Donde se origina el poema, comienza el mundo: sobre “Silencio”, de Claudio Gómez
Silencio es el nuevo libro de Claudio Gómez publicado recientemente por Ediciones Monserrat, cuyo catálogo ya cuenta con varios títulos en su haber como Realidark, de Laura Bravo, o Luz y Fuerza, de Carolina Giollo. El ciclo encuentra en su diversificación la posibilidad de acompañar la palabra ya no sólo desde la oralidad, sino también en la publicación física de estos libros.
Claudio Gómez es un poeta oriundo de Morón y, entre otros, publicó los libros La pasión es un bardo, por Ombligo Cuadrado Ediciones, y Lo que sale de su cauce, por Kintsugi Editora (éste último siendo seleccionado por la Dirección general de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires para ser parte de la colección “Identidades bonaerenses”).
En este caso, Silencio es un libro que tiene cinco apartados y retrata a un “yo” poético que emprende un camino hacia la etimología del no saber. Se plantea en la contratapa: “un hombre solo en la inmensidad del espacio exterior o en el encierro de su pequeña nave puede preguntarse su propósito y su devenir (...) un viaje por los detalles de la inmensidad”.
En primera instancia es necesario destacar la etimología de la palabra silencio, cuyo significado proviene del latín silentium, el cual se diferencia de tácitum por su característica intrínseca: el desconocimiento. Quien hace silencio, es decir quien calla, lo hace porque no sabe qué decir y entonces tampoco sabe qué silenciar. En el tácitum hay una ausencia de sonido intencionada, no así en el silencio. Por este motivo, en el libro de Gómez, el silencio es una suerte de magia, a la vez que una búsqueda demencial que empieza y termina en la ausencia. No se busca en el silencio una respuesta conocida, sino aquello que, hasta entonces, no fue revelado.
La obra tiene como característica principal aquello que Raymond Carver denominó “la exactitud fundamental” y para retratar esta idea citaremos aquí palabras desgarradoras como las de Isaac Babel Guy cuando menciona que no hay nada mejor en la literatura como un punto bien colocado. En ese orden de cosas, la poética de Claudio Gómez, algo de lo que ya hemos leído en su libro anterior Lo que sale de su cauce, se acrecenta en la riqueza que aquella exactitud le permite. La exactitud precisa, en primera instancia, abandonar la pretensión y, por otro lado, trabajar desde los bordes del lenguaje. Así, nuestro autor dice en el poema inaugural (en el apartado La nave): “No hay puertas/ no hay espejos/ no hay nada de nosotros”.
En este sentido “no hay nada” equivale a “hay silencio” y cuando hay silencio, el -no saber- se constituye en el eje fundacional de una búsqueda auténtica. En el mundo poético actual, donde todo versito pareciera forjar una obra, el libro de nuestro autor (con todo un trabajo ficcional a cuestas) nos invita a pensar en la palabra desde una perspectiva del oficio. Aquello que Saer decía: “En la ficción hay mayor lugar para la autenticidad”. La ficción, acompasada en el silencio, es generadora de indicios conjeturales. Así lo enuncia el autor en otro de los poemas:
Soy la misma fragilidad
sintiendo el remolino
desde el fondo
(...)
Necesito la sensación
de oxígeno prestado
tus labios jóvenes
Salgo a lo desconocido
dejo la nave (...)
¿A dónde buscar, entonces, lo desconocido? ¿Qué es ir a lo desconocido, sino un largo recorrido por la ausencia? ¿Qué es la nave y qué el espacio? La intensidad del lenguaje no está dada aquí por la acumulación de palabras que fugan el sentido, sino por la exactitud fundamental en la que cada configuración está puesta al servicio de una construcción estética donde los sentidos son complejamente tensionados. Algo de todo esto, sucede en el apartado “Tu voz”, a partir del cual ese -viajante espacial- intenta recuperar algo del mundo en el lenguaje.
Tu voz me habla
me pide que le hable
hablo
repito
imploro
Acá estoy
con la palabra muerta.
Así, en ese orden, vuela la nave construyendo una semántica que dice también desde lo semiótico: La nave es el mundo conocido, el lenguaje, el cuerpo y sin embargo cuando no hay mundo conocido, ni lenguaje, ni cuerpo, sigue siendo ello hasta que empiece la poesía. Nuestro autor se niega, de alguna u otra manera, a dialogar con su tiempo, pero no se niega al diálogo de la perturbación que genera la incomunicación. Como un infante privado del lenguaje nos toma de las manos y nos invita a un lugar primitivo en el que no hay palabras, pero hay vida. Enuncia el “yo” poético: “Las rocas traen preguntas/ las subo a la nave”.
Paulo Leminski plantea en un texto llamado La pasión por el lenguaje que “El pensamiento que abastece una experiencia creativa tiene que ser -pensamiento salvaje- (...) tiene que darse en el camino de -La pasión-”. Es, en ese orden de cosas donde el libro de Claudio Gómez construye su potencia. En el poemario se sucede una deflagración progresiva del sentido que es posible, únicamente, por la consolidación de una hermenéutica interna que funciona por medio de su salvajismo lingüístico. El “yo” poético enuncia en el apartado “viajes”:
De las apariencias recuerdo
fragmentos
del sol
la conversación
a los ojos
viajo en el encierro
traslado mis rupturas
por las constelaciones.
La nave, Manto celeste grisáceo, Tu voz, Viajes y Del espacio traje tantas cosas, son los cinco apartados que trabajan como un coro silencioso a partir del cual se nos invita a oír la música del desconocimiento, la música que busca construir un sentido que el poeta no sabe del todo. En ocasiones podemos pensar que trabajar la poesía es trabajar con una materia que no tenemos, para construir algo que no sabemos del todo. Gómez trabaja con la misma rigurosidad la forma y el tema. Sin embargo, el tema sólo es posible gracias a la forma.
Hay quien dice que “donde la mirada se posa, se origina el poema” y es ese lugar desconocido, el que nos invita a recorrer Claudio Gómez. Nos subimos a la nave, nos subimos a los detalles de la inmensidad, a la música del silencio, a la perturbación del alma sola, para volver al mundo con ojos nuevos, para perdernos en la infinitud del siempre inaccesible silencio, ahora sí, despojados.