Adriana Romano: “La escritura es un acto posterior a pensar”
Por Hernán Casabella
AGENCIA PACO URONDO: ¿Cuál fue el primer libro que leíste completo y sin obligación de hacerlo?
ADRIANA ROMANO: Recuerdo la voz de mi abuela leyéndome desde muy chica y una sillita de paja en la que me sentaba para escucharla. Así me inicié en la lectura. La casa siempre estuvo llena de libros y enciclopedias. Me gustaba entrar en ellos, merodear, irme de viaje un rato y luego cerrarlos para volver otro día. En esos años me convocaba más trepar tapiales y árboles. A los 13, encontré Cumbres Borrascosas en una edición de páginas de papel biblia que leía mi madre. Entré en la historia y ya no pude soltarla. Fue una experiencia muy potente; falté varias veces a clase (simulaba alguna dolencia) para no interrumpir la lectura.
APU: ¿Los libros se leen hasta el final o se abandonan? (Si abandonaste alguno, ¿cuál fue y cuál es la anécdota que valga la pena?)
AR: Si aburren se abandonan. Siempre. Como las reuniones sociales, o los trabajos o los maridos. No pierdo tiempo leyendo algo que no me resuena. ¿Por qué lo haría?. Esa normativa siempre me pareció absurda.
APU: Los libros, ¿se compran, se regalan, se prestan, se pierden, se devuelven, se venden, se roban?
AR: Menos robar, todo. Compro, regalo, presto, pierdo, devuelvo, vendo. Y perder libros a propósito es una de las tareas que más me gustan. En el 2013 me dediqué a perder libros en París siguiendo el itinerario de La Maga de Rayuela. Uno de los ejemplares lo dejé sobre la tumba de Cortázar. Dos años después, TVE hizo un documental sobre Julio y, cuando enfocaron la lápida, mi libro seguía ahí.
APU: ¿Cuáles son tus libros preferidos de la literatura argentina?
AR: El Martín Fierro, En la Sangre de Cambaceres, todo Ascasubi, Los siete locos de Arlt, Polvo y espanto de Abelardo Arias, Nadie, nada, nunca de Saer, Octaedro de Cortázar, Ficciones de Borges, Eisejuaz de Sara Gallardo y Fin de fiesta de Beatriz Guido.
APU: ¿Cuáles son tus libros preferidos de la literatura universal?
AR: ¡Muchísimos! La Divina Comedia y La Eneida sin dudas. También La presa de Kensaburo Oé, La misma sangre de William Goyen, La casa de las bellas durmientes de Kawabata. Los cuentos de Carson McCullers, y Flannery O'Connor, Claus y Lucas de A. Kristof, Los Buddembrook de Tomas Man etc. etc. etc.
APU: ¿Hay algún personaje de la literatura con el que te sentís identificado?
AR: Lisbeth Salander, esa hacker maravillosa de 24 años, antisocial e inteligente. En realidad, más que identificarme me gustaría encarnarla en mi día a día. Su absoluta coherencia, impecabilidad, sus múltiples recursos y amor por la soledad son lo que más admiro.
APU: Así de arrebato, ¿qué final te viene a la memoria?
AR: La entrada del tren, que definirá sus vidas, por el túnel del Metro en el final trepidante de “Manuscrito hallado en el fondo de un bolsillo” de Cortázar.
APU: ¿Cuándo comenzó tu gusto por la escritura?
AR: Antes de aprender a escribir, antes de la escuela, incluso. No sabía escribir, pero inventaba historias.Y después también, aún ahora, suelo contarme historias mucho antes de pasarlas al papel. Es así: presiento que un tema me convoca, un nudo a desatar, entonces me apoyo frente a una ventana o me siento en el umbral de la puerta de calle de la casa de mi familia cuando el resto está adentro y comienzo: me viene un conflicto que no entiendo, una frese dicha por alguien y escuchada, y armo una escena a la que luego sigo por días hasta que me aburro. En general cuando el nudo se ha desatado. En mí la escritura es un acto posterior a pensar que es lo que más me gusta hacer. Pensar y sentir.
APU: ¿Tenés alguna rutina al escribir?
AR: Ninguna. Cuando me llaman, atiendo el teléfono. A la hora que sea.
APU: ¿Tenés objetos fetiches que te sean vitales al momento de escribir?
AR: Hojas, cuadernos, lápices, sacapuntas, goma, lapiceras. Aún escribo a mano.
APU: ¿Lenguaje inclusivo en la escritura sí o no?
AR: Nunca. El lenguaje inclusivo borra la diversidad, simula su no existencia, busca homogeneizar, pasteurizar. Hay algo violento y fascista ahí que me desagrada. La literatura crea mundos y esos mundos son diversos, polifacéticos, múltiples; es en sí misma pura novedad, pura diversidad, y en la diversidad está el conflicto y el desafío de la inclusión.
