La poética de Viviana Abnur en los libros “Rash” y “La pereza”
Viviana Abnur es una poeta del conurbano bonaerense, más precisamente, de la localidad de Haedo. Su recorrido en la literatura argentina esconde las más variadas anécdotas. Algunas de ellas, incluso, con grandes personalidades de la literatura como Inés Manzano. Sin embargo, ella no se regocija en esos vínculos sino que, por el contrario, se sostiene por una obra sólida que la respalda, aunque ella se encuentre, en ocasiones, lejos de los circuitos literarios.Tuve la oportunidad de acceder a dos de sus libros: Rash y La Pereza. Hace algún (poco) tiempo tuvimos la posibilidad de compartir espacio en uno de los tantos homenajes que se rindieron a Inés Manzano.
Ante de empezar con cualquier análisis, es necesario mencionar que Abnur publicó, entre otros, los libros Agosto, por Alción Editora en 2007; Delta, (Macedonia Ediciones en 2009); Flores y velas (Editorial Trópico Sur, Uruguay, 2013); La Pereza (Macedonia Ediciones, 2018) y Rash, publicado por Macedonia Ediciones en el 2022. Además, recibió distinciones como el Premio Bioy Casares de Poesía en el año 2010.
En la contratapa del libro Rash, Martín Araujo expresa que los poemas “podrían ser fotografías. O escenas. Como si pudiéramos desagregar la memoria en cápsulas y numerarlas noche 2764, impresión 7 de agosto 20, o último rayo de papá”.
En ese sentido, coincidimos con Araujo y nos gustaría agregar que esas fotografías, o esas escenas a las que refiere, son ciertas en tanto están ancladas en el lenguaje como una forma peculiar de sentimiento. Y no sólo porque la imagen sea potente. La poeta tiene la capacidad de escindirse del dolor y ver como desde arriba. El primer poema de Rash es una suerte de ars poética:
Solo quien nunca trepó a la cuerda
quien nunca fue de veras
trapecio mismo
confunde la oscilación de un cuerpo semidesnudo
sostenido por el aire
con poesía
un trapecista de cepa lo sabe
por eso
no se encomienda a los dioses
(...)
En dicho poema, la imagen es clara. El cuerpo semidesnudo podría ser cualquier cuerpo, es más, podría ser más que un cuerpo, cualquier cosa, y el poema seguiría cumpliendo su función. No hay poesía en la anécdota, sino en la poesía. Y la poesía, en este caso, es sólo lo que el poeta expresa (ni siquiera hablamos de lo que ve). Nuestra autora trabaja con una belleza que intermedia entre quien escribe y su lector, quien no siempre está listo para algunas de las formas de la belleza.
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Pero ¿Qué es la belleza sino más que un consuelo? Sino más que una pequeña parte del mundo que no será nunca del todo nuestra. ¿La belleza es una alegría? ¿O qué? En Notas para la belleza, Reginald Shepherd hace el siguiente planteo: “La belleza es insistente, hace demandas. Demanda que la veamos, que la reconozcamos, que reconozcamos nuestra vista, que seamos transformados al experimentarla. Como Rilke escribió, la belleza es el comienzo de un terror que apenas seremos capaces de aguantar”.
En ese sentido y atendiendo al poema que da título al libro (“Rash”), el yo poético nos “descorazona”. ¿Por qué la poesía es tal cosa y no otra? cuestión de fe. Una belleza que, como dijimos, el mundo no está lista para ver, pero que la poeta al verla, simplemente, la expresa. Leamos detenidamente este fragmento del texto de Abnur y analicémoslo:
Todo lo que sé de la muerte
lo aprendí de apuro
cuando te vi pasar en la camilla
a la terapia intensiva
(...)
y supe de la muerte
que tiene apuro papá
y en el apuro es desprolija
porque algo se llevaba para siempre
lo supe
pero algo no
(...)
