Charly García: la lógica de los periodistas y la (otra) lógica del escorpión

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    La lógica del escorpión
NUEVO DISCO DE CHARLY

Charly García: la lógica de los periodistas y la (otra) lógica del escorpión

22 Septiembre 2024

En la era de las playlists, cuando los álbumes se desarman en canciones y ya no existe una unidad conceptual, el artista más grande que tuvo la Argentina saca un disco del que todos necesitamos hacer un análisis (en la gran mayoría de estos abrumadores análisis se comenta estrofa por estrofa y nota por nota, un trabajo artesanal hecho por streaming).

En una primera interpretación, esta fiebre interpretativa evidencia la ansiedad que carcome a una sociedad apurada en ser autorreferencial, convencida de que la opinión de cada uno es tan válida como la de cualquier otro (o más), incluso aunque sepamos que ninguna vale mucho —posiblemente si el jinglero de Calamaro o el ideólogo de Solari sacasen hoy un disco, encontraríamos el mismo torrente indefinible de análisis que encontramos a partir de La lógica del escorpión, solo que sería ya tarde pues Charly García, una vez más, lo habría hecho antes. En una lógica social para la cual nadie es único, ser el primero implica mucha responsabilidad.

Por otro lodo, todo lo que agigante la figura de nuestro genio, aunque sea un fraude, va a ser festejado por mí.

Mis redes se saturaron de videos de expertos en música que yo nunca había escuchado antes, donde nos explican las letras, la música, las influencias, los robos y los homenajes ocultos que existen en el disco, y que ellos suelen ejemplificar muy bien tocando la melodía en cuestión durante un par de segundos en un pianito monono —nada que ver con esta nota anacrónica que están leyendo, que se quedó en la era analógica en la que la crítica musical se hacía por escrito, aunque sea en una página virtual.

En un par de horas, estos analistas musicales que rondan los treinti-cuarenti, todos hombres, todos piolas, todos con conocimientos fundados, dijeron muchísimo de lo que se puede decir del disco, sino todo: la necesidad de apresarlo, de reducirlo a algo manipulable, o de ser el primero que hizo la cola para comprarse el vinilo. Estos videos o reseñas musicales que me saltan a la yugular ni bien abro YouTube, repiten una estructura básica, que me parece sintomática de este momento histórico, en el que, para empezar, todos somos fans eternos de Charly (y nos ponemos su tan controvertido brazalete como si nada).

Más allá de que se opine que es un discazo o una bazofia —contradicción fulminante que nuestro genio convirtió en uno de sus grandes conceptos pop, uno de sus “constant concept”—, estos “análisis” pormenorizados arrancan afirmando que lo que van a decir es su opinión personal, y que nadie está capacitado objetivamente para asegurar si es un buen o mal disco. Coincido. Y ahí nos lanzamos a decir algo inteligente o novedoso (a veces ambas palabras son intercambiables), que por lo general es un elemento que “falta” en el disco, desde la referencia a la autoría de algunas canciones hasta las maravillas a las que Charly nos tiene acostumbrados con su piano —en realidad, lo que sucede es que todos necesitamos contar lo que nos pasa, lo que sentimos, pues en este sentimiento personal sobrevalorado encontramos la esencia de nuestra vida. ¿¡Ah, qué, no es así?! 

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Disco La logica del escorpion

Algunos arriesgan la opinión de que es un disco malo, y dan varios motivos para justificarse (mejor que Random, agregan). Otros, en cambio, sostienen que si bien no es Clics Modernos, es un disco muy bueno —“no esperemos otro disco como Clics Modernos” es una letanía que se viene repitiendo desde hace más de treinta años, y que reaparece acá también; el problema no es que pareciera que no vamos a crecer nunca, es que las nuevas generaciones parecen conocer el pasado de oídas: en uno de estos videítos de streaming que duran 20 minutos una chica muy avispada y joven, para llevar la contra (inteligentemente), dijo que ella se había quedado en Sui Generis. En fin, quedate ahí tranquila.

A mí, que detesto la homogeneización social, plagada de prejuicios, sin embargo me encanta esta unanimidad que hay en la valoración del genio, pues da cuenta que entendimos que lo más importante que ocurrió en nuestra vida (salvo esas infames chispas de felicidad que tuvimos alguna vez, cuando nos enamoramos o algo así, ahora ya olvidables) es haber sido contemporáneos de Charly García —bueno, tal vez alguno crea, sin saberlo, que lo más importante en realidad son sus grandes opiniones y que Charly es una mera excusa para desplegarlas.

Nos guste o no nos guste Charly García. No tiene que ver con nosotros.

Charly sabe todo esto y se burla porque ganó categóricamente en el combate que él entabló desde el principio de su vida, desde el principio de su obra, hace más de medio siglo, contra nuestra sociedad hipócrita: “Yo ya sé/que no sos/un hipócrita/que no sos/un psicópata” y concluye con un verso cuyo significado es estremecedor: “pero no sé por qué” (“Yo ya sé”). Sé, pero ¿qué sé? ¿Cómo lo sé? ¿De qué me sirve saberlo si no entiendo por qué? ¿O será que en verdad no sé? ¿O que vos seguís siendo lo mismo de siempre? ¿Cómo saberlo?

La sociedad que combatió desde siempre Charly fue la que imagina que los artistas son personajes extraordinarios que tienen la función de complacerla, para eso pagamos la entrada o compramos el disco o el libro. Ya sé, dirán: no-no-no estás equivocado, yo creo que un artista no es lo que vos decís, el artista no crea una obra para halagar al público, un artista es el que lucha contra la sociedad primero y contra sí mismo después para transformarse en otro ser del que es. Eso es lo que hizo Charly García durante toda su vida, y en este disco lo hace una vez más, aunque ahora la unanimidad a su favor ya esté garantizada. Y la auto-demolición no sea tan salvaje, tan desesperada como lo fue en otros momentos. Con el que me responda algo así, yo no podré hacer más que coincidir.

