“Interestelaria”, el portal que los poetas abrieron para salir a conquistar el espacio
Por Norman Petrich | Ilustración: Leo Olivera
Alguna vez, esa especie conocida como hombre logró enderezar su cuerpo, despegó los ojos del suelo y al levantarlos en plena oscuridad se encontró con la luna y las estrellas. Desde ese momento no pudo más que desearlas, puso en palabras esa avidez y esas primeras palabras fueron en verso. El siglo XX, la carrera espacial, la posibilidad cierta de convertir en realidad el hecho de abandonar el planeta azul y ser un viajero entre esas luces lejanas; la cuántica y las nuevas teorías físicas hicieron que la narrativa ganara un terreno sobre el tema que nos ha dejado maravillosos mundos explorados sin abandonar éste. Sin embargo, lo que nos propone Julián Axat en Interestelaria (exhaustivo trabajo que recopila alrededor de 150 poemas) es el regreso a ese primer amor, para descubrir que la poesía también ha generado una escalera al cielo, ha dejado de ser larva para abrir las alas buscando ser constelación.
“El género poético de ciencia ficción es una variante y puede representar/fundar mundos, acaso profetizarlos, no solo a través de simples metáforas, sino también como hechos objetivos, sucesos que ocurrirán o podrían ocurrir literalmente”, asegura el autor de Perros del Cosmos en el prólogo, y esa definición abre una puerta (estelar) que aprovecharemos para adentrarnos en el libro.
“Vosotros veis/ vosotros escuchais/ ¡Vosotros!/ No nos abandoneis, no nos dejeis/ ¡Oh, dioses! En el cielo, sobre la tierra” canta el Popol Vuh y es uno de los poemas que abre la primera sección dedicada a las cosmogonías, que va desde Lucrecio y Píndaro hasta Ernesto Cardenal y Vicente Huidobro, desde escritoras internacionales como Úrsula Le Guin a las nuestras, como Eugenia Stracalli. Juan Gelman, Severo Sarduy, Jorge Luis Borges, Jacobo Fijman, también aparecen en este apartado.
En el segundo, aquellos que trataron de interpretar ese mapa de luces que se extendía por sobre sus cabezas serán nuestros guías en esta parte del viaje. Así Copérnico, Tycho Brahe vienen de la mano de Jorge Boccanera y Hans Magnus Enzensberger. También aparecen poemas como “Cuando escucho al astrónomo erudito”, de Walt Whitman; Sara Howe con su “Relatividad” dedicado a Stephen Hawking o “Eureka”, de Edgar Allan Poe. Un verdadero hallazgo del cual se publica sólo un fragmento es la “Milonga de Galileo y el taura”, escrito por Leonardo Modelo con aires de poema gauchesco, en donde un aficionado a la astronomía a orillas del Maldonado, embelezado por la obra de Galilei, “un día como cualquiera/ con el facón en la mano/ decidió cambiar las cosas/ y viajó hasta el Vaticano” a hablar directamente con el Papa y pedir su reivindicación. “¿Acaso la Iglesia cree/ que el sol se mueve a través/ del cielo, y sigue ignorando/ que es justamente al revés?”. Nos quedamos con las ganas de leerlo completo, valdría la pena pensarlo para una futura reedición.
Como no podía ser de otra forma, la tercera sección ronda sobre esos objetos a los que llevaron la mirada los astrónomos: los planetas, la luna y los cometas. Al infaltable Cyrano de Bergerac, se le suman Tristán Tzara, Julio Verne, Safo, Wislawa Szymborska, Marina Tsvietáieva, entre muchos más. No está demás aclarar que todos los textos escritos originalmente en otro idioma (acá aparecen unos cuantos) vienen acompañados de su traductor, realizándose no pocas versiones para ser estrenados en este libro, lo cual le da un valor agregado. Axat fue tan minucioso en su búsqueda que ha encontrado poemas como “La estrella roja”, del santafesino Roberto Malatesta, no gracias a un libro (no estaba editado en ninguno, hasta ahora) sino a un ejemplar de la revista El Espiniyo.
