Claudia Masin: “Para la poesía todo puede ser de otra manera”
Claudia Masin es poeta, psicoanalista. Nació en Resistencia, Chaco, vive desde hace unos años en Córdoba. Ha publicado más de 10 libros de poesía, entre ellos El cuerpo, La materia Sensible, La desobediencia (que es su poesía reunida). El 17 de marzo presentará su nuevo libro, Curar y ser curados, en Hasta Trilce, a las 18 h. Agencia Paco Urondo conversó con ella sobre esta obra y su relación con la poesía.
Agencia Paco Urondo: Me gustaría empezar por cómo empezó tu vínculo con la poesía y la escritura.
Claudia Masin: Siempre cuento que mi vínculo es un poco paradójico porque se dio a través de un libro que, teóricamente, era de narrativa. A los 14, 15 años, me tope en la biblioteca familiar con La vida tranquila, de Marguerite Duras, que es el segundo libro de ella, lo escribió muy joven, 24 años más o menos. Fue una revelación. Descubrí que había otra manera de relacionarse, de trabajar el lenguaje, que no había encontrado en las ficciones que leía. A partir de ahí surgió el deseo de escribir de esa manera, no tenía la menor idea de cómo hacerlo. Después iba a llegar Alejandra Pizarnik, una clásica lectura de adolescencia, a quien yo siempre reivindico porque, generalmente, se les baja el precio a los autores, las autoras o les autores que son lecturas iniciáticas. Pizarnik me sigue pareciendo una poeta extraordinaria. Luego vinieron los talleres con Diana Bellessi, ya viviendo en Buenos Aires y a partir de ahí me animé a escribir poesía. Al principio no reconociéndome como poeta y con el tiempo, ya legitimándome o sintiéndome escritora.
APU: ¿Cómo fue ese encuentro con Diana? Aún la seguís mencionando mucho en tus poemas, inclusive en el último libro hay poema dedicado a ella en el que decís “quizás hay cosas que me enseñaste en su momento que están cayendo las fichas ahora”.
C.M.: Absolutamente, es así, es muy sincera esa dedicatoria. La magnitud de la transmisión de la que es capaz Diana produce esas cosas. De repente, a mis 50 años, hay cosas que a los 25 ella me transmitió en su taller y que recién ahora estoy entendiendo por dónde van. Sin dudas, es mi maestra, Diana. Además de ser la poeta que es, tiene esa capacidad que no cualquiera la tiene. Hoy es mi amiga, de hecho tenemos un grupo de amigas con las cuales hacemos unas lecturas llamadas “Yeguas” en diferentes lugares. Ya lo hicimos en Rosario, en Buenos Aires, ahora nos vamos a la Ciudad de Santa Fe y es un gustazo compartir ese espacio con ella.
APU: ¿Cómo te abre la puerta la poesía? ¿Qué otras cosas te invita a leer o qué poetas recordás de esos primeros tiempos?
C.M.: Esos primeros tiempos estamos hablando de los años 90, cuando llego a Buenos Aires y empiezo a leer poesía contemporánea (en el Chaco no tenía acceso a ese tipo de libros) la que me llama la atención es la escrita por mujeres. Argentinas, básicamente. Las primeras son Susana Villalba, Diana, Irene Gruss, esas tres de las más influyentes para mí.
APU: Como una constelación…
C.M.: Siempre digo como si cada poeta tuviera su familia poética y es cuestión de ir encontrándola a lo largo de la vida, en los textos. Personalmente, me sentía muy cerca de la escritura de Susana Villalba, de su sensibilidad. De hecho, fue la que presentó mi primer libro.
APU: Lo que venís diciendo me lleva hacia Curar y ser curados. ¿Cuál es para vos, como dice Juana Bignozzi, la función social de la poesía, o qué función cumple?
C.M.: Una de las primeras cosas que me dijo Diana cuando la conocí (yo estaba completamente fascinada con Pizarnik y la figura de la poeta maldita) fue “basta con la figura de la poeta atormentada, y muchas otras cosas en la poesía que son más vitales”. Me cuestionaba y cuestionaba esta posición donde muchas mujeres nos colocábamos y nos seguimos colocando de ligar una vida de sufrimiento con una vida de escritura. Eso, en su momento, fue como muy revolucionario para mí. La resonancia de eso hizo aparecer con mucho más fuerza en mis textos, a partir de un libro que es de 2015 que se llama La cura, esta función en mi poesía que tiene que ver con la sanación. No la sanación en el sentido terapéutico, escribir en lugar de hacer una terapia, un tratamiento psicoanalítico, tomar una medicación. Es la escritura con su propia y particular manera de sanar. No sólo a nivel personal sino la capacidad de sanar el tejido social, como volver a trazar esos hilos de la trama social donde hay un agujero. Por esos agujeros donde circulan los discursos de odio, fundamentalmente ligados al miedo del otro. Para mí, la función social y política de la poesía tiene que ver con eso, con armar red con otres, establecer una conversación. En el curso de esa conversación es donde se va produciendo esta especie de sanación. Reinventar el pasado. El propio, el de la tribu, de la sociedad en que vivimos. Para mí, es una función central de la poesía. No aceptar nada como dado. Para la poesía todo puede ser de otra manera.
