El cuarto reseteo
Se votó en el Senado Nacional el cuarto intento de reseteo del país creado entre el 4 de julio de 1943 – con la jornada liminar del 17 de Octubre – y el 16 de septiembre de 1955. Ese país se caracterizó por:
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una industrialización, vía reemplazo de importaciones, impulsada y sostenida desde el Estado,
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la utilización de la renta agraria como inversión estatal en ese proceso industrial,
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una permanente ampliación del mercado interno,
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un poderoso movimiento sindical, el más importante e influyente de Latinoamérica.
El Primer Reseteo
El primer reseteo fue la contrarrevolución cívico-militar llamada, paradojalmente, Revolución Libertadora. Sus principales efectos fueron el bombardeo a a Plaza de Mayo, el fusilamiento criminal de un general de la Nación y de ciudadanos indefensos, el encarcelamiento y la persecución de miles de dirigentes políticos y sindicales y el ostracismo durante 18 años del General Perón, así como el ingreso de la Argentina al Fondo Monetario Internacional. El impulso industrializador y democratizador del peronismo había sido tan fuerte que, aún bajo esas condiciones, no pudo ser detenido y la Argentina no volvió a ser ese “paraíso perdido” del país agroexportador anterior al año 1940. El ciclo que se inicia entonces se caracterizó por las tensiones generadas entre un país industrial, al que el frondizismo también expresaba y la cúpula gorila oligárquica de las FF.AA., como expresión de la Sociedad Rural y los grandes exportadores.
La proscripción del general Perón le puso a todo el ciclo la característica de su ilegitimidad despótica, que derivó en violencia política y en la radicalización y nacionalización de amplias franjas medias de la sociedad. El golpe del torpe general Juan Carlos Onganía, con la intervención de las universidades, las puso en las mismas condiciones que el conjunto del país. Los sectores medios de todo el país se radicalizaron a la vez que, en buena parte, se nacionalizaban, se acercaban al peronismo.
El ciclo terminó con un levantamiento del país que condujo al regreso del general Perón a la Argentina y su tercera reelección en 1973.
El Segundo Reseteo
El segundo fue el criminal Proceso, llamado con sarcasmo, de Reorganización Nacional iniciado con el golpe del 24 de marzo de 1976. Se encargó de hacer desaparecer y asesinar a 30.000 conciudadanos y entregar el poder económico a la vieja oligarquía agroexportadora y el capital financiero. Gran parte de su legislación económica nunca fue derogada, como, por ejemplo, su Ley de Entidades Financieras que continúa rigiendo. Intentó cumplimentar, en suma, los objetivos desnacionalizadores y desindustrializadores que los fusiladores de 1955 no habían podido realizar. Por esos caprichos de Clío, el período terminó con la Guerra de Malvinas, el enfrentamiento bélico más importante y justiciero llevado a cabo por nuestras Fuerzas Armadas desde la guerra de la Independencia. El ciclo que se inicia en 1983 estuvo signado por esa trascendente derrota nacional.
El tercero fue llevado a cabo por un presidente de origen peronista, Carlos Saúl Menem, que realizó buena parte del programa que los dos anteriores momentos no pudieron realizar. La venta y entrega de las grandes empresas estatales, como YPF, Aerolíneas Argentinas, Correo, Aguas Sanitarias y los ferrocarriles. Dispuso además la paridad uno a uno con el dólar y produjo una violenta y vertiginosa desindustrialización del país. Este ciclo estuvo determinado, entre otras cosas, por el fin de la Guerra Fría y la disolución de la Unión Soviética, con el consecuente establecimiento de lo que se ha conocido como “unipolaridad”, la hegemonía mundial de una sola gran potencia, EE.UU. Como es sabido, ese período terminó con las movilizaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001, la renuncia, primero, del ministro Cavallo y, al día siguiente, del presidente De la Rúa.