Así como el ser humano fue complejizando su mirada hacia el cosmos, el poeta platense va subiendo la apuesta en esta aventura ficcional y se mete de lleno en el siguiente conjunto de poemas con las galaxias y las supernovas. “Así que piénsalo: ¡somos los primeros! Los únicos a los que Dios ha honrado con su ascensión de soles. Para nosotros, como regalo: Aldebarán, Centauro, el doméstico Marte. Despierta, dice Dios. Mira hacia allí. Ve a cogerlas. Las estrellas. Oh, Señor, muchas gracias ¡Las estrellas!”, nos dice Ray Bradbury empujándonos a ir en su búsqueda. Y allí nadie entra dócilmente en la noche quieta, como bien dice Dylan Thomas. Francisco Gandolfo, James Ballard, Arthur C. Clarke, Lovecraft, Robert Silverberg (entre otros) se animan a llevarnos de viaje más allá del tiempo mostrándonos que con voz poética también se puede profetizar utopías, alucinaciones y sueños. Los cuales no se detendrán hasta encontrar seres de otros mundos y poder saludarlos como lo hace Edwin Morgan en “Los primeros hombres en Mercurio”: “-Venimos en son de paz desde el tercer planeta”.
“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Naves de ataques en llamas más allá del hombro de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Hora de morir”, dice el replicante Roy Batty en la película Blade Runner y su discurso figura en esta antología porque ¿quién se atreve a decir que en este tipo de películas no habita la poesía? Así como hay poetas que se sirvieron de la técnica del “montaje” para darle estética a su obra, hay rodajes que necesitan de la mudanza poética para reflejar el espíritu del film.
En esto de tejer redes y construir puentes, Axat (hijo de desaparecidos) traza los suyos. Andando a través de ellos uno descubre que se incluyen textos de Oesterheld, Miguel Ángel Bustos o Daniel Favero, todos detenidos desaparecidos, lo cual no es un gesto menor hacia una generación que soñó con luchar por un mundo mejor sin dejar de pensar en otros mundos.
La carrera espacial trae, quizás, el apartado más rico del libro. “Yo soy Gagarin, hijo de la Tierra, hijo de la humanidad: soy ruso, griego y búlgaro, australiano y finlandés. Os encarno a todos con mi lanzamiento hacia los cielos. Mi nombre es casual, pero yo no he sido yo por azar”, le hace decir Yevgéni Evtushenko al primer hombre en ver la tierra desde el espacio. “Todos los poetas quisieron ser astronautas primero pero el mundo fue demasiado real y el universo demasiado gaseoso”, asegura en su texto Carmen Lucía Alvarado Benítez y este libro parece darle la razón. Violeta Parra, su hermano Nicanor, Joaquín Gianuzzi, Leonel Rugama y su preciosa “La tierra es un satélite de la luna” dejan aquí su mirada espacial.
Como cierre, el rock “ajusta los controles hacia el corazón del sol”. Roger Waters, Tony Banks, David Bowie y (cómo dejar afuera “El anillo del Capitán Beto") Luis Alberto Spinetta le ponen banda de sonido a este viaje interminable, aunque se llegue a la última hoja de un libro. Se puede concluir que es una selección muy amplia, pero que despertará una enorme curiosidad a aquellos que quieran entrar por un lado diferente a la ciencia ficción. Un lado que, por otra parte (algo que queda demostrado con esta antología) lleva construyendo una relación de siglos, cada vez más oculto en el silencio de los críticos y la no percepción de los lectores.
Como el que avisa no traiciona, cabe decir que este bellísimo objeto realizado en tapa dura con ilustraciones de Emiliano Bustos, fue impreso en tirada reducida, por lo cual es una rara avis que no habita los lugares habituales donde uno la buscaría, así que los lectores interesados sólo podrán conseguirlo contactándose con Ediciones en Danza.
Dudo que Interestelaria sea un libro cerrado. Me imagino no pocos correos llegando al buzón virtual de Julián acercándole materiales escondidos, alguno que otro huidizo de su celosa búsqueda, lo cual puede generarle un problema, empujando a transformar esta edición en una enciclopedia o algo así, quizás convirtiéndola en una colección. Lo cierto es que vino a ocupar no un lugar que estaba vacío, sino que era una casa sin puertas ni ventanas que pocos sabían quién la habitaba.