Salvo algún crítico musical demasiado visionario que dijo por la radio que la voz de Charly era un error, no porque estuviera cascada, pues la voz de, por ejemplo, Tom Waits también lo estaba, solo que éste modula mientras Charly no (copio casi literalmente lo que dijo este señor), muchos de los comentaristas se detienen en este “(d)efecto”. Es evidente que Charly quería que su voz fuese el instrumento musical que tuviera más protagonismo (más que el piano, por lo menos, ausencia a la que se refirieron con nostalgia muchos otros analistas del disco), pues ahí están las voces diamantinas y prístinas de sus compañeros de ruta, desde la de Aznar o Fito Páez hasta la del Flaco Spinetta, para corroborarlo. Hace años que ya hay investigaciones sobre esa voz (y videos explicativos en las apps), que viene resquebrajándose y destruyéndose casi contemporáneamente a la destrucción de esa imagen envidiable que nos habíamos hecho del niñito de Caballito que tocaba el piano y quiso convertirse en nuestra estrella de rock. No solo esa imagen es lo que Charly se propuso destituir.

El momento culmine de esta voz, en mi subjetiva opinión, explota en “Juan represión”, donde el oyente tiene la sensación de que la energía no le va a alcanzar para terminar el verso o ni siquiera una palabra. Pero termina: “Pobre Juan/que lástima me da/Todos los reprimidos/seremos tus amigos/cuando tirés al suelo/tu disfraz”. Si bien el pase de la primera a la tercera persona ya estaba cuando la cantaba Nito Mestre (uno de los grandes ausentes en este disco), acá, con esa voz de Charly, casi a capela, impacta de un modo que no puede no afectarnos, como si fuera un Aleph sonoro que resume en segundos nuestra vida vencida.

Esa voz de Charly, casi a capela, como si fuera un Aleph sonoro que resume en segundos nuestra vida vencida.

Como no creo que exista la casualidad en la realidad virtual (ni en ningún lado), no puedo estar más que agradecido al algoritmo de Spotify que eligió una vez que terminó La lógica del escorpión, que yo escuchara “Yo no quiero volverme tan loco”, con la voz nítida, lacerante, de un Charly que aún no había conocido el infierno y brillaba antes de Clics Modernos —no escribo que ese miércoles 11 de septiembre yo me quedé hasta las 4 am reescuchando el disco, porque otro leitmotiv de los expertos es que todos lo escuchamos tres o cuatro veces antes de atrevernos a emitir nuestra humilde opinión para la confusión general. Si fuimos capaces de recordar flashes de nuestra adolescencia, mejor.

En algún lado, un muchacho que grita al micrófono opinó que el disco hubiera ganado mucho si terminaba con la fábula narrada por Charly y Rosario Ortega, antes que con esa especie de “burla” a Páez cantando el cover de Bowie (ni siquiera dejó que lo acompañara en el piano). Me gusta pensar que terminando con “La lógica del escorpión” como último tema del último disco (por ahora) del genio, su historia asumiría un significado trascendental, no solo porque Charly siempre se enorgulleció de ser de escorpio, sino porque el relato encarna la filosofía de fondo que Charly quiere revelarnos. Es una filosofía compleja y muy peligrosa, que antes llamó SNM.

En una entrevista, Renata Schussheim (la artista de la tapa del disco), enfatizó que esa manera de ser es también Charly García. Charly, nuestro mártir que esperamos que nos salve, se caga de risa cuando pincha el salvavidas que nos mantiene a flote. Cuando nosotros nos desgañitemos comentando, alabando o criticando, interpretando, minimizando o maximizando su genialidad.

En la narración de la fábula como en “Juan represión”, la voz parece la de un abuelito que le cuenta una historia inocente a sus nietos desprevenidos, sabiendo muy bien que su mensaje está envenenado, como si dijera lo contrario de lo que queremos escuchar, y que a los otros les va a llevar un tiempo entender, si es que lo entienden alguna vez. Una vez más, aprovecharemos aquí a Charly para criticar a una sociedad (en este caso mileinista, antes de antes de ayer la de la dictadura, o la menemista, y así) que nos quiere hacer creer que nos reprime porque nos cuida y nos ama. Pero el mensaje de Charly va más allá de cualquier contingencia histórica.

Cuando el escorpión le pide a la rana que lo lleve al otro lado del río y la rana, sensatamente, se niega, aunque al final cede, lo que se está poniendo en juego es ni más ni menos que la “lógica” con la que nos relacionamos los seres humanos: “La grieta/entre los humanos/se hace/cada vez más grande/Los chicos quieren ser chicas,/las chicas quieren ser grandes” (“Autofemicidio”). Todo dicho.

La desconfianza (lógica) que nos tenemos, la entrega, la traición y hasta el suicidio que a veces se necesita para consumar un pensamiento. Todo dicho. De hecho, la rana le dice al escorpión, mientras ambos se hunden, desesperada: “Lógica… No hay lógica en esto”. “Lo sé —responde el escorpión, con voz trágica y risueña—, pero no pude evitarlo, es mi carácter”. La idolatría es una manera de salvarnos de ver las contradicciones que nos pueblan.

¿Qué vamos a hacer, qué podemos hacer con los riesgos que trae consigo una lógica contradictoria, absurda y mortal? ¿Cómo no vamos a ayudarlo si se sacrificó por nosotros, aunque el precio de ese sacrificio sea (debería ser) nuestra perdición?