El Cordobazo a lo Prévert
Por vía de explicaciones sobrenaturales, de azar o lacanianas, hay quienes dicen que todo –incluyendo, o en particular, nuestras expresiones y percepciones- se vincula subterráneamente, aunque no lo sepamos, hasta que se revela y sorprende.
Tal vez no haya que indagar por una explicación en otro lado más que en la materialidad colectiva de la Historia.
Era la noche del 29 de mayo, fecha significativa si las hay en el alma(naque) popular. Entre otras cosas, aniversario 54 del comienzo del Cordobazo.
El gran músico Danilo Grimoldi acercó a la mesa que compartíamos a Jacques Prévert, poeta francés dado a demoliciones emocionales, casi ontológicas, en general sin utilizar adjetivos-aditivos: pelando el hueso de lo real.
Estaba conmocionado, y logró compartirlo, por un poema en particular:
Desayuno (1945)
Echó el café
En la taza
Echó leche
En la taza de café
Echó azúcar
En el café con leche
Con la cucharilla
Lo removió
Bebió el café con leche
Dejó la taza
Sin hablarme
Encendió
Un cigarrillo
Hizo aros
Con el humo
Echó la ceniza
En el cenicero
Sin hablarme
Sin mirarme
Se levantó
Se puso
El sombrero
Se puso
La capa de lluvia
Porque llovía
Y se fue
Bajo la lluvia
Sin una palabra
Sin mirarme
Y yo tomé
Mi rostro entre las manos
Y lloré.
Lo narrativo se impone, con rigor de cachetada muda, de vacío grueso, de noche de domingo. El poder de las imágenes, gancho al hígado.
La escena de Prévert era hogareña, intimista o psicológica, pero por su narrativa no pude evitar pensar en Rodolfo Walsh, en esa forma suya de –también- pelar el hueso de lo real y mostrarlo al desnudo. En esa manera de contar, en que el periodismo es lo que se narra y el cómo y, en definitiva, nada hay tan narrador como la realidad misma.
Tampoco olvido que, pegado a la persiana, oí morir a un conscripto en la calle y ese hombre no dijo: “Viva la patria”, sino que dijo: “No me dejen solo, hijos de puta”.
(Operación Masacre, 1957)
En esa manera de contar, en que el periodismo es lo que se narra y el cómo y, en definitiva, nada hay tan narrador como la realidad misma.
El 30 repasé la cobertura que del Cordobazo hizo el Semanario CGT, que Walsh dirigía en la CGT de los Argentinos. Encontré una crónica que el lunes cumplirá 54 años: se publicó el 5 de junio de 1969, y –en juego de cajas chinas- recoge el testimonio directo del periodista Jorge Marrone sobre la muerte del estudiante Adolfo Bello, baleado en la cabeza por la policía durante las protestas del 17 de mayo en Rosario.
Es eso: estremecer narrando simplemente la realidad. La nota, reproducida por el Semanario CGT el 5 de junio de 1969, se había publicado originalmente una semana antes en la revista Así. Éste es su párrafo final:
Los otros no podían hacer otra cosa que mirar. Y miraban impotentes. Exactamente a las 19.05 Adolfo Bello respiró un poco más profundamente. La cabeza, totalmente cubierta por vendas, apenas se inclinó hacia su izquierda.
Todos los médicos se miraron entre sí.
Bajé las escaleras corriendo.
Y sentí frío.
Ese frío en la nuca puede sentirse leyendo, no necesita amplificadores ni adjetivos ni ornamentos. Es más que polar, es epidérmico y quirúrgico. Contagioso, 54 años más tarde.
En ese frío anidaba, no obstante, el espiral de rebelión que estallaría doce días después de aquella injusta muerte.