APU: ¿Cuál es tu opinión sobre las presentaciones de libros y los ciclos de lecturas?
AR: ¡Me encantan! Encontrarme con amigos, festejar la aparición de una nueva obra, pensar con otros, sentirte parte de una tribu, es hermoso.
APU: ¿Cómo se lleva tu literatura con el insomnio, con las noches, con los vicios?
AR: En las noches, en general, si viene el insomnio, pienso y me quedo en silencio. Si una idea me toma, me levanto y escribo. Me gusta esperar y sentir que el rompecabezas se está armando. Alcohol no tomo, drogas, tampoco. Armo cigarros y fumo, me gusta. A veces, pipa.
APU: ¿A quién relees periódicamente?
AR: Últimamente, al Dante y a Goyen. Lo que trae la niebla de Marcelo Rubio. También a Claire Keegan y, actualmente, una novela que me conmueve muchísimo: Los años tristes de Kawabata de Miguel Sardegna
APU: ¿Qué tres autores argentinxs reeditarías?
AR: Sara Gallardo, Beatriz Guido y Marta Lynch. Tenemos una deuda con ellas.
APU: ¿Qué opinas de la literatura argentina de la última década?
AR: Me gusta porque el menú es heterogéneo. Se publica bastante, por suerte. Las editoriales independientes han hecho un enorme esfuerzo y un trabajo magnífico difundiendo a nuevos autores que, de otra manera, no hubieran encontrado lectores.
APU: A calzón quitado, ¿lees a tus contemporánexs o solo lees las contratapas?
AR: Leo a mis contemporáneos. Mucho. Compro sus libros y los difundo. Me provoca una enorme alegría la salida de una nueva obra. Me entusiasma que se escriba tanto, tan variado y tan bien.
APU: ¿Qué estás leyendo actualmente?
AR: Varios libros a la vez y releyendo: Como si existiese el perdón de Mariana Travacio, Cosas pequeñas como esas de Claire Keegan, Las gratitudes de Delphine De Vigan. El último lector de Piglia y Las horas derramadas de Pablo Di Marco.
APU: En Cuando deje de llover hay una historia con secretos, lluvia, memoria, imágenes, infancia, fragmentos, un bastón de ciego, una madre muerta, el tiempo, un viaje entre Buenos Aires y París, dolor, humedad, montones de preguntas y una duda casi existencial ¿cuándo dejará de llover?
AR: Me gustó trabajar la metáfora del agua como bendición y “arrasamiento”. Limpiar es hacerse cargo de la mugre personal, familiar y social. Dejará de llover cuando seamos capaces de ver cara a cara el pasado, honrarlo en su oscuridad y en su luz, y dejarlo ir.
APU: En Mitológicas pájaras en vilo las alas, el vuelo y la idea de libertad rompen con lo dado, y ¿qué buscan?
AR: Desentrañar la trama de la realidad, cuestionarla, ponerla en jaque, despabilarla. indagar en el vacío de lo que todo emana, y cantarle también.
APU: Los cuentos de Los malos adioses muestran nuestra impericia ante las despedidas, ¿porqué no pueden ser menos desgarradoras?
AR: Porque dejar ir es muy difícil. Nos gusta poseer y que nos posean. Tenemos exacerbado el derecho de propiedad, la territorialidad. Esto es mío, este dolor es mío o de mi familia, me define. No tengo nada, pero al menos tengo esta desgracia, soy algo. Estamos tan apegados que no queremos soltar lo que debe irse necesariamente y reír, agradecer la experiencia y chau. Entonces, lo que no se sanó a tiempo vuelve y vuelve como en la rueda del hámster para reclamar reparación y olvido.
APU: ¿Qué es lo próximo de Adriana Romano que se viene para disfrute de los lectores?
AR: El Mar de la Tranquilidad. Una novela de amor distópica que termina bien. Todo un desafío para no caer en lugares comunes.
APU: ¿La escritura puede aprenderse en un taller?
AR: Sí y no. Con el taller pasa como con la escuela. ¿A quién se le ocurre ir al colegio para que te eduquen? Sería una locura. Uno va a la escuela o a la universidad para auto educarse. Nada más. Para adquirir herramientas que vienen de la experiencia humana. El taller es lo mismo, te da herramientas para trabajar la escritura, discernimiento para dibujar el mapa, el recorrido del cuento, el poema o la novela, te adiestra el oído y el olfato: esto sí, esto no. Te enseña a escuchar el murmullo del texto, no tu canción, te vuelve humilde, laborioso, paciente, sensato, mejor. El resto no te lo da el taller, será fruto de tu trabajo personal como ser vivo, como laburante de la palabra en el silencio de tus días.