Según pasan los años
Este cuarto reseteo del país industrial, con una amplia clase media y una clase obrera bien paga y de relativamente alta ocupación, con una política internacional soberana y un proyecto de integración latinoamericana, tiene algunas características propias y nuevas. En primer lugar, se da en un momento en que el escenario internacional está viviendo profundas modificaciones. Hay una guerra en el corazón de Europa, en su frontera con Rusia. Hay un genocidio en Palestina y una creciente oposición a Israel, tanto en Europa como en Asia, así como en buena parte de los sectores politizados norteamericanos. China es hoy una potencia política y económica a la par de EE.UU. y ha establecido una alianza estratégica con Rusia, a la vez que es uno de los motores de los BRICS, el acuerdo de las potencias emergentes, donde Brasil juega un papel principal.
No hay en América Latina, como sí lo había en 1976, una mayoría de gobiernos dóciles a los EE.UU. Sin que ello signifique un enfrentamiento con el país imperialista, los gobiernos de México, Guatemala, Cuba, Nicaragua, Honduras, Venezuela, Colombia, Brasil, Bolivia, Chile y, me atrevo a decir, El Salvador y, posiblemente, Uruguay en breve, tienen gobiernos de amplia representación popular, con propuestas autonómicas e industrialistas, y que mantienen frente a los EE.UU. una política de independencia. El camino elegido por la Argentina ha sido, como resultado de una crisis básicamente política, totalmente opuesto al de la mayoría del continente y en una versión radicalizada y perversa.
En segundo lugar, y esto sí constituye una dificultad, estimo que todo esto ocurre ante un agotamiento del peronismo. Cuando digo agotamiento del peronismo no me refiero a la identidad política del pueblo argentino o a la caducidad de sus grandes banderas. Me refiero a que los instrumentos políticos y económicos que caracterizaron a nuestro gran movimiento histórico, concebidas y generadas en las condiciones del país y del mundo de 1950, la contundencia de las grandes transformaciones realizadas en aquellos doce años están llegando a su fin de ciclo. La Argentina no es la misma. Los 15.893.827 habitantes que éramos en 1947 se han convertido en 46.044.703 habitantes, casi triplicándose. El comercio internacional de nuestra agroproducción y su manejo por parte del Estado permitía – y lo siguió permitiendo durante varias décadas – los recursos para nuestra industrialización, el crecimiento de nuestro mercado interno, con altos salarios y baja desocupación e inversiones estatales en la Rama 1.
La crisis económica que vive Argentina desde, digamos, 2011 y la consecuente inflación constituyen la expresión más clara de que aquellos instrumentos habían perdido su eficacia inicial, lo que de alguna manera había comenzado a insinuarse a partir de 1953, con el déficit en la balanza de pagos Congreso de la Productividad, los contratos con la Standard Oil y otros proyectos de la época.
Recordemos para las nuevas generaciones, que muy posiblemente lo ignoran, que el “Congreso Nacional de la Productividad y el Bienestar Social” fue una convocatoria del Presidente Perón, para elaborar un plan de acción que respondiera a la nueva situación planteada por el aumento de la inflación. Se llevó a cabo entre el 21 y 31 de marzo de 1955, solo siente meses antes del golpe liberal y tuvo como protagonistas a la CGT, cuyo Secretario General era Eduardo Vuletich, y a la CGE, presidida por José Ber Gelbard. La política de sustitución de importaciones sobre la base de los excedentes del comercio internacional y la renta agraria comenzaba a agotarse y su manifestación inmediata fue la aparición de la inflación. La crisis, agravada por la sequía de 1951-1952, demostró la necesidad de cambios estructurales ante el agotamiento de los mecanismos implementados hasta ese momento.Si bien el Congreso no llegó a ninguna decisión importante debido a la resistencia de los representantes del movimiento obrero, entre los objetivos del mismo estaba remover los principales obstáculos al aumento de la productividad: principalmente el ausentismo y la labor de las comisiones internas; también se planteaba la autorización para rotar al personal entre diversas funciones al margen del sistema de categorías, establecido en los convenios colectivos.
Los contratos con la Standard Oil – en cuyo directorio se sentaba nada menos que Spruille Braden –, firmados también en 1955, manifestaban también ciertos límites alcanzados por los instrumentos peronistas para la industrialización del país. YPF, pese al gigantesco crecimiento de su producción petrolera, no terminaba de satisfacer la demanda energética del país, en pleno despliegue industrial y de consumo. Aunque hubo alguna resistencia de parte de algunos diputados peronistas, la oposición antiperonista utilizó el hecho para atacar al gobierno por entreguista. Arturo Frondizi escribe en 1954 “Política y Petróleo”, una crítica implícita a esos contratos. Solo cinco años después, ya como presidente, firmaría contratos mucho más costosos con varias empresas norteamericanas.