APU: Hablás de un acto de desobediencia.
C.M.: Exacto. De por sí, la poesía, desobedece muchas veces desde un punto de vista sintáctico. No necesariamente, pero genera una ruptura en el lenguaje. Aunque respete la sintaxis, genera una ruptura con el discurso de la comunicación. Busca otra manera de decir que esté viva.
APU: Hablás de tres palabras hermosas y revolucionarias que son compasión, acontecimiento y emancipación. En este juego de reinventar ¿cómo es la interpretación que le das en Curar y ser curados a estas tres palabras que mueven al mundo?
C.M.: Más en una época como ésta, cuya marca, lamentablemente, es la crueldad. Es una sociedad muy cargada de crueldad, de discursos y de hechos crueles. Naturalizados. Me parece que en ese sentido, la compasión es revolucionaria, ese intentar ponerse en el lugar de otre muy diferente es un movimiento que va a contramano de esa fuerza tan destructiva que tiene que ver con la crueldad. Y la compasión se liga con la ternura, con poder ver a le otre amorosamente. A cualquier otre, porque en el libro, precisamente, eso está como muy marcado. Hay un texto de Maillard, “La compasión difícil”, donde ella habla de esto, de que no se trata sólo de una compasión ante la víctima, sino de una compasión que sea más universal. Lo ligo mucho con el budismo. ¿Dónde aparecería la poesía, acá? Mi idea es que no puede haber poesía si no hay empatía, compasión, que no son la misma cosa, pero van por el mismo lado. Descentrar el yo para poder entrar en ese otro. Después, cada poema es, en si mismo, un acontecimiento y que hay poemas en la vida de cada uno que lo son, en el sentido de que hay un antes y un después. Creo profundamente en el poder de transmutación que tiene la poesía. Lo que creíamos que era inamovible, moverlo. Y las consecuencias que eso trae, porque la escritura es un acto. Y la emancipación tiene que ver, fundamentalmente, en relación al miedo de hablar. En La mujer maravilla y yo, las mujeres que aparecen en el libro son muy cercanas y en otros casos son referentes. Cuando escribí el libro no lo pensé, pero una vez que salió pensé que lo que tienen en común estas mujeres es esa capacidad de hablar sin miedo. Dicen lo que nosotras callamos por miedo a las consecuencias, están más allá de eso. Eso con el precio que tuvieron o tiene que pagar. Del otro lado está la posibilidad de liberarse de esos mandatos que pueden afear y empobrecer la vida en forma impresionante.
“Mi idea es que no puede haber poesía si no hay empatía, compasión, que no son la misma cosa, pero van por el mismo lado”.
APU: Hablás de palabras que corresponden a un dispositivo de un lenguaje dominante ¿Cómo podemos desde la poesía para pelearle al poder hegemónico esas palabras para poder deconstruirlas o reinventarlas?
C.M.: El primer texto del libro habla de la empatía como condición de la posibilidad de la poesía y en el libro lo que cuento es que decidí reemplazar la palabra empatía porque ha sido mercantilizada y, por ende, vaciada. Por eso la elección de la palabra compasión, pese a que empatía es una palabra preciosa. Compasión, de repente, puede que haya una asociación con el discurso cristiano, con la idea de lástima. Son cosas que en el libro me resultó muy importante discernir. No se trata de la lástima, sino de la identificación con otro que está sometido a las mismas cosas que una. Muy alejado del concepto del perdón. Como también dice Maillard, no tiene nada que ver con establecer un juicio moral y decidir que alguien es culpable y perdonarlo, sino tratar de comprender cómo alguien llega a esos lugares, monstruosos, a veces.
APU: Me gusta ese movimiento, corrés las cosas de lugar al pensar en ese ser que hizo daño para ver qué es lo que lo llevó a hacerlo.
C.M.: Lo cual es muy difícil y muy incómodo. Una no tiene ganas de ponerse en el lugar de alguien que te dañó, que dañó a otres, mucho. Sin embargo, es la única manera de salir de ese circuito de crueldad. El deseo de venganza, el odio, están en el mismo circuito. Creo que eso lo entendieron muy bien las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, los Hijos, que al buscar justicia, pero no venganza, dieron vuelta la ecuación. Para mí, para mi vida, la poesía cumplió siempre esa función: sacarme de esos lugares y en vez de trabajar sobre la literatura como venganza, pensarla como un modo de entender, me parece que lo que más nos desespera es que no entendemos por qué alguien nos puede causar tanto daño e, inmediatamente, lo convertimos en un animal. Decimos de él que es una bestia, que está afuera de lo humano. También es parte de lo humano el odio, el impulso de destruir. Como en el caso de los rugbiers: después de que se hizo justicia, se seguía pidiendo tortura y otras cosas parecidas.
APU: Y es muy difícil de explicar.
C.M.: Exacto, porque no se trata de perdón, de decir “pobres, ahora van a tener este castigo”. No se trata ni de culpar ni de exculpar. Salirse de esa mirada de lo bueno, lo malo, tratar de no alimentar eso en una misma y en la sociedad en que vivimos. Demasiado tenemos de eso. No creo que la posición ultrapunitivista sea la salida. No sé cuál es la salida, pero por ahí no es.
* Por decisión de la autora, el artículo contiene lenguaje inclusivo.