Gary, el peronismo, el antiperonismo y los códigos morales en época de desapariciones

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    Alberto Gary Vila Ortiz
    Foto: Gabriela Wolochwianski
DOSSIER 24 DE MARZO

Gary, el peronismo, el antiperonismo y los códigos morales en época de desapariciones

23 Marzo 2025

“Gary me salvó la vida”. Gary es Alberto Carlos Casiano Vila Ortiz, poeta y periodista que llegó a ser jefe de redacción de La Capital, de Rosario, diario al que ingresó a los 22 años como corrector. También realizó tareas periodísticas en Radio Nacional, LT8 y los canales de televisión 3 y 5 (hoy, Telefé Rosario).

Este autor de reconocidos libros de poemas o trabajos como el que comparte con Rafael Ielpi sobre Raymond Chandler y su personaje principal, Philip Marlowe, fue un gran difusor del arte de su ciudad, de la que fue director general de Cultura y también de la Editorial Municipal. Una temprana relación política con el Partido Demócrata Progresista trasladada al radicalismo tras la vuelta de la Democracia en el 83, lo colocará en la vereda de enfrente al peronismo y será una acera sobre la cual caminará con efervescencia.

El que pronuncia esa frase tan contundente es Rubén Plaza, poeta que no sólo tuvo una destacada participación en la vida cultural de la ciudad santafesina (presidente de la Sociedad Argentina de Escritores de Rosario, fundador del Grupo de Escritores de Rosario y cofundador tanto del Ateneo Arturo Jauretche como de la Asociación Rosarina del Tango Julián Centeya, entre otras actividades) sino también una acentuada labor en la función pública a la que llega a través del Partido Justicialista (subsecretario de Cultura de la provincia de Santa Fe, entre otras funciones como asesor).

Hay un tercer punto a tener en cuenta dentro de esta historia, que es el contexto en la cual se desarrolla: la llegada de la Dictadura Cívico-Militar de 1976 al poder en nuestro país y la metodología que utiliza para instalarse. Tengamos presente que Plaza era una figura visible, no precisa o solamente por ser poeta, y hablamos de una visibilidad que en esos días se prefería no tener. 

Marzo de ese fatídico año lo encuentra tratando de conseguir refugio para él y su esposa de los operativos realizados por las fuerzas armadas sobre la sociedad civil. Al principio, reciben ayuda de Roberto Sánchez Ordóñez, secretario de Salud Pública en Rosario. Junto con su hermano consigue esconderlos en Buenos Aires donde duermen cada noche en un motel diferente, pero cuando nace su hija en julio del 76, Plaza y su mujer regresan a su ciudad natal. “Tengo cientos de radicales amigos por que del 73 para atrás, el frente era común ¡Si luchábamos contra los milicos!”.

Sánchez Ordóñez logra reubicarlo por un par de meses más. Intenta hacerlo ingresar en un trabajo dentro de la municipalidad, pero para eso tenía que ponerlo en blanco, algo que el poeta descarta. “Era mandarse en cana solo”. Es en ese momento que Vila Ortiz se anoticia del asunto. Plaza cree recordar que fue gracias a Jorge Isaías, a quien en su pueblo natal de Los Quirquinchos se lo conoce sencillamente como “el poeta”.

“Me mandan a hablar con Gary. Pero él era secretario del diario y en el diario no estaba. Era director de Cultura y en la dirección de Cultura no estaba. Recuerdo que funcionaba en la sala Mateo Booz. No sabía si ir o no”.

Finalmente, se anima y coinciden en las oficinas del diario. Vila Ortiz le pide encontrarse en la sala Mateo Booz al día siguiente, a lo que Plaza pone sus reparos porque sabe que ahí, todos lo conocen. “Me iban a dar la cana inmediatamente”. Arreglaron encontrarse a un horario cercano del cierre, a sabiendas de que quedaría poco personal para ese momento. Vila Ortiz no fue. “Mierda, era complicado, la puta madre. Para colmo, algunos compañeros olfateaban algo raro”.

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Rubén Plaza
Rubén Plaza

A pesar de esas sospechas, el encuentro se termina concretando y Vila Ortiz lo mete en la sección de Museología, a reparar cuadros. Plaza se convierte en un restaurador fantasma. “Yo iba, pero no existía. Gary sabía que estaba en una lista. No me tenía que hacer ver si él me llegaba a mandar a la Dirección de Cultura, en todo administración pública se corría la bola. Entonces me aguantó ahí mucho, mucho tiempo”. Luego de este lapso no especificado, lo hizo ingresar al Hospital Alberdi, un lugar bastante alejado del centro, donde difícilmente alguien consiguiera reconocerlo. “Tenía que mentir, decía que venía de no sé dónde. Me aguantó ahí hasta que vino la Democracia. Siempre escondido, yo no figuraba en ningún lado”.

“Gary, a las batidas las escuchaba en el diario. Y él las transmitía. Al hermano, al primo, al amigo. Los que le hicieron caso, le agradecen la vida”, cierra Rubén Plaza, destacando la solidaridad de este escritor antiperonista en un momento difícil como pocos en la Historia de nuestro país.

“Si hubo una lista como dice Plaza, lo desconozco, pero con un grupo en el que estaban Jorge Isaías, Alejandro Pidello, Malena Cirasa, Héctor Piccoli, Raúl García Brarda y yo, pasamos una situación de alto riesgo. Nos podrían haber chupado a todos, y el que nos salvó fue Gary”, me responde Roberto Retamoso, reconocido escritor, doctor en Letras por la UNR y actual coordinador de la Diplomatura en Literatura de Rosario en la misma casa de estudios, cuando trato de profundizar sobre este accionar de Vila Ortiz que me era desconocido hasta no hacía mucho tiempo atrás, cuando di con la historia que relató Plaza casi por casualidad.