En suma, lo que aquí queríamos exponer es que los mecanismos instrumentales del peronismo en sus objetivos industriales y de altos salarios ya había comenzado a experimentar un agotamiento en el momento de su derrocamiento.
El menemismo, enfermedad senil del peronismo
El menemismo fue la expresión, brutal y oportunista, de ese agotamiento. No fue una cuestión de orden moral como el calificativo de traidor implica. Ya la reforma constitucional de 1994 había dejado en evidencia los límites y la debilidad estratégica del peronismo de entonces a la nueva ofensiva de los sectores antinacionales. La provincialización de los recursos naturales y la creación de la Ciudad Autónoma, con amplia aceptación por parte del peronismo, dejaba ver que la fortaleza del ideario nacional de ese movimiento ya no era lo que había sido. De ahí la amplia aceptación y el rápido reclutamiento de dirigentes y militantes que recibió el viraje neoliberal de Carlos Menem. En todo el país y en todas las instancias, incluidas las gremiales, las propuestas presidenciales y de su ministro de Economía recibieron un amplio apoyo. También es necesario decir que fue en las filas del movimiento sindical donde recibió la más tenaz resistencia y donde creció una fuerte oposición que se constituyó en el Movimiento de los Trabajadores Argentinos (MTA).
Pero el virus del neoliberalismo, ya no en su versión Martínez de Hoz, sino en su versión Domingo Cavallo, prendió en el seno de buena parte de la dirigencia justicialista de modo permanente. El monetarismo, la retracción del estado – sin disminuir su elefantiasis e inoperancia –, la privatización de empresas públicas – “Nada que deba ser estatal, permanecerá en manos del Estado” acuñó el fallido del ministro Dromi –, el seguidismo a los EE.UU., la libre importación de productos que el país fabrica y todos los lugares comunes del liberalismo económico, más una infinita avidez por los negocios particulares, se hicieron carne en dirigentes peronistas e, incluso, en votantes peronistas.
Es importante recordar que, en las elecciones del año 2003, el candidato que sacó más votos, aunque no alcanzaron para evitar el balotaje, fue Carlos Saúl Menem.
Pero eso no es todo. Los avatares políticos, económicos e institucionales del país terminaron dando por resultado una gigantesca y agigantada área metropolitana, con, obviamente, un gran peso electoral. Desde la breve presidencia de Eduardo Duhalde y a través de todas las presidencias que le sucedieron, buena parte de los recursos generados por las agroexportaciones volvieron al AMBA, y casi solo al AMBA, bajo la forma de subsidios al transporte, la electricidad y el gas y planes sociales.
El neofederalismo
Con la excepción de Néstor Kirchner, desde Fernando de la Rúa - Chacho Alvarez hasta Milei - Villarruel, se han sucedido presidentes de claro origen en el AMBA, incluyendo a la propia Cristina Fernández de Kirchner. En Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y Corrientes el peronismo ha estado dividido entre dirigentes que pertenecen al establishment agroexportador y un kirchnerismo casi contestario y muy ligado a las preocupaciones políticas e ideológicas que se discuten en el AMBA. El “neofederalismo” que ha generado esta situación tiene características meramente defensivas y locales. Lejos de tener una definición general sobre el tipo de país que se pretende – industrial, soberano, integrado a la región o agro- y minero-exportador, sometido a la política exterior norteamericana y enfrentado con sus vecinos soberanistas –, se conforma con intentar capitalizar localmente los beneficios de la Constitución del 94 respecto a los recursos naturales y encontrar una rápida modernización de sus provincias, sin considerar el carácter mismo de esa modernización – soberana o dependiente –. Fue muy sintomático para este entendimiento la defensa hecha en un reportaje televisivo por la senadora jujeña peronista, Carolina Moisés, al Régimen de Inversiones para Grandes Inversores (RIGI): “En Jujuy hay recursos pero falta financiamiento, y el RIGI podría abrir una oportunidad para el NOA para atraer grandes inversiones que generarían empleo genuino y serían un multiplicador económico”. Y agregó: “Como peronista necesito reconstruir el vínculo con los jujeños y jujeñas, desde el punto que hoy la sociedad nos demanda”. No le estoy dando la razón a la senadora, pero entiendo claramente que su punto de vista pone en evidencia un grave problema al que su fuerza política a nivel nacional no ha logrado ni siquiera enfrentar. Estoy convencido que las provincias se expresaron contra una política que las dejó afuera. Lo hicieron de la peor manera, pero nadie les ofreció una mejor.
