“Tres lagunas”, de Juan Machado, o la polifonía como constructo político

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    Juan Machado
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“Tres lagunas”, de Juan Machado, o la polifonía como constructo político

24 Noviembre 2024

Tres Lagunas (Cuero, 2024) es el nuevo libro de Juan Machado. Poeta y narrador ambidiestro, publicó No hay que jugar en la casa vieja y otros relatos (2020), Pájaros Punk (Malisia, 2022) y el celebrado Como corderos (Azul Francia, 2024). Este último, recientemente nominado en la categoría Mejor Expresión en Obra de Ficción de los XIV Premios PERFIL; allí el joven creador comparte terna junto a los escritores Ricardo Romero (Yo soy el invierno), Jorge Consiglio (La circunstancia), Mariana Enríquez (Un lugar soleado para gente sombría) y Gabriela Cabezón Cámara (Las niñas del naranjel).

Nacido en Carhué (provincia de Buenos Aires) y radicado en La Plata, Machado es el heredero dilecto de una tradición que lo vincula con las voces de Horacio Quiroga, Daniel Moyano, Juan Carlos Onetti, Sara Gallardo, Elvira Orphée, Haroldo Conti (autor por el cual obtuviera una mención meritoria en el 10° Concurso de cuento Haroldo Conti, en 2023, por un relato incluido en el libro que ahora nos convoca), entre otros y otras autores rioplatenses.

Ciertamente, su filiación literaria puede expandirse hacia otras latitudes que lo emparentan a las búsquedas humanísticas de Juan Rulfo, Roberto Bolaño y más aquí, al Antonio Di Benedetto de El cariño de los tontos.

Pero su marca autoral es insobornable y reconocible a la legua. Su escritura es, al decir de Roland Barthes en El grano de la voz, la “escripción” que amalgama a un tiempo oralidad y escritura, códigos culturales y (por mi parte agregaré) una semiótica del Destino, hecha de pathos, torsiones, repulsiones y pulsiones de vida y muerte.

Tres Lagunas indaga -hasta la sospecha más inusitada- el ethos de una sociedad cuyo hado pareciera estar signado por la fatalidad.

En una topografía imaginaria llamada Tres Lagunas (semejante y diferente -toda sinonimia es per se una leve falacia del lenguaje- a la Comala de Rulfo, a la Santa María de Onetti, o a la América de Zama) acaecen una serie inquietante de hechos, fagocitados por la elucubración morbosa de sus habitantes frente a la aparición de lo foráneo.

De tal suerte que el hastío –este sí mismo- de los días, se ve de pronto interrumpido por el arribo de lo nuevo, lo desconocido. La otredad se presiente amenazante e inaugura narrativas en el seno mismo de la narrativa. La operación genera, a través de ese ardid, una mise en abyme de imbricada y sinuosa metaliteratura.

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Tapa Tres lagunas

Un profesor practica puntería todas las noches contra sus hijos en el monte, Tino Mazzini se llama y juega a la muerte, a la justicia y al azar, en el relato “Una canción desesperada” (memoriosos recordarán la alocución retórica de Enrique Santos Discépolo al preguntar “¿Dónde estaba Dios cuando te fuiste?”).

En “Comedero”, un ciego cría pájaros en cantidades desmesuradas, al tiempo que establece una extraña relación con un joven que padece retardo mental.

Dos mellizos fabrican ungüentos y bebidas curativas con barro procedente de la laguna y los distribuyen entre los habitantes del pueblo, valiéndose de un cóctel de superchería, locuacidad y necesidad de supervivencia, siempre en compañía de sus “Tres galgos amarillos”, mientras subliman el amor y la posesión de una niñita a la salida de la escuela.

La salina demarca el espacio, distribuye catastrófica: viviendas, seres y bestias. A cada quien su parcela de historia, su tragedia, su propiedad, su privacidad violentada por la mirada panóptica de todos, todo el tiempo. Y de la salina mana el polvo de una neblina que, a lo Turner, borronea el paisaje, lo desenfoca. Pero aquello que la salina desenfoca y blanquea es, no obstante, objeto de sucesivas capas de focalización discursiva. Nadie escapa al ojo del otro. “Si ser es es ser percibido”, según reza el apotegma del Berkeley; no ser es huir por la tangente.

Entre la escripción barthesiana y la “excritura” expuesta por el filófoso francés Jean-Luc Nancy, “la archivida del sintiente y del sentido” de los personajes, copula con la del lector. La posibilidad hipotética se eleva a la enésima potencia, y el resultado es la proliferación de las voces intra y extra diegéticas. El lector deviene, sino personaje, al menos “detective” (por usar una expresión cara a Bolaño). Vamos, pues, tras la pista de una otredad que nos problematiza.

En su ensayo La sociedad del cansancio, el filósofo coreano Byung-Chul Han expone la tensión entre dos principios liminares: el principio de negatividad y el principio de positividad. Es en esta última en la que me detendré un instante. A mayor positividad, mayor masificación, mayor identidad, mayor supresión de la diferencia. Frente a la aplanadora sociológica, Tres Lagunas promueve la diversidad y la polifonía.

La obra de Machado apela a un recurso muy caro a la lírica musical de Bach: la fuga. Todos los instrumentos suenan concomitantes. Si el lenguaje no fuera en sí mismo un escollo para el lenguaje, todas las voces sonarían al mismo tiempo, creando una suerte no de caos: una sinfonía llamada palimpsesto, llamada horizontal, llamada democrática.

“La obra de Machado apela a un recurso muy caro a la lírica musical de Bach: la fuga”.

Como si al escribir caligrafiara el mensaje de los muertos, el autor indaga con “amor y sordidez” (siguiendo el mandato de Esmé, de Salinger), la psiquis particular de una sociedad atomizada y luego vuelta a reunir en torno a hechos (epifenómenos) de un algo que adivinamos más grande, más ominoso, más terrible. Más.

Hiperrealista y expresionista, su obra no descansa. Es una maquinaria de fabulación constante.

Allí donde en “La gallina degollada”, Quiroga plantea una desgracia familiar, en “Una canción desesperada”, hay la búsqueda de un detrás de escena prototextual. O post-textual. Los personajes no son abandonados a su suerte. Aquí no hay suerte para nadie. Aquí se salva el que puede. Y el puede, puede poco.

Allí donde en “Moneditas”, ese cuento de Moyano, hay un hombre que bebe y paga con pájaros hasta volverse un fenómeno de cantina -o siguiendo la parábola kafkiana, un “artista” de la sed-, en “Comederos” hay una intriga, un deseo insatisfecho de más, más misterio.

Allí donde en “Tres galgos amarillos” van desapareciendo tres perros colgados en represalia, hay quien los venga y hay quien los duela.

La justicia y la injusticia danzan un vals de la muerte. Y todos somos culpables aquí. Y todos somos inocentes, como en aquel célebre cuento de Juan José Hernández. Y todos jugamos a ser ciegos para pedir clemencia. Y todos comemos de la misma marmita las habas de un crimen social.

Gótico (a la manera de Flannery pero también a la de Notas sobre el gótico en el Río de la Plata, de Cortázar), telúrico (a la manera del Moyano en la “Cantata para los hijos de Gracimiano) y universal (a la manera de Dostoievski), Machado crea luego de haber creído y descreído mucho en la humanidad.

Polifónico (a lo Faulkner del Mientras agonizo, más que a “La Garza” de Kamiya), su obra se avizora inagotable.

Y cuando creemos que todo ha concluido, el libro –vuelto ya experiencia- comienza para siempre una vez más.