Andrés Szychowski o la poesía levitando para arrojar la doble Nelson
Cuando éramos adolescentes, mi hermano tenía una pasión por desarmar las cosas y volverlas a ensamblar. No importaba que tuviera nulo conocimiento en los campos en los que decidía aventurarse, sólo le interesaba averiguar por qué estaban armadas de dicha forma. Fue así que se animó a desinstalar una radio portátil, pieza por pieza, para luego regresarla a su forma original. O casi. Le sobraban partes, pero la radio ahí estaba funcionando como si no se hubiese enterado de los faltantes. Quizás hasta mejor. Ese mismo trabajo parece realizar Andrés Szychowski con los poemas de Singapur, su nuevo libro editado recientemente por Pixel y presentado a fines de noviembre de 2022.
“En el ecosistema de Andrés la cronología, la geografía, la patología, en fin, las situaciones diversas se alteran, nos alteran, trastocan lo que conocemos y nos llevan a un escenario/ universo donde la múltiple realidad se pone en primer plano”, asegura correctamente Susana Szwarc en el prólogo del libro.
Este proceso lo realiza con extrema audacia y mordacidad, siendo este último un componente vital en el entramado del poema, en el giro que nos muestra a dónde iba con esas alteraciones, una salto que se repite para no ser el mismo sino uno que empieza a aliterar, “Algo casi tan confuso/ como la posibilidad/ de que al científico/ le creciera el mismo científico”.
“La poesía esta por encima/ de todas las cosas/ escupió el gurú de la poesía/ o de las cosas/ ¿Pero encima como una suerte de levitación o/ practicando la doble nelson?”, ya se preguntaba “Sicho” en su tercer libro, Poezja. Es una interrogación que se seguirá haciendo en Antón Pávlovich (donde toma la propuesta estética narrativa de Chejov, la desmonta y rearma a través del lenguaje poético) para profundizarla en Singapur, donde promete “Hambrearme de sentido/ dejar que las palabras me guisen/ versificar hasta la lista del supermercado/ Y si no funciona, mirar el horizonte/ para tullirme/ con eso que llaman crepúsculo”. Es decir, conseguir esa elevación mística y, en la mitad de la misma, sacar un golpe de catch con el cual decirnos “esto es poesía… y también otra cosa”.
Castor, laucha,
jerbo, ardilla,
puercoespín,
cobaya, hámster,
zarigüeya, ratón,
capibara, tamia,
chinchilla,
erizo, lirón,
conejillo de la India,
musaraña,
coipo, petauro
del azúcar,
tenrec,
dama de las rocas,
rata, cuis,
papá
y mamá
En este nuevo libro del platense, si uno se guía por el índice, aparecen un montón de nombres de ciudades y lugares fácilmente detectables geográficamente. Uno podría pensar en viajes, y tal vez sea una lectura correcta. Después de todo, en “Montevideo” nos está avisando que “el cosmos/ viaja en una servilleta”. Pero no son valijas ni estrellas lo que podemos ver en esa servilleta, sino a un padre rociándose con kerosene en algún lugar de Filipinas o un monstruo que se hace el buen vecino, una amante que vive en Honduras pero que en realidad no lo conoce del todo y con la cual hacían el amor disfrazados, un puma asediando Villa Gessell y una cruz levemente inclinada hacia la izquierda en Apóstoles, Misiones, su segunda patria. Como si fueran postales que nos deja este particular viaje. Está claro que no es uno en clase turista. Y el Buenos Aires al que “regresa” en nada se parece al de Gardel y Le Pera:
Conseguir esa elevación mística y, en la mitad de la misma, sacar un golpe de catch con el cual decirnos “esto es poesía… y también otra cosa”
Amor mío, ¿podrías venir
más o menos rápido?
Ignoro la dirección
Aparecí en unos depósitos
con maquinarias, una avioneta, caballos de polo
Crucé un tejido electrificado
para llegar a una laguna artificial
Doblé en los eucaliptos
a la altura del estanque para incendios
Me detuve en una vertiente
antes de ingresar a una lomada
con dos Massey Ferguson en marcha
Ahora estoy en el medio
de un maizal con glifosato
(improvisé un hoyo
porque los perros me persiguen)
Ovillado
como protegiendo una duda
Adentro de un magnífico jabalí
(¿sabías que los jabalíes
adoptan el ritmo cardíaco
de un bebé de tres meses
cuando comprenden que se van a morir?)
A punto de ser alcanzado
por los dogos de la estancia
A esto de ser,
otra vez,
bautizado
Andrés Szychowski nació en La Plata, en agosto de 1976. Es docente de la UNLP. Publicó los libros de poesía 17 discos de música africana, La redundancia (La Terminal Gráfica, 2009 y 2011), Poezja (Zindo y Gafuri, 2015) y Antón Pávlovich (Pixel, 2018).
En Singapur, claramente, hay una búsqueda constante. Por eso le pregunta “¿Por qué sos/ la fuente/ de un dolor genuino/ si ni siquiera te conozco?”, para luego decirse que son “Lugares que visité/ a los doce y catorce,/ cuando mi padre/ ya se había mudado/ a una caja negra”. Y esa búsqueda en las múltiples realidades de las que nos hablaba Szwarc le permite descubrir que “Hoy fui enteramente feliz/ Conversé con cada uno de los comensales/ Sin prejuicios,/ en el fondo de la ceniza” tanto como saber que “Un ataque de pánico no es otra cosa/ que no poder alcanzar las cosas/ Para romperlas o acariciarlas”; que disertar sobre el silencio sería como hablar de “dos orejas que se chocan” y que divisar al enemigo es, en realidad, intentar “mantener a raya sus propios miedos”. Podría ocultarlo, pero sería como “ir desnudo en un vagón/ Arrojarse en una curva/ Rodar/ Por la tierra seca/ Entre cardos/ Alguna serpiente/Preferentemente de cascabel/ Perder el conocimiento/ En un verano tórrido/ Y que te despierte la lengua de un caballo”.
Después de todo, se trata de “Escribir 42 poemas/ para entender/ que se tienen dos/ Mezclar y ver/ que en realidad/hay uno/ Que da un portazo/y te agarra los dedos”.