Sebastián Basualdo: “Escribir es como hablar solo, y uno habla consigo mismo de lo que conoce, imagina, o cree conocer”
El escritor Sebastián Basualdo habló con AGENCIA PACO URONDO sobre la publicación de su nueva novela Todos los niños mienten, editada por Emecé. "Lautaro, el personaje principal, recorre el edificio con mirada infantil y se detiene en cada detalle, en cada primera contemplación. El vecino flamante se encuentra con Roitter y Speedy y el nacimiento de la amistad fluye espontáneamente como el juego en la infancia", señala Inés Busquets.
AGENCIA PACO URONDO: En la novela es la mirada de un adulto lo que hace salir a los chicos del mundo del juego. El fin de la inocencia es el fin del juego. ¿Porque lo eligió como un elemento central?
Sebastián Basualdo: En un principio, me interesaba pensar qué quedó en mí de aquel universo lúdico que tenía de niño. Mi relación con el tiempo, por ejemplo, por entonces instalado en un presente continuo que, si avanzaba, era a modo de acontecimientos extraordinarios que venían a mí, como el comienzo de las vacaciones luego del último acto escolar.
La manera en que esperaba el domingo, día que mi papá iba a buscarme para llevarme a pasear al Italpark y al cine Los Ángeles. Por entonces, todo el verano entraba en una pelopincho. No conocía el mar. Gran parte de mi educación, no mi crianza, es por intermedio de la televisión: tengo siete años y juego con armas de plástico, soy un detective privado que no usa campera sino “una chaqueta negra de cuero” y, sin saber que se trata de New York, deambulo por una ciudad que no existe donde hay edificios con escaleras de emergencia y detengo a delincuentes que son latinos o rusos.
Me caso por primera vez a los ochos años con Sandrita. La ceremonia es un recorrido por el pasillo de su departamento frente a nuestras madres. No sé lo que es casarse, pero no importa. Una fotografía sacada por una Kodak Pocket, atestigua nuestra felicidad. También están los miedos o el miedo concreto a que mi abuela un día se muera. Sobre todo de noche, un guardapolvo colgado de una silla puede resultar aterrador. Mi capacidad imaginativa hacía que nunca me sintiera solo y, por lo tanto, conocí la imposibilidad del aburrimiento.
Creo en todo lo que me cuentan, sobre todo en las promesas. Soy inocente. En algún lugar están los juguetes que me compraban y todos los que nunca pude tener por ser demasiado costosos. Un auto a control remoto, por ejemplo, que un amiguito llevó a la escuela y me lo prestaba durante el recreo. Un autito a control remoto que su tío le había traído de otro planeta llamado Miami. En el año dos mil los autos van a volar en ese planeta. Creo en todo lo que me cuentan.
Después de detective quiero ser karateka, arreglar cosas con una navaja como única herramienta. De pronto quiero ser un bici-volador. A otro amigo le compran una BMX. Un domingo que mi papá me viene a buscar le pido una bicicleta. Pasan los meses. Insisto. Y me compra una bici hermosa, pero no es una Bmx. No me gusta pero no se lo digo. Yo quería una Bmx… ¿Yo quería? No puedo advertirlo, pero ya estoy creciendo hacia el lado equivocado. No alcanza con desear algo para tenerlo.
APU: ¿Qué aprendizajes surgen en ese momento?