A fines del año 79 o principio del 80, se realiza una actividad en la que se invita al poeta Horacio Armani a dar una charla. Jorge Isaías, que estaba en la organización y debía conocerlo de antemano, en una sobremesa posterior al evento le reprocha a Armani que en Buenos Aires no le prestan atención a los rosarinos. “Le salió el tigre de los llanos y tiró un reproche federal”, se ríe Retamoso.

Armani, que durante décadas trabajó en el suplemento cultural de La Nación, se sintió tocado y le propuso a Isaías que le junte material de varios poetas rosarinos, que algún escritor de la ciudad haga una nota hablando de los mismos, se lo mande y él se encargaba de darlo a conocer.

Así salen publicados un grupo de jóvenes escritores que estaban relacionados con La Cachimba, una revista de la ciudad que convivió hermanada con El Lagrimal trifurca, en el gran diario. “Hubo anécdotas. Por ejemplo, esto sale un domingo y el lunes siguiente la llama Beatriz Sarlo a Nicolás Rosas, que vivía en Buenos Aires en esa época, para decirle chicaneramente "¿así que tus discípulos rosarinos ahora publican en La Nación? Después terminó escribiendo ella para ese periódico”.

Hasta ahí era todo muy halagador. El problema comienza cuando unos días después, a Bartolomé Mitre, director y propietario del diario en esa época, le llega un anónimo a su despacho diciendo que en esa nota había personajes exonerados de la universidad, que uno de ellos era marido de una presa política (por Píccoli) y que era toda gente subversiva. “Nunca se supo quién mandó esa nota, pero tuvimos nuestras sospechas. Si bien se basaban en datos reales, estábamos convencidos que fue una cuestión más de resentimiento personal que odio ideológico”.

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Página de La Nación
La nota en La Nación que produjo el inconveniente (Archivo Retamoso)

El tema es que Mitre lo llama a Armani y le pregunta qué hiciste. El poeta demuestra su sorpresa, pero promete investigar. “Levanta el teléfono y se comunica con Gary, que creo ya era secretario de Cultura de la Municipalidad”. Le cuenta la situación surgida por la aparición de la nota y la denuncia anónima. La respuesta de Vila Ortiz fue contundente: "Escuchame, hermano, yo respondo por todos y cada uno de los muchachos que aparecen en esa nota. Por todos y cada uno. Son personas de bien, no tienen nada que ver con esas cosas. Seguramente es un infundio de algún resentido de acá que está envidioso porque no salió nunca en La Nación. Decile a Bartolomé Mitre que yo respondo por todas esas personas porque esto es una diatriba, un infundio”.

La firme y convincente intervención de Vila Ortiz desactivó lo que se estaba convirtiendo en una bomba. “Si eso prosperaba, si se empezaba a investigar, podían habernos agarrado a todos y chuparnos”. “Esto se sabe porque Vila Ortiz lo fue anoticiando a Isaías, quien era el único que estaba al tanto de lo que iba sucediendo”. Hasta le propuso ir a hablar con Galtieri, quien en ese momento era el jefe del Comando del II Cuerpo de Ejército, para aclarar la situación, lo que el poeta de Los Quirquinchos desestimó rápidamente.

“Gary no era muy político. A él le importaba los libros, no la ideología y la militancia de los amigos”, me dijo Plaza en lo que fue, tal vez, la última entrevista que dio. “Era un liberal de verdad, no como estos liberales que nos revientan ahora. Le daba un enorme valor a los Derechos Humanos, a no tener actitudes represoras. Tenía ética. No cualquiera se la juega como él en un momento como ese”, agrega Retamoso, como si fuera una sola conversación que se completa en un tiempo infinito.

“Si la memoria no me falla, Scott Fitzgerald decía que había que ser capaces de tener en la cabeza dos ideas totalmente opuestas y sin embargo actuar. Es decir, pensar por ejemplo, que tal problema no tiene solución alguna y sin embargo buscar esa solución. Entiendo que eso es parte de cierto heroísmo, algo que da aire y plenitud a la siempre tan frágil comedia humana. Y debo confesar, por mi parte, que siempre que he confiado en los otros (aún en la medida de mi desconfianza), los otros han respondido bien, mejor que yo, por cierto. Es hermoso que así sea, pues siempre alientan las pruebas a favor de la humanidad y no tan sólo aquellas que van en su contra”, escribió Vila Ortiz en un artículo periodístico de mayo de 1982.

Era todo un preámbulo para hablar de su admirado Chandler, pero al releerlo en uno de sus libros no pude dejar de traerlo a este contexto. Porque me percato que ese código moral con el que se manejaba Marlowe no le era ajeno. En los límites de la confrontación, esos que a rajatabla decidimos no traspasar, reside el humanismo.

Vila Ortiz quedó marcado como gorila en la memoria de algunos. Es más, a partir de 1992 empezó a recibir amenazas donde le endilgaban eso y otras cosas más, una situación enrarecida que en los años siguientes escalaría en raptos, puntazos y otro tipo de agresiones. Pero eso es material para otra historia, en esta me lo imagino, donde sea que les toque encontrarse, dándole la bienvenida a “Placita” con un vaso de un buen whisky y convidándolo con un cigarro, como lo haría su querido detective.

Estas líneas no buscan reivindicación. O tal vez sí. En tiempos donde pareciera que todo es válido, esta historia “alienta pruebas a favor de la humanidad”, en este rincón del mundo donde, hace un tiempo, dijimos NUNCA MÁS. Y “algo se puede hacer” para que el sentido que alimenta esa frase se sostenga día a día cuando del otro lado se trabaja con la misma frecuencia para vaciarla. Aunque sea contarles esto. Ni más ni menos.