“Manual para mujeres de la limpieza”, de Lucia Berlin
Por Inés Busquets
Lucia Berlin nació Alaska en 1936. En la infancia, debido a la actividad del padre, vivió en distintos pueblos mineros de Idaho, Kentucky y Montana, además de Chile donde formó parte de la sociedad más aristocrática. En 1955 se matriculó en la universidad de Nuevo México. Tuvo tres matrimonios, cuatro hijos y una vida intensa y en constante movimiento que la llevó a recorrer varios lugares y geografías que se aprecian en sus relatos. Uno de sus hijos dice que se llegaron a mudar cada nueve meses. Luego de su última separación se desempeñó en tareas diversas para salir adelante sola con sus hijos, fue enfermera en Urgencias, mujer de limpieza, recepcionista de hospitales, telefonista y profesora. También libró una ardua batalla contra el alcohol. El cúmulo de experiencias y las peripecias que atravesó fueron una fuente importante para sus cuentos y crónicas.
La escritura de Lucia es un manifiesto. Es explosiva, visceral, nace de las entrañas; una prosa empírica, que expresa las emociones con la fuerza de una bala o de una flecha.
Es contradicción, pero en el punto de encuentro. Ahí donde el choque salpica las chispas y produce un significado propio y singular.
Para Lucia Berlin el lenguaje es la salvación. Cada experiencia que canaliza pareciera leerse en clave de desesperación atenuada por la palabra.
Vive con intensidad, sobrevive y se refugia en la hoja en blanco. Allí donde el lector se sumerge al encuentro y se produce el hechizo. Un mensaje que rápidamente impacta en el receptor y genera múltiples interpretaciones, en las cuales ella no pareciera detenerse a la hora de sentarse a escribir.
Manual para mujeres de la limpieza es un libro de 43 relatos donde hombres y mujeres transgreden, viven en los márgenes, caminan por la cornisa, trastabillan pero casi nunca se caen.
Historias exóticas, recuerdos de infancia, tragedias, finales abiertos, humor y como dice Lydia Davis en el prólogo “A veces se trata de imágenes bellas, otras no son bellas pero sí intensamente palpables: experimentamos cada uno de los relatos no solo con el intelecto y el corazón sino también a través de los sentidos.”
Mujeres que a veces son alter ego y otras modelos tomadas de la vida real.
Para Lucia Berlin la realidad y la ficción friccionan para disputarse el lugar central porque la materia prima de ella existe en el mundo verdadero. Todo es verosímil. Un mundo invisibilizado, marginal, ocultado en las grandes ciudades. Espacios que ella debió transitar por necesidad y en los cuales se adaptó con absoluta naturalidad.
Diferentes oficios, profesiones, ocupaciones y algunas reminiscencias del pasado recorren las páginas y encantan con los diálogos, los paisajes, las situaciones.
Trabajar en diferentes oficios le desarrolló una empatía que traslada a la escritura, en el cuento “Manual para las mujeres de limpieza” dice: “La hora pasó volando. Hablamos de las señoras para las que trabajamos. Nos reímos, no sin un pozo de amargura. Las mujeres de la limpieza de toda la vida no me aceptan de buenas a primeras. Y además, me cuesta conseguir trabajo en esto, porque soy instruida.” y como en una suerte de complicidad da consejos: “(Mujeres de la limpieza: como norma general, no trabajéis para las amigas. Tarde o temprano se molestan contigo porque sabes demasiado de su vida. O dejan de caerte bien, por lo mismo.)”
Por momentos actúa la memoria y aparecen espacios familiares que oscilan entre el bienestar económico, el colegio católico, las reuniones de navidad, las visitas, el arte y las adicciones.
Dueña de una prosa directa, implacable y mordaz. Una mirada que logra conformar una escena con la descripción de una fachada y un cartel. Sobre todo carteles que determinan la potencia de los espacios que habita.
Los relatos de Lucia son imprevisibles y de movimiento continuo, hay sorpresa y sucesos permanentes, sin embargo de repente todo se inmoviliza cuando emerge una imagen poética, una reflexión personal o un concepto, de todos modos con alguna intervención delirante: “Normalmente llevo bien envejecer. Hay cosas que me dan una puntada de nostalgia, como los patinadores. Qué libres parecen, deslizándose con sus largas piernas, el pelo suelto al viento. Otras cosas me dan pánico, como las puertas del metro. Una larga espera antes de que se abran, cuando el tren para. No muy larga, pero más larga de la cuenta. No hay tiempo.” O en el mismo cuento “Carpe diem”: “La vida te pasa por delante de los ojos mientras estás ahí, hundiéndote sin remedio. Claro, si tuviera coche, podría ir a la ferretería o a la oficina de correos, y luego volver para meter la ropa en la secadora.”
Lucia murió en el 2004 y de a poco va adquiriendo la popularidad que se merece, con una narrativa deslumbrante donde la autoficción es trepidante y tiene ribetes de exageración, pero sobre todo porque supo convertir su desesperación en arte y su experiencia en obra. Una mujer bella y audaz que tuvo todos los condimentos para convertirse en una chica Almodovar.