S.B.: Aprendo cosas que son perfectamente naturales: la noción del trueque, por ejemplo, mi He-Man por tu autito, mi He-Man por tu lapicera o por un pedacito de alfajor… como ves, mi noción del trueque puede no ser muy conveniente. Sigo creciendo hacia el lado equivocado… De un armario de la escuela me robo un muñeco de madera. Así que ahora también soy un ladrón, un delincuente de ocho años. Me atrapan. Lloro. Voy perdiendo la inocencia. ¿Para qué quería yo ese muñeco de madera? Para jugar. Hay un dibujo animado que es mi preferido: Popeye el marino. Mi abuela me cocina tartas de espinaca. Voy a ser fuerte como Popeye, pero no para crecer con una alimentación balanceada y crear buenas defensas… No. Voy a ser fuerte para pegarle a los acosadores “estilo Brutus”, nadie se meterá con mi abuela o mi mamá. Mi piña será mortal. Necesito una pipa. En la juguetería se vende la pipa de Popeye… y no solo la pipa, también me regalan un cigarrillo de juguete que largaba humo soplando…Debe haber alguien de mi generación que lo recuerde. A los nueve años empiezo a fumar las colillas de los cigarrillos que encuentro en los ceniceros. Pasa el tiempo. Un día se decidió que yo había crecido lo suficiente y regalaron o donaron mis juguetes. Recuerdo que me enojé muchísimo y sobre todo de la respuesta: “Sí, ya estás grande y ocupan demasiado espacio. ¿Para qué los querés, si no lo vas a volver a usar?” Usar… Hace poco, un hombre que merece mi respeto por muchas cuestiones, Teodoro, una tarde me regaló una caja de playmobiles que habían sido de su hijo. En ese regalo pude recuperar algo inefable… mis manos de adulto sosteniendo un ejemplar de aquella época. Un viaje.
“A medida que el mundo que conociste vaya desapareciendo, vas a tener la necesidad de mirar hacia una repisa”.
APU: ¿Cómo fue el proceso de escritura de la novela?
S.B.: Me costó muchos años escribir esta novela. Al punto de que, en un momento, sentí que intentaba hacer algo que estaba por encima de mis posibilidades. No encontraba el tono ni el narrador. Si escribir, y yo creo que sí, es como hablar solo, no se parte de un concepto… como decirte “quise escribir sobre el fin de la inocencia”. A veces puede ser una sensación o una imagen lo que funciona como disparador, creo. Los años 80 están en mí porque fue ahí en donde transcurrió mi infancia. Escribir es como hablar solo, y uno habla consigo mismo de lo que conoce, imagina, o cree conocer. En ningún momento pretendí escribir sobre una época. La literatura te permite vivir dos veces, decía Pavese. Nadie debería expropiar a nadie de los juguetes que le fueron regalados. A medida que el mundo que conociste vaya desapareciendo, vas a tener la necesidad de mirar hacia una repisa. Por algún orden misterioso, o por una especie de justicia poética, un playmobil se esconde al fondo de un cajón. Lo último que me queda de mi infancia.
APU: El final de la inocencia…
S.B.: Hay algo así como una muestra arqueológica. Un día leí aquello de Proust sobre cuando era niño y los hombres de la familia (abuelo, tío, padre) le dieron un sermón por algo que él había hecho. Luego de hacerlo esperar afuera del despacho bastante tiempo y, una vez que finaliza la reunión, en el momento en que uno de los hombres le dijo que podía retirarse, al momento de cerrar la puerta, escucha las risas de esos hombres y él piensa que fue ahí cuando perdió la inocencia. En un momento, levanto la mirada del libro y observo mi playmobil que guardé en una cajita. Y nació lo que terminaría siendo Todos los niños mienten que, como vos bien decís, es sobre el final de la inocencia. A veces se la pueda perder de forma traumática, rotundamente como un desmoronamiento. O a cuenta gotas. ¿Qué pasa cuando se pierde definitivamente la inocencia? Comienzo a escribir Todos los niños mienten, amparado por mi proyecto literario y retomo a Lautaro Nogán, mi personaje. Pero en un momento me doy cuenta de que no me alcanza y que por nada del mundo quiero un tono nostálgico y ahí nació Roitter, un personaje que tiene doce años y no va a la escuela y todo lo que aprende lo convierte en juego. Una especie de genio, un distinto. Y ya se sabe lo que le sucede a esa clase de seres en una sociedad como la nuestra.