Jorge Enea Spilimbergo me dijo, en una de esas largas e inolvidables conversaciones, que el último verdadero federal había sido José Gervasio Artigas y que, después de su derrota, el federalismo se había vuelto un movimiento meramente defensivo, sin un verdadero proyecto nacional. Hoy da la impresión de haberse convertido en un localismo bastante estrecho y egoísta. Los gobernadores (con sus honrosas excepciones) parecen y actúan como intendentes del conurbano, para quienes, y esto es lógico, lo más importante es la situación del alumbrado, barrido y limpieza de su comuna. El litio, el oro, el cobre, el petróleo y el gas no son cuestiones meramente comunales. En ellas está en juego el destino de la Argentina.
Ha escrito Claudio Scaletta, con acierto y en este mismo sentido: Si en algo fueron exitosas las tres experiencias neoliberales que antecedieron a la presente, fue precisamente en el establecimiento de transformaciones estructurales difícilmente reversibles. La dictadura realizó la reforma financiera y comenzó la sujeción por deudas, el menemismo desarmó los restos del Estado de Bienestar, profundizó el endeudamiento y, en conjunto con el radicalismo, concretó una reforma constitucional que profundizó la fragmentación del poder del Estado Nación en una suerte de nueva federación de Estados provinciales, una trampa de la que será extremadamente difícil salir, sino imposible. Finalmente, el rol histórico del macrismo, su gran legado, fue reendeudarse con el exterior y traer de vuelta al FMI, todo con el apoyo a la gobernabilidad de la “oposición responsable”.
El reseteo del movimiento nacional
Si se insiste en un cuestionamiento meramente moral, apelando al calificativo de “traidor”, muy poco se podrá avanzar en la superación de esta difícil coyuntura. Esto no se soluciona echando dirigentes del Partido Justicialista, institución que, por otra parte, nunca ha tenido un carácter muy estructurado e indiscutible. No es el Partido Comunista Chino. Ni siquiera es el PSOE, para dar un ejemplo más relajado. Nuestro último candidato presidencial fue y es el principal dirigente de otro partido desde hace once años.
Tampoco pasa por las propuestas del ex secretario de Comercio Guillermo Moreno, dividiendo abstracta e ideológicamente, entre “peronistas” y “progresistas”. Ni el peronismo histórico fue como lo presenta, ni se puede entrar al futuro retrocediendo.
La ampliación y diversificación de nuestras exportaciones; la discusión, con la más amplia participación del movimiento obrero, sobre una nueva legislación laboral; el papel de las inversiones extranjeras directas en un plan de desarrollo productivo orientado por el Estado nacional y del equilibrio fiscal; una política realista ante el fenómeno endémico de la inflación en nuestra economía y una superación no coyuntural de las restricciones externas son algunas de los tópicos a plantear para volver a ofrecer una alternativa electoral con posibilidades de éxito.
Entiendo, como decía al principio de esta reflexión que se ha hecho demasiado larga, que lo que el movimiento nacional requiere es una introspección y una discusión que actualice su instrumental económico, que replantee un sano federalismo que desconcentre la importancia del AMBA y que ratifique y profundice su política exterior, muy bien desarrollada por el gobierno de Alberto Fernández. En todo esto debería jugar un papel central la CGT y el movimiento obrero en su conjunto. En este dramático momento que vivimos ha asumido un papel aglutinador y programático como no ocurría desde los viejos tiempos de Saúl Ubaldini.
Un vigoroso reseteo del gran movimiento nacional argentino dará, seguramente, como resultado un apagón definitivo al cuarto reseteo de la Patria, propuesto por el capital financiero, el capital extranjero y la gran concentración agroexportadora.