Mariana Chaves: “Si no hubiese estado mi vieja, mi papá no podría haber tenido esa militancia”
La primera hija de Gonzalo Chaves, Mariana, recuerda y reflexiona sobre la militancia en tiempos álgidos de sus padres. El recuerdo de su mamá, Amalia Ramella.
El quiebre en sus vidas con el asesinato de su abuelo Horacio y su tío Rolando, la clandestinidad, el exilio y, en un momento, el basta.
Agencia Paco Urondo: Cuando vos nacés ¿Cómo estaba compuesta tu familia, cuál era su situación?
Mariana Chaves: Nací en noviembre de 1968, mis papás ya tenían un hijo, mi hermano mayor, Gonzalo que nació en febrero del 67. Vivíamos en Gambier, pero al poco tiempo nos fuimos a vivir a una casa que se construyeron en Los Hornos, donde transcurrieron mis primeros años de infancia. Estábamos escolarizados, él iba a la primaria, yo al jardín de infantes. Mi mamá laburaba en el Instituto de Bienestar Social o del Seguro Social, algo así era el nombre; y mi papá en ENTEL. Los dos militaban fuerte, así que a nosotros nos cuidaba mucho mi abuela paterna y algunos tíos.
APU: ¿De tu abuelo Horacio tenés recuerdos?
MC: De algunos juegos, de algunas cosas que él, de la casa. Él practicaba salto en largo en un pasillo ancho del costado de la casa, y me ponía a mí de marca para ver a donde llegaba. Tengo recuerdos de mi tío Rolando, me llevaba al taller donde trabajaba, de reparación de electrodomésticos. Algunas imágenes de los cuatro o cinco años, de la casa de la abuela me acordaba bien.
APU: Una familia marcada por la política: mucha reunión mucha, militancia.
MC: De eso no tengo el recuerdo antes del 74, sí después. Pero en esos primeros años de edad no tengo recuerdos de reuniones, sería porque nos quedábamos en lo de la abuela, sí después, pero me parece que hacían todo y después nos pasaban a buscar. En el año 74, cuando asesinan a mi abuelo y a mi tío, levantamos la casa de Los Hornos y pasamos a vivir en la clandestinidad. En mi caso, hasta marzo del 83. En el caso de mis viejos, hasta diciembre de ese año.
APU: ¿Cómo fue el tránsito de esta etapa clandestina? ¿Qué te decían tus padres
con respecto a eso?
MC: Primero vivimos unos meses en casas de compañeros en La Plata. Recuerdo que en una de Ringuelet explotó un calefón y no pudimos volver más. Finalmente, terminamos en Quilmes. Ahí hice primero y segundo grado. Teníamos otro apellido, los adultos también tenían otro nombre. Ahí nos explicaban por qué estábamos luchando y que había que tener medidas de seguridad, a quién se podía traer, a quien no, en qué parte de la casa se podía jugar, de que se podía hablar, de dónde venías, qué hacían tu mamá y tu papá. Todo te aprendías y reproducías.
APU: Debería ser complejo.
MC: Me han preguntado investigadores de la infancia y la verdad que no tengo recuerdos de la complejidad, de la sensación de todo eso. Si la de sensación de miedo.
No se nos creaba una fantasía alrededor nuestro, era la realidad. Miedo a que se mueran, a que los maten, a ser descubiertos. Eso te disciplinaba mucho para ser cumplidor con todas las cosas.
APU: Empieza la etapa de dejar una casa, ir a la otra, luego el exilio ¿Cómo se fue dando esa etapa?
MC: Devino en una vida de nunca estar más de un año y medio en un lado, salvo en Cuba, pero tampoco estuvimos mucho más. En Quilmes, años 75 y 76 era una época de militancia fuerte de mis viejos, la lucha armada, y se empieza a notar cómo mi mamá deja de hacer algunas actividades políticas para cuidarnos a nosotros y mi viejo a hacer más. El estaba en toda la cuestión sindical de zona sur, con Armando Croatto. En el 77 nos vamos para Italia.
APU: Salir del país, el viaje en avión ¿Eso está presente?
MC: Mi viejo se fue antes (eso pasó muchas veces) y nosotros vamos después, con mi mamá. Creo recordar que salimos, esa vez, por Brasil. Estuvimos un tiempito en Río de Janeiro y de ahí a Roma.
"Alfonsín siempre siguió persiguiéndolos en democracia, tiempo después sale la captura internacional y él consigue refugio de Naciones Unidas (ACNUR) para ir a San Pablo en Brasil".
APU: ¿Cómo fue verlo a tu padre después de tanto tiempo?
