Lecturas: “Resignación infinita”, pesimismo para tiempos sombríos

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ENSAYOS

Lecturas: “Resignación infinita”, pesimismo para tiempos sombríos

02 Febrero 2025

Empecé con más entusiasmo que con el que terminé de leer Resignación infinita, de Eugene Thacker (editorial (i)nterferencias). Y es lógico que suceda esto, tratándose de un libro que lleva hasta el agotamiento la filosofía pesimista: escribir es renunciar a las palabras hasta que el acto mismo de escribir desaparezca, y que con él desaparezca también el escritor (no así el autor, que sigue firmando estos libros que se deconstruyen hasta hacerse polvo en su mismo éxito de ventas). El fraude es inherente a la verdad.

En el libro de Thacker el pesimismo no solo es una filosofía con larga historia, es una filosofía que se inmiscuye en otras filosofías, escuelas o movimientos, las infiltra hasta que las devora. Les da un contenido, una perspectiva y un tono al pensamiento desde los cuales abordar (pensar) ni más ni menos que los fenómenos humanos, que son lo único que podemos pensar, pues aunque pensemos desde una perspectiva posthumana, todavía nuestra única posibilidad de pensar y sentir es como seres humanos que están llevando al globo terráqueo a su implosión inexorable, el apocalipsis posthistórico.

Nada podría salir peor que como están saliendo las cosas, aunque estas cosas que son catastróficas por el mero hecho de existir no llegan a anular ese optimismo sin sentido que nos hace apostar y retrucar por esta vida, que es el otro lado del pesimismo con-sentido. Un lector escéptico (pero creyente, o con ganas de creer) se pregunta cuánto con-sentimiento hay en estos aforismos que no dejan de dudar de su propia (in)utilidad. Thacker se queja de que vive en Nueva York, una ciudad sucia y decadente. Nosotros podríamos decir que es decadente precisamente porque eliminó la suciedad de sus calles: ya no se ven las míticas lauchas en los subtes, como sucedía todavía veinte años atrás —homeless se cuentan con los dedos de las dos manos. 

“En el libro de Thacker el pesimismo no solo es una filosofía con larga historia, es una filosofía que se inmiscuye en otras filosofías, escuelas o movimientos, las infiltra hasta que las devora”.

Dos aforismos brillantes de Thacker (tiene muchos): “Escaleras que no se pueden subir ni bajar” y “Si uno fracasa, triunfa; si uno tiene éxito, fracasa. Lo que busca el pesimismo no es ni lo uno ni lo otro. El éxtasis del estado nulo”. Me costaría decir con más claridad lo que significa para mí la filosofía: triunfar = fracasar; fracasar = fracasar. Una filosofía exitosa es una contradicción existencial —o una filosofía de Estado, que es algo muy diferente de lo que la filosofía piensa que es ella misma, pues la crítica implacable es un vicio que le está prohibido al funcionario. El “éxtasis del estado nulo” puede representarse como esas escaleras de Escher que no bajan ni suben, y que encarnan la lógica del pensamiento consumado. Se trataría de crear un estado de ánimo para el cual existir o no existir significaran lo mismo.

Otro aforismo: “Dos clases de filósofos: los que dicen cosas profundas sobre temas obvios y los que dicen cosas obvias sobre temas profundos”. Obviamente, la filosofía es el degradé entre un extremo y el otro, dos clichés de cómo los no-filósofos se imaginan a los filósofos (o de cómo los filósofos se imaginan que los seres normales se los imaginan a ellos). Me recordó esa sentencia de Wittgenstein que aseguraba que la filosofía del futuro tendría que dedicarse a pensar las cosas más obvias: se acabó la profundidad insondable, el vértigo de las alturas peligrosas (¿habrá llegado simplemente el porno?). Si quedase algo de profundidad, tendría que encontrarse en la superficie de las cosas, en la claridad que irradian las pantallas –siniestra claridad.

Resignación infinita es un libro ideal para el verano (también para el otoño, quizás). El género aforístico nos habilita esa lectura salteada que nos exigen ya no los tranvías deshechos, como ocurría en tiempos de Girondo, sino las redes virtuales de enamoramiento. Se puede empezar por cualquier lado y abandonar cuando se quiera, para retomar más tarde, y así, sin culpa, tratando de acompañar con el propio pensamiento los pensamientos vencidos de Thacker, uno llega a la conclusión de que no vale la pena, aunque siga haciéndolo como siempre, y casi hasta el final.

De cualquier manera, hace años yo encontré los mejores versos para remediar tanto pesimismo, son de Charly García: “Yo no elegí este mundo/pero aprendí a quererlo”.