Rusia ganará la guerra: ¿Y después, qué?
La caída de Avdiivka, en la zona de Donets en la guerra de Ucrania, y los continuos avances de las fuerzas rusas en todos los frentes, preanuncia ya, con razonable certeza, una derrota próxima de la OTAN.
Para los EE.UU, y sus aliados occidentales, se trata de una derrota catastrófica. Por primera vez las fuerzas occidentales se baten en una lucha frontal contra Rusia. Y luego de una vocinglera campaña de propaganda, donde se presagiaba un seguro triunfo de Occidente, las fuerzas de la OTAN, caerán derrotadas.
Las dos décadas que siguieron al derrumbe de la Unión Soviética, en 1991, fueron de total dominio ejercido por la dupla anglo yanki. Se trató de un mundo unipolar que hasta fue consagrado por autores provenientes de la izquierda, como en la obra “Imperio” de Negri y Hard.
Durante este dominio se sufrieron graves derrotas como la destrucción de Yugoslavia, que quedó fragmentada en siete repúblicas, las invasiones de Irak, Afganistán, Libia e Irak, las revoluciones de “colores” contra regímenes árabes, y la agresión imperialista en Siria frenada, hasta cierto punto, por la intervención rusa.
El golpe de 2014 en Ucrania, conocido como Euromaidán, fue la última provocación exitosa de la potencia hegemónica. Si bien triunfante, el golpe atlantista, que se apoyó en (y promovió a) los nazis admiradores de Bandera, se enfrentó paulatinamente a la resistencia armada de los sectores prorusos del oeste y del sur del país. Es esta guerra civil la que en 2022 se transformó en una guerra abierta de la OTAN contra Rusia, cuando ésta se vio obligada a intervenir para parar la masacre de los habitantes insurrectos del Dombass, que sufrieron 15.000 muertos en los 8 años que siguieron al golpe.
La OTAN será derrotada en Ucrania
El imperialismo angloyanki, y sus lacayos europeos, empujaron a Rusia a la guerra con un cálculo por demás optimista. Por un lado pensaban que el esfuerzo bélico desangraría la economía de Rusia. Por otro, que las sanciones económicas terminarían por ahogarla. Perdieron en ambas apuestas. El producto bruto interno ruso no sólo no declinó sino que creció en más de un 3 %. Rusia afianzó exitosamente su comercio con China, la India y todos sus aliados. El PBI de los BRICS por primera vez sobrepasó a las siete potencias occidentales del G7. La pretensión de impedirle las transacciones internacionales, al expulsarla del SWIFT (acrónimo que significa: Sociedad para las Comunicaciones Interbancarias y Financieras Mundiales, por su expresión en inglés) condujo a la creación de un nuevo sistema de pagos internacionales, controlado por Rusia, China y la India. Lo que contribuyó a una mayor declinación del dólar como moneda de intercambio mundial.
Por otro lado, el resultado del enfrentamiento bélico resultó un fiasco para la OTAN. Algunos estudiosos de la estrategia militar concluyen que, hoy por hoy, las fuerzas armadas rusas han desplazado a las estadounidenses de la primera posición mundial, por experiencia de combate, pero también por producción militar convencional (municiones, tanques, aviones, drones, misiles, armas, etc), avances en guerra electrónica, etc.
Posible provocación
EE.UU. acaba de acordar con Finlandia el uso de 12 bases en su territorio para emplazar equipos ofensivos contra Rusia. Una amenaza que Rusia no puede aceptar. Y esta es sólo una de las alternativas de montar una provocación.
Un posible error al analizar la política guerrerista de EE.UU. es permanecer en el mero análisis racional, donde la guerra nuclear aparece, francamente, como un disparate. El peligro radica justamente en que la secta que hegemoniza desde hace 40 años la política exterior norteamericana, los llamados “neocom” (neoconservadores), está constituida por fanáticos evangélicos sionistas. Estos extremistas (discípulos de Leo Strauss) han consagrado el culto supremacista de “pueblo con destino manifiesto” para EE.UU. apoyándose también en el sionismo, que defiende a los judíos como pueblo superior “elegido por Dios”. Las diferencias son menores. Los evangélicos creen que Jesús fue el Mesías, los sionistas creen que todavía no llegó. Pero ambos acuerdan en que un cataclismo (o una serie de ellos) es necesario para acelerar el regreso (o la llegada) del Mesías para redimir al mundo, y establecer definitivamente la supremacía del pueblo judío y norteamericano sobre toda la humanidad. Aunque toda esta monserga suene a leyenda, o a ficción, para una mentalidad laica, ésta es la base sólida y permanente de la alianza de EE.UU con Israel, a pesar de todos los pesares y del genocidio del pueblo Palestino.
Esta ausencia de racionalidad en vastos sectores de la elite norteamericana y europea es lo que explica las absurdas propuestas de Macron de que se envíen tropas de la OTAN a Ucrania para evitar el triunfo ruso. Ideas avaladas por declaraciones similares del Secretario de Defensa norteamericano Lloyd Austin. La amenaza fue contestada por las autoridades rusas que manifestaron que esta injerencia directa conduciría inevitablemente a una guerra abierta, con el posible uso de armamento nuclear.
La guerra de Ucrania es la culminación de décadas de provocaciones estadounidenses para cercar a Rusia. Ya en la década del noventa Zbigniew Brzezinski planteaba, en su libro “El gran tablero mundial”, que Rusia debería ser desmembrada en tres o cuatro estados. Ratificaba asimismo que Rusia era un adversario natural de los EE.UU. sin importar que fuese capitalista o comunista. Es decir, que no se trataba de meras ideologías enfrentadas sino de intereses económicos y geopolíticos antagónicos. Según ello, el poder unipolar de EE.UU. estaría fatalmente amenazado mientras un enorme país como Rusia, con su inmenso reservorio de materias primas y de energía, permaneciese unido y soberano. Por eso la agresividad permanente contra el “oso” ruso. Por eso la expansión de la OTAN hacia el oeste hasta las fronteras con Rusia, incumpliendo los acuerdos con Gorvachov. Por eso también la creciente rusofobia actual.
Peligro de guerra
Estamos recorriendo un lento pero sostenido proceso de retroceso de la hegemonía estadounidense. Muchos analista vienen aludiendo a la llamada “trampa de Tucídides”. Con ello se refieren al planteo del historiador griego, autor de “La gueera del Peloponeso”, quien llegó a la conclusión de que ningún imperio en decadencia cede su lugar a otro en ascenso, sin recurrir a la guerra para evitarlo. El belicismo y la agresividad creciente del imperio angloyanki, y sus lacayos europeos, parecen confirmarlo. Por eso es posible que el porvenir sea un tiempo de peligro.
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