Nos encontramos frente a un “yo” poético que construye por medio de la anécdota un artefacto estético híbrido. El valor poético no sólo está en el lenguaje, en tanto aceptación, sino también en la forma que la historia brinda a ese lenguaje. La poesía narrativa, en muchas ocasiones, puede pecar de amorfa, o sacar a relucir su evidente delgadez semántica, sin embargo en Rash de Viviana Abnur, el lenguaje es un escondite oscuro donde la voz del yo poético retumba detrás de cada cosa.
Lo que más se puede pedirle a la poesía es poesía. Habrá, después, ciertos pretenciosos que busquen, y hasta tal vez encuentren, un estadío al que llamen poesía, aunque no tenga nada de poético. En este caso, el artefacto poiético crea una personificación en la muerte para darle un atributo al que, de otra forma, jamás hubiéramos llegado: la muerte apurada es desprolija. Nada mâs se puede decir sobre este verso que no esté ya en el verso mismo, allí la virtud.
A fuerza de mirar
el ojo se abre
¿o es al revés?
el faro ensordecido
no pregunta
cree fiel
en todo lo que avanza
Por otro lado, algo de lo que aparece en Rash, aparece también en La pereza (2018). No la idea pretenciosa del estilo, sino el estilo. El verso fresco que Abnur recoge del mundo. La poesía en sus múltiples formas tiene una que es mi favorita, y apelo al entendimiento del lector en esto: el despotismo de la estética. Es decir, la estética como ética de una escritura que no busca convencer, ni gustar; la estética como ética que busca, tan solo, provocar el goce de la palabra.
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Fredy Yezzed dice sobre este libro: “Los poemas de Abnur son revelaciones de lo esencial y lo familiar. Su aspiración más alta es dar en el hueso invisible de lo cotidiano con un lenguaje humilde y sin artificios”. En este caso, aunque coincido con la mayoría de los planteos realizados, me permito contradecir, fundamentalmente, la idea de no artificio:
Mientras barro las hojas secas en la vereda
pienso en las otras
en las que están a punto de caer
cómo se hamacan generosas entre los árboles
En el fragmento que acabamos de leer, se entrevé una sustancia que es más que el lenguaje humilde y sin artificios. Entran en juego allí, elementos de carácter discursivo (como la anécdota y el propio discurso), pero también se ponen en juego valores de carácter retórico (como la personificación, el corte de verso, la selección de la imagen) que en suma contribuyen al discurso poético.
Piensa el “yo” poético en las hojas que están a punto de caer, e invita al lector en ese recorrido. En lo que sí coincido con Yezzed es en la siguiente afirmación: Es muy difícil su decir, en la quietud de sus aguas palpita una gran tensión. Sigamos pensando el mismo poema, en la invitación que hace al lector. Es hipnótico el movimiento de mirar las hojas a punto de caer. En ese sentido, traspasa la pared poiética, y pone la imagen al servicio del desprendimiento del texto. Sentencia, finalmente: “Cómo se hamacan generosas”.
La poesía de Viviana Abnur tiene la facultad de sacar de lo más remotamente cotidiano una belleza que parece escindida del mundo. A este respecto, Raymond Depardón sostenía que la pretensión suele matar la genuidad en fotografía, ámbito en que se desarrolló como artista. Tiene un ensayo llamado Errancia, y con respecto a ella expresa: "La errancia es mirada en estado puro. Creo que no hay mensaje en La Errancia. Más bien hay un cuestionamiento. (...) El errante es alguien que pasa, que no se apropia”. Será por eso que Abnur nos plantea en el siguiente poema:
Como al descuido acariciás la hoja
acariciás mis poemas sin saberlo
sin mirarme
en la demora
de las últimas palabras
la seducción del muro que cae
apenas un instante
para coser los restos
¿habrá belleza que se iguale
a la demolición?
En definitiva, tal vez sea algo de esta errancia la que encontramos en los poemas de Viviana Abnur, una poeta que se sostiene en el tiempo debido a que encara una escritura que va desde la anécdota hacia las formas. Es por ese motivo que, cuando pensemos en los grandes escritores de nuestro tiempo, la encontraremos allí, en ese lugar del corazón donde se guardan los versos celebrables. En ese lugar, donde sólo los grandes escritores pudieron hacer, de algo sencillo, una sustancia memorable.