Los nuevos poemas de Julieta Lopérgolo: improvisando gestos para suplantar la luz

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    Julieta Lopérgolo
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Los nuevos poemas de Julieta Lopérgolo: improvisando gestos para suplantar la luz

23 Febrero 2025

Julieta Lopérgolo, esta poeta nacida en Rosario, licenciada en Letras y en Psicología que reparte sus días entre Buenos Aires y Montevideo, vuelve a regalarnos otro delicatessen con El turno de la luz, libro publicado por Ballesta Mágica sobre finales de 2024 y que viene a profundizar esa línea donde se tensa la quietud, ese registro que ya la identifica donde logra potenciar lo sugestivo.

¿A qué me refiero? Cuando leí Pero en el aire (Postales japonesas, 2020), me preguntaba si las cosas pequeñas podrían seguir sosteniendo, soportar el peso de lo que no se ve, pero que está ahí, en lo que no se diceMauro Marchese asegura que Más lento que la noche, otro de los libros de Lopérgolo, “hace transpirar un tiempo que parece no pasar nunca. Pero lento no es quieto ni estancado”. Mariana Figueroa Dacasto afirma que en Estado anterior “lo que se mira, lo que se contempla, el foco de la atención son las cosas en sí mismas. Sin embargo, en esta contemplación hay un dinamismo”.

Ese juego que se perpetra en lo mínimo, esa dinámica latente en lo quieto, también dice presente en El turno de la luz. Una tensión que habla de una lucha de la cual, lector, usted deberá comprender dónde se desarrolla, porque Lopérgolo sólo nos deja pistas:

 

El sobreviviente no sabe,

por ahora,

cómo continuar

ni dónde detenerse

herido por las llagas

de una boca de guerra

que lo llama rehén

antes que náufrago.

 

Este libro tiene tres separatas. La primera la abre un verso de Idea Vitale, en la segunda uno de Jacobo Fijman y Paulina Vinderman ocupa ese lugar en la tercera. La primera parte comienza como si cada poema fueran fragmentos de uno solo. Valiéndose de los elementos naturales como armas que van a realizar las mutaciones de la realidad (el nombre de la colección que aloja a El turno de la luz, mejor imposible), nos muestra que la tierra tiembla; que el espanto, la injusticia, el odio y también la belleza ascienden como el calor; que un aire electrizado realiza advertencias; que hay dibujos de las nubes que no dejan de desaparecer, pero todo eso “estaba quieto en mí como si yo fuera una habitación donde no volaba una mosca”. No se me ocurren mejores imágenes para describir eso que al principio describí como tensa quietud.

De a poco, esa construcción que parecía llevarnos hacia un mismo lado empieza a fragmentarse; el enlace con el poema anterior se va debilitando en su propia resistencia “donde espero que me ayuden a domar esta furia”, sabiendo que “Suplicar es un modo temible de la espera”.

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Tapa el turno de la luz

Hasta que la voz poética avisa que soñó un hijo al que llamaron Nunca y que hay una parte de ella que no crece, como si marcara un límite en el ritmo de esta sección, que de golpe, en ese no crecer, pierde su unicidad.

Desde este punto, las imágenes nos traen figuras que parecen contradecirse, juegos oximorónicos que deciden prescindir de esa retórica: “En la mañana callada/, las calandrias silban/ una melodía que conozco”, “En medio de la helada/ pensé el color del fuego”. Y si hay versos que dejan en claro sobre cuáles son las fuerzas en lucha, son los siguientes:

 

Se hace rosado el río,

sin edad,

en una de sus puntas.

El aire resignado mueve ese tramo de luz herida.

 

En la orilla

una turba de mariposas

no se decide a mutilar

el viento

con sus alas.

 

Los primeros poemas de la segunda parte, anticipados por la cita de Jacobo Fijman, parecen coquetear con el fruto producido por los haikus, ese efectismo conseguido con pocas palabras, a veces en forma de pregunta. Algunas imágenes son verdaderamente contundentes, pequeños reflejos de esa hostilidad no nombrada, desatada entre dos opuestos: “El error languidece/ cuando la oscuridad le canta”; “Improvisamos gestos que suplantaron la luz”.

También, atraídas por la siesta que sin gritos inocentes se corrompe, cierta oscuridad se hace presente. El muerto hace sus señas, un hueso deja de ser esquivo sobre la mesa de operaciones, se riega la tumba de los muertos con palabras. Después de todo, en esta contienda, “el luto es un reflejo que no sabe ocultarse”.

"El turno de la luz" viene a profundizar esa línea donde se tensa la quietud, ese registro que logra potenciar lo sugestivo.

Al igual que en la primera separata, el ritmo de la voz poética vuelve a cambiar, y si bien los poemas no se vuelven extensos, sino todo lo contrario, la respiración es otra, dejando a la vista el campo de batalla, por vez primera, en una forma más nítida:

 

Si solo fuera el día,

con su imposición de la luz

el momento de no existir

tu corazón delicado

mientras se hacen presente

otras cosas queridas

y no también la noche.

 

Julieta Lopérgolo nació en Rosario en 1973. Trabajó como docente e investigadora en la Universidad Nacional de Rosario, Universidad de Belgrano, y la Universidad de Ciencias Sociales en la ciudad de Buenos Aires. Publicó los libros de poemas Para que exista esa isla (2018), Más lento que la noche (2019) y Pero en el aire (2020, ganadora del tercer premio en la categoría Poesía del Concurso de Letras del Fondo Nacional de las Artes), todos editados por Postales Japonesas (Córdoba). También en 2020 publicó Agua de pozo (Ediciones Arroyo) y en 2022 Estado anterior, bajo el sello uruguayo Yaugurú.

“Se puede decir todo, pero hay que descansar. Hay una guerra, una gran guerra” cantan los Divididos en “Los sueños y las guerras”, dos elementos que suelen estar en la mirada del psicoanálisis. Y esa batalla que no se ha movido ni un milímetro del haz de luz que la oculta, tiene un desenlace. Se va a dar en la tercera parte de este libro, apartado corto, delicado cierre donde el fuego se comparte, pero no la luz. “El gesto del amor, pobre en el regazo” es algo a lo que nos aferramos un segundo antes de despertar y ver qué “tan pronto desaparece lo que conocemos”, cegados, ya que es a la luz a quién le toca.