MC: Igual. Lo veía poco por épocas en la cotidianeidad, y en otras más. Ya en Italia, vivíamos con otros compañeros también de la organización. Tengo la sensación que cuando estábamos en el exterior lo veíamos a mi viejo más que acá, en Argentina. El período que estuvimos clandestinos, él salió y volvió a entrar varias veces del país. Ahora recuerdo que en algún momento estuvimos en Córdoba. Poco, pero estuvimos. En una casa chorizo, que en cada pieza vivía una familia.
APU: ¿Y cuando iban otros compañeros a mantener reuniones, lo hacían con sus hijos?
MC: Cuando vivíamos en Quilmes teníamos mucha relación con la familia de Armando Croatto y Susana Brardinelli. Sus hijos son nuestros amigos de esa época. Con esa familia convivimos no en la misma casa, pero sí en el mismo país en diferentes epocas. Evidentemente tenían la misma tarea que mis padres, por eso se vinculaban en varias partes del mundo. Después teníamos bastante relación con Carlón, su nombre real es Eduardo Pereyra Rossi, que no tenía hijos. Éramos como los sobrinos predilectos aunque creo que tenía varios predilectos. Era uno de los que entraba tabicado a la casa y tenía reuniones. Las reuniones, a veces eran citas en espacios públicos o confiterías y, a veces, nosotros también estábamos.
Cuando vivimos afuera se veían con otra gente exiliada. Algunos de los exiliados más clásicos, que eran los que estaban muchos años en un mismo país, y después estaban los que continuaban como nosotros militando dentro de la organización, y estabamos poco tiempo en cada lado por la clandestinidad y la persecusión. A veces nos tocaba vivir con otra familia, como en Italia, y no teníamos ni idea de quiénes eran realmente.
APU: Por lo que te escucho, siento que a pesar de todos los avatares lograron mantener siempre la familia unida, tu padre el que más se ausentaba pero vos decís que siempre estuvo presente.
MC: Por ahí podía pasar semanas o un par de meses y después ellos siempre rearmaban una vida familiar. De ir a la escuela cuando se podía, y si no se podía nos mandaban alguna maestra particular. Nos daban una rutina y siempre decían que había que insertarse en las cosas comunes que hacían los demás. Entonces, íbamos al club del barrio, tenías amiguitos del barrio. Siempre mantenían mucho el relato de la patria argentina. Hemos vivido en algunas condiciones que no teníamos un mango y siempre, mi viejo se daba maña para hacernos juguetes o cosas. Recuerdo que una vez hizo un arbolito de navidad con un paraguas y papel crepe. Cuidaban que nosotros tuviéramos todas esas cosas. Cuando se podía, hacíamos alguna reunión a escondidas con algún tío, primo, abuelo; cuando no, se intentaba de otra forma: llamados o cartas. Cuando volví, gracias a eso los tenía porque yo sabía de ellos y ellos de nosotros, nuestras familias que quedaron en Argentina todo ese tiempo hicieron muchas cosas por nosotros.
De Roma pasamos por Francia; finalmente, vamos a España en el 78 y ahí nace mi hermana Julieta, la más chica de nosotros tres. Tengo otros dos hermanos del segundo matrimonio de mi papá, pero eso fue muchos después.
Julieta nace en abril y en septiembre del 78, aproximadamente, volvemos a Argentina y vivimos casi un año en la clandestinidad, en Remedios de Escalada. Al principio, mi papá estuvo y después se ausentó bastante tiempo hasta que nos avisan que nosotros también tenemos que salir del país. Nuestro destino final fue Cuba.
APU: Cuando le preguntabas a tu papá qué es el peronismo, la militancia ¿Era de estar con ese discurso, aparecían esos planteos?
MC: No tengo el recuerdo de haber preguntado eso hasta, te diría, casi la década del 90. Era como dado. Yo era peronista y listo. Fue como un shock muy grande volver a Argentina y entender que ese mundo que, para mí era tan naturalizado, era una cosa… no te digo exótica, pero era algo que hacía un sector de la población que no era el mayoritario. Esa naturalización, más todo el esfuerzo, el sacrificio que se hacía para vencer, y no se logro, después se fue juntando en la derrota. Encima después fue la persecución en democracia de Alfonsín.
