Reseña: Ana Gómez, poesía que se escribe en el “Tren”
Tren es la nueva obra de Ana. Trabajadora Social, profesión que hace unos años comparte con la escritura, presenta su nuevo libro de poesía y prosa poética.
Aparenta ser su forma de contar con bellas palabras las vivencias que experimenta durante sus viajes hacia Moreno en el Ferrocarril Sarmiento. Sin embargo, al avanzar por esa vía, el lector se da cuenta que ese viaje es hacia su interior y hacia su infancia, dirigido a aquellos momentos, lugares y voces que quiere recuperar y atesorar.
“En una pieza del fondo de la parte anexada de la casa, guardábamos los muebles de los dueños. Tal vez allí me hice poeta, viendo cosas quietas que envejecen, en el delirio de guardar lo que ‘algún día’”.
Ana va describiendo cómo es ese recorrido de Liniers a Moreno con sus compañeros de viaje, reparando en el cansancio, en las grietas de sus manos y en esa pequeña felicidad que se experimenta en el regreso de los viernes, mirando un ocaso de colores por la ventanilla:
“(...) las manos acarician la espera
con los cayos que se hacen
de mezclar cal con arena
mojar ladrillos
apilar pensamientos
y alisar salarios”
Se baja en diversas estaciones: en las vacaciones de Villa Gesell, en su casa la niñez en Paternal, en la casa de su abuela Cheche, en Las Marianas, un lugar cerca del campo, donde descubrió que el oficio de su papá era “amuletero”.
Consultada por APU sobre esta nueva obra, nos cuenta que siente que este libro es diferente a los anteriores, que simplemente reunian poemas y relatos, porque tiene un sentido, un hilo conductor.
Son poemas escritos en un tren en el que ve, a su alrededor, sufrimiento y dificultades que cada uno lleva como puede. Inspirada en los seres que encuentra a diario en los vagones, sintió que, en algún punto, se cruzan el viaje diario y el interno hacia su historia familiar y sus raíces. Fue en su casa de la infancia donde asegura que se “abrieron sus ojos poéticos”, con los que hoy está profundizando en algunas cuestiones sobre las que le interesa escribir.
Sus expectativas para este nuevo trabajo anidan el deseo de que muchas personas puedan subirse a este Tren, no para ir cada uno absorto leyendo la pantalla de su celular, sino para mirar a los otros con quienes nos conectamos, solidarizamos y, por qué no, nos reconocemos. Que les llegue a ellos, para saber que alguien los vio y los relató.
Es, también, para los que no viajan en tren porque tienen otros recorridos de vida, pero que se conmuevan al leer la historia de los que salen muy temprano y regresan muy tarde, o aquellos que viven de lo que intentan vender durante los viajes a pasajeros que casi nada pueden comprar. Ese mundo particular de los andenes y estaciones en donde conviven las expectativas de los reencuentros y a la vez las tristezas de las despedidas.
Personajes, objetos, texturas y recuerdos acompañan el viaje. Detalles muy puntuales de sus tardes infantiles, como el cartel en la heladería que anunciaba una mudanza que nunca ocurrió, pero que tiene algún peso y por eso existe como recuerdo. El amor y agradecimiento que siente por sus padres que, con no tanto, supieron generar espacios de felicidad y plenitud en una familia numerosa, que hoy incluye a los nietos. Adolescentes que miran pantallas y hacen enojar al abuelo, quien no acepta que un objeto interrumpa ese mirarse a los ojos.
Autora también de Poesía en los techos, Poesía en la calle, Florida, Amor o barbarie, Pibes rotos, Algo tan breve como decir Ana. En Tren, Ana descubre y comparte ese alivio y convicción que la empuja a relatar aquello que le pasa por el corazón: “Escribo para hacer, tal vez, ese trabajo. De registrar el paso de lo errante, de presentarme de nuevo, que no estamos terminados. Escribo para volver al comedor de la casa y decir gracias, por ese fondo dibujado en tiza, que ha señalado mi adelante”.
“Esta soy yo.
La fila de asientos es el tren.
El agua que cae del lado de afuera es la lluvia (…)”