witcomb. Las pinturas que presenta son gigantescas y extremadamente pesadas, tanto que deben ser expuestas en el piso. Una de las pinturas no pasaba por la puerta, por lo que decide, en un rapto de inspiración, cortarla al medio con un serrucho y exponerla de ese modo. Con otras obras surgen algunos inconvenientes. Por ejemplo, algunas empiezan a chorrear, la pintura se amontona sobre los soportes y comienza a esparcirse por el suelo, elemento que Peralta Ramos incorporará, sagaz, como parte de su obra.
Pero es en 1965 cuando nuestro dandy dadá pega el salto, al participar del Premio Nacional del Instituto Torcuato Di Tella, con la obra “Nosotros afuera”. Con la ayuda de un grupo de albañiles del estudio de su padre construye una enorme escultura de yeso y mampostería de forma ovoide, que gana el premio y que destruye a mazazos porque no había forma de sacarla de la sala momentos después.
Cuando en 1966 compró un toro charoláis campeón, en un remate de La Rural (a pesar de no tener un peso) su familia dijo basta y decidió internarlo en un psiquiátrico, donde el artista organizó entre los internos el sugerente Festival del Mate (guiño, guiño). No importó, o quizás sí, que él declarara su intención de hacer del toro una obra de arte. Su padre estaba hasta la coronilla. Comenzó entonces a ser medicado con antipsicóticos.
"Cuando pasó lo del toro, él me contó que en una clínica privada le daban electroshocks porque pensaban que estaba loco. Era mi mejor amigo del arte, ya que nos unía una locura similar. Si yo tomaba ácido lisérgico, él lo llevaba encima sin tomarlo. Estaba medicado con Haloperidol porque tenía como una esquizofrenia pero sin ser nada loco; para mí era lo más normal del mundo", recuerda Marta Minujín en un testimonio recogido en el libro Del infinito al bife, una biografía coral a cargo del multifacético artista Esteban Feune de Colombi, publicado en 2019 por la editorial Caja Negra, cuya lectura es insoslayable a la hora de conocer o profundizar en la vida de esta rara avis del arte argentino. Su compra o su robo son muy recomendables.
Aunque amaba profundamente a sus padres (murió poco después que estos) solía referirse a sí mismo como el patito feo o el loco de la familia y explicaba su rol en tan distinguida estirpe tomando prestado de la psicología social el término chivo emisario. Esta expresión remite a una ceremonia religiosa dirigida a transferir las culpas colectivas a un animal, en este caso un chivo. En psicología social el chivo emisario tiene un papel adjudicado a un miembro del grupo, que a partir de esta unción se hace depositario de los aspectos negativos del colectivo. Pichón Riviere lo describe particularmente en el grupo familiar y sus ansiedades, en tanto aspectos negativos asumidos. Esta condición de patito feo parece natural en Federico, cuya obra se encarniza con el status quo, que sería representada por su familia.
Sin embargo, sus padres y hermanos lo adoraban, aunque no lo entendieran: "Si bien estaba desconectado de la realidad era mucho más inteligente que todos nosotros. En este mundo no hay lugar para los sensibles como él. Sobre todo en Argentina, que no quiere raíces. En este país a nadie le gusta lo viejo. Por eso resulta difícil ser un adelantado. Analicemos el contexto: tatarabuelo fundador de Mar del Plata, abuelo médico, padre arquitecto. Entonces llega un tipo y saca los pies del plato. En una sociedad así, hace cincuenta años, te tiraban a matar. Mis viejos lo adoraban pero les costaba horrores aceptarlo", cuenta Sebastián, uno de sus hermanos.
Por esa época comenzó a ser tratado por el psiquiatra Jaime Guillermo Rojas Bermúdez, pionero del psicodrama en Argentina, quien inteligentemente lo diagnosticó como psicodiferente, acorazándolo de ese modo contra los prejuicios de la época, diagnóstico que encantaba a su ilustre paciente, que en una ocasión lo obsequió con un cuadro enorme, en el que sobre un lienzo blanco podía leerse la leyenda Cuidado con la pintura.
Solía regalar frases escritas al pasar en servilletas, declamar poemas a los gritos desde las mesas de los bares y obsequiar con ocurrencias varias a quienes lo acompañaran en ese momento (instant – art). Podía vérselo deambular por Recoleta, en el Florida Garden, en la Galería del Este o en Mau Mau en compañía de artistas como Marta Minujín, Antonio Berni, Moría Casan, Antonio Gasalla o Jorge de la Vega. Era un artista inclasificable, porteño, universal y metafísico. A través de cierta sensibilidad aristocrática y su aguda inteligencia, puede entreverse un linaje que lo emparenta con Macedonio Fernández, Xul Solar, Jorge Luis Borges, Manuel Mujica Laínez o Adolfo Bioy Casares. En una entrevista para el diario La Nación, Feune de Colombi rescata el testimonio del artista Pedro Thot, quien señala: "(Borges y Peralta Ramos)… se parecían mucho entre sí, salvo que Federico es de ciento cuarenta caracteres".
