Navidad, qué fiesta

Aprovecho que hoy es navidad para compartir algunas ideas sobre tan importante fecha. Como agnóstico, no sólo no creo en navidad (ni en dios ni en su encarnación), sino que siempre pensé a la navidad como un signo de colonización yanqui: ¡no me digan que no es absurdo tener un arbolito “nevado” cuando en la realidad hace 40 grados de calor húmedo! Un tipo gordo y barbudo volando con renos metiéndose por las chimeneas para repartir regalos, hay que estar alienado para creer algo así. Ya sé, nadie cree eso (por lo menos desde los seis años en adelante).

En “las fiestas” en realidad se “festeja” otra cosa —y pongo festeja entre comillas porque no solo es usual que en la reunión familiar con la que se celebra la venida del hijo de Dios a esta tierra infame se terminen agarrando tremendas trifulcas, en realidad no se festeja nada sino que se aprovecha para que la familia se reúna (para despedir el año, el 31, ya no es la familia la que se reúne sino que, por lo general, son amigos, salvo que se tenga pareja y se pase una fiesta en cada casa).

El argentino es un pueblo familiero, le gusta reunirse y gritar más fuerte que el vecino de la mesa —en cada familia está el gritón, está el que cuenta chistes, está el que se enorgullece del pan dulce que trae cada navidad, aunque después no haga ni un p… regalo. Está también el borracho, que termina abrazado al inodoro en la casa de los suegros, como solía ocurrirme a mí cuando pasaba la fiesta en la casa de los padres de mi última pareja.

Hace muchos años que no paso ninguna de las fiestas en la ciudad, la paso en Valeria del Mar, por lo general con mi hija mayor, que es judía. Suele venir algún amigo, también. Es el día que no abrimos la pizzería y nos vamos a la tardecita a la playa a tomar cerveza. Después de cenar, esperando la medianoche, solemos mirar alguna de las películas que se refieren a navidad. Es nuestro ritual. La que más nos gusta es Love Actually, pero también vimos The Grinch, Elf, The Holiday, The Polar Express, Die Hard, Los fantasmas de Scrooge y, por supuesto, El extraño mundo de Jack, que nos encanta porque nuestro arbolito suele ser tan escuálido como los personajes de esa peli.

Cuando nació mi segunda hija, todo cambió (de hecho, empezamos a armar el escuálido arbolito, pero arbolito al fin). En alguna navidad me llegué a vestir de papá Noel, un papá Noel medio flaco salió, aunque los chicos que estaban esa noche no llegaron a identificarme. Desde hace varios años reproducimos los hábitos normales de cualquier casa, ponemos los regalos al pie de la rama de pino, a las 00:00 corremos a abrirlos y nos abrazamos y bailamos contentos. Después nos vamos a la playa. Y no me siento culpable, como me pasaba antes, cuando todo esto me parecía un comportamiento cómplice. La gente cambia, por suerte.