En el año 82 mis viejos vuelven clandestinos al país sin nosotros tres. En ese momento había un análisis de agudizar la conflictividad. La dictadura, después de Malvinas, estaba más flaca. Ellos vuelven a zona sur, a reactivar lo sindical. Se van a vivir Ezpeleta y nosotros 3 quedamos en Cuba, en la Guardería. Antes de eso vivimos un año en México con ellos. En marzo del 83, que se sabe que va a haber elecciones, nos van a buscar nuestros abuelos maternos a México y nos ingresan al país, legalmente. Vamos a La Plata, a vivir con mis tíos (hermano de mi papa) y mis papas siguen clandestinos hasta diciembre. Recién ahí nos reunimos todos, vivimos felices y comemos perdices, pero no por mucho porque fue el juicio a las Juntas y el juicio a Montoneros. Mi papá es acusado y se inicia la persecución a mi viejo y él se va a vivir a Uruguay. Eso no me acuerdo si es el 84, pero el 85 seguro.
Nosotros lo íbamos a visitar. Alfonsín siempre siguió persiguiéndolos en democracia, tiempo después sale la captura internacional y él consigue refugio de Naciones Unidas (ACNUR) para ir a San Pablo en Brasil. Ahí pasa otra cosa: mi madre decide irse también a San Pablo. Mi hermano y yo (tenía 18) les decimos que no nos vamos a ningún lado más y ellos tuvimos que salir a trabajar los dos para poder quedarnos. A Julieta se las llevaron con ellos, iba a la primaria, estuvieron casi 1 año allá. Para nosotros fue duro porque tuvimos que salir a laburar. Yo iba a quinto del secundario a la mañana y a la tarde iba a trabajar.
APU: ¿También apareció la cuestión gremial en tu vida, hubo una incidencia por parte de tu viejo en esto?
MC: Hubo incidencia en la militancia, en general. Lo sindical no era mi eje, en la militancia. Empecé en la estudiantil, en el secundario, en la UES, después en la JUP, en la Universidad. Tengo un deber ser importante con la militancia. Sí tenía la cuestión de que entraba a un trabajo y automáticamente me afiliaba al sindicato. En un momento fui delegada y lo sigo siendo, ahora soy delegada de ATE por el CONICET. Hace unos años hice una experiencia como secretaria adjunta del gremio local, pero no fue buena y volví a mis otros ámbitos de militancia principal, aunque sigo de delegada. Milite mucho en el peronismo hasta los 90 y ahí con Menem y todo ese desastre que hubo con la Juventud Peronista, pasé a hacerlo en organizaciones sociales y culturales.
Creo que la militancia nunca es muy cómoda, al contrario, los que se quedan cómodos son aquellos con los que uno -o por lo menos yo- no quiere estar. No sé no hacer cosas. Entonces estar en lugares donde no se pueden hacer cosas no me parece. Tengo mamado un modelo del sindicalismo que es muy de base, de creer en la comunidad organizada, la organización de los trabajadores, el saber de ellos, construir desde ahí, fortalecer los cuerpos de delegados. Esa manera mezclada entre la tradición de mi viejo, las formaciones que he hecho en educación popular, la profesión a la que me dedico (antropología), fortalece siempre esa idea de que es en el en la experiencia cotidiana el núcleo de la transformación.
APU: Amalia, tu madre ¿Qué reflexión hacés de su vida, de sus momentos, de lo que tuvo que afrontar?
MC: Si no hubiese estado mi vieja haciendo todo lo que hizo, mi papá no podía hacer esa militancia. Hacer una militancia, tener una familia, mi mamá dejándose un poco de lado en el liderazgo político. Además, muchísimas veces que se tuvo que parar la olla, la que salió a laburar era ella. Cuando la organización terminó de tener dinero, la que consiguió empleo estable fue mi vieja. Mi papá nunca volvió a tener un trabajo así, continuo siempre registrado, etcétera, paso por varios, algunos mas precarizados. Así que el papel de ella es fundamental, no solo para sostener la familia, las relaciones entre todos. Ya en democracia en Argentina volvió a la militancia en el ámbito en el que lo había hecho antes: la unidad básica, en Los Hornos. Después empezó a trabajar mucho con pibes en relación a la lectura y entonces fue parte de armar bibliotecas populares en el barrio La Granja, en organizaciones como la Obra del Padre Cajade. En los últimos años, lo hizo dentro del Hospital de Niños de La Plata, con mucho trabajo. Ponía cantidad de horas semanales y cabeza para pensar en lxs pibes y las familias.
APU: ¿Quién es y quién fue tu papá, Gonzalo Chaves?
MC.: Es como dos cosas a la vez. Uno es Gonzalo Leónidas Chaves, el nombre que ven los demás, el de la militancia, de su desarrollo de escritura, investigaciones, sus cursos, eso que yo lo admiro y la forma en que lo ven los demás la comparto, como esa figura que no es mía sola, sino de un montón de otra gente, donde soy una más. Y después está mi papá.