¿Se imaginan los tuits de Peralta Ramos? En 1970 graba con el sello CBS Columbia un disco simple con sus temas “Soy un pedazo de atmósfera” y “Tengo un algo adentro que se llama coso”, musicalizados por Francis Smith, que se distribuyeron para su venta en farmacias y disquerías (¡ni al Pity Álvarez se le hubiera ocurrido!) y que llegó a vender 1333 copias. Pero antes, en 1968, luego de una muestra en la Galería Arte Nuevo, gana la Beca Guggenheim, avalado por el arquitecto Clorindo Testa, en la Sección Pintura. Una Beca Guggenheim es una subvención otorgada por la John Simon Guggenheim Memorial Foundation. Este premio fue establecido por el matrimonio Guggenheim en 1925 en memoria de su hijo, John, fallecido en 1922 y se otorga a profesionales avanzados en todos los campos del saber y fue ganado, entre otros, por el escritor Enrique Anderson Imbert y el epistemólogo, filósofo y físico Mario Bunge.
Al ganar la beca, Peralta Ramos utiliza el dinero para, entre otras cosas, organizar un banquete en el Hotel Alvear para amigos, transeúntes y linyeras a un coste de 300 dólares. Al tomar conocimiento de esta situación, la fundación le exige la devolución del dinero, a lo que el artista responde con una carta que dice:
Junio 14 de 1971.
Querido Sr. Mathias
En cuanto recibí el primer aporte de la beca, invité a un grupo de amigos a una comida y después a bailar a la boite Afrika, que costó $ 300.
Me impulsó la convicción de que la vida es una obra de arte, por lo que en vez de “pintar” una comida, di una comida.
También me mandé a hacer tres trajes (costo $ 500) y pagué deudas ($ 1000).
La carta todavía se exhibe en la sede de la Fundación en Nueva York y, sin querer, modificó las reglas de la beca ya que a partir de su respuesta, nunca más exigió una rendición de cuentas por ninguna de ella.
En 1969, por intermedio de Ernesto Deira, conoce al humorista Tato Bores, que regularmente /y en sus posteriores ciclos) lo invitará a participar de sus programas. En Youtube pueden verse algunas de sus desopilantes perfomances junto al cómico de la nación que remataba sus intervenciones, diciendo;" ¿Sabés cómo te entiendo, Federico? Te comprendo como si fueras mi propio hijo. ¿Pero sabés qué pasa? Hay una generación de gente joven que no te conoce ni te entiende".
Ese mismo año participa del film Tiro de gracia, dirigido por Ricardo Becher, y compartió cartel con Susana Giménez, Javier Martínez, Roberto Plate, Oscar Masotta y Pérez Celis. En 1974 le vendería una réplica en madera de un buzón callejero a la actriz y cantante Egle Martin y, al año siguiente, en la Galería H, expondría un tacho de basura. Para 1976 expone, junto a Antonio Berni, en la Galería Carmen Waugh la muestra “Creencias y Supersticiones de siempre” donde presenta “Tumba de Tutankamón”, un cuarto empapelado en dorado dónde una momia acostada en un colchón , más parecida al famoso luchador de Titantes en el Ring que a las polvorientas momias egipcias ocasionalmente se incorporaba y respondía preguntas.
En 1984 y 1987 reincidiría en la pantalla grande en los dos primeros films de Alejandro Agresti, El hombre que ganó la razón y El amor es una mujer gorda. En 1992 actuó en el Café Mozart junto a Laura Rivero y Alberto Favero. El 30 de agosto lo sorprendió un infarto fulminante y murió en brazos de su hermano. Sus últimas palabras fueron: “No me lleves al CEMIC, llevame al Little Company of Mary”.
Moría el hombre, nacía el mito. 23 años después, entre septiembre de 2015 a febrero de 2016, se presentó en el MALBA una exposición llamada “La Era Metabolica”, curada por Chuz Martínez, Directora de Arte y Diseño de Basilea (Suiza) y Jefa de Exposiciones en Documenta 13 (2012), que gira en torno al mítico huevo de “Nosotros Afuera”, resignificando la obra en tiempos de internet.
Y en 2020, Juan Carlos Capurro presentó el corto Mal de Plata, basada en la vida y la obra del querido Gordo. Para quienes quieran conocer más sobre este inclasificable artista, el libro de Feune de Colombi y el film de Capurro son paradas imprescindibles.