Fargo: mucho más que un homenaje a los hermanos Coen
En un contexto de bombardeo permanente de producciones audiovisuales del mundo del entretenimiento, cada vez a mayor velocidad, la dinámica de las miniseries y series de antología han reemplazado la lógica hegemónica de las tiras televisivas. O, al menos, si observamos Netflix, con True Detective y Love, Death & Robots como grandes paladines. Bajo el radar, hace una década, sigue pasando Fargo, creada y escrita por Noah Hawley, estrenada en 2014 en FX, que gracias a la crítica y a sus premios se ha consolidado como mucho más que un homenaje a los hermanos Ethan y Joel Coen, productores ejecutivos.
La primera temporada transcurre en el mismo universo que la mítica película homónima de 1996 de los Coen. Narra los mismos hechos, como punto de partida, con final diferente pero sostiene elementos característicos como el ambiente violento, la clave humorística y el alto nivel del guion. Las siguientes cuatro entregas, si bien ambientadas en épocas distintas y con historias independientes y variadas, se inscriben en la misma perspectiva. En ese sentido, construye un relato singular, fiel al estilo de la obra original, con intérpretes, tanto principales como secundarios, sobresalientes que le agregan matices a la trama.
Fargo nos sitúa en locaciones tranquilas y pequeñas donde nunca pasa nada. Sin embargo, uno de sus rasgos es que nada sale como lo planeado y, si se trata de criminales, sale peor. Los habitantes -y, de alguna manera, los espectadores- tardan en reaccionar y comprender para poder seguir adelante. Por ello, el humor y la excentricidad de los personajes, con sus torpezas y maneras de ver el mundo, son fundamentales para digerir el drama y la violencia de cada historia. Es, en algún punto, una comedia seria, pero es mucho más que eso.
Hawley cuida a cada integrante del reparto, asignándole su propia importancia. En particular, destacan los villanos, ya que se aprovecha para ahondar su conocimiento, sean asesinos natos, mentes criminales o meros improvisados. Es más, cada habitante del universo construido tiene su identidad, evidenciada en guion y en interpretaciones. Los victimarios, pero también las víctimas, buscan satisfacer algún aspecto de su conciencia, mientras de fondo el famoso sueño americano suele convertirse en mandato y pesadilla.
Al igual que la película, cada capítulo inicia con la frase “esto es una historia real”, a modo de señal casi paródica, que tiende a exagerarse, que, más allá de ser falsa, sirve como recurso. No subestima a la audiencia, sino que apuesta a su inteligencia. La cuidadosa puesta en escena narra con sentido para siempre otorgar información. No hay movimientos en vano, sí esfuerzo por la composición y contribución a la comprensión de la trama. El montaje, la música y las actuaciones dan fluidez donde, parece, que la cámara se ralentiza.
Una década y cinco temporadas después, queda claro que la apuesta valió la pena, en especial porque el género tan mitologizado por Hollywood sólo vuelve a ser noticia, cada tanto, gracias a Fargo. Es cierto, con resultados desiguales, aunque efectivos, pero siempre respetando la herencia de los Cohen sin recurrir a salidas fáciles. Podríamos pensar, de hecho, que por eso acumuló decenas de nominaciones, incluida la categoría a Mejor miniserie de los Emmy, que ya consiguió en su primera entrega. Entre la verosimilitud y la verdad, de ese y de nuestro mundo, que se expande y reinterpreta, Fargo ya es parte de la historia.