De tiempos y mandatos, política y poder, por Ricardo Tasquer
Por Ricardo Tasquer | @ricardo_blogger
Sobre las mareas políticas navegan los barcos que nos llevan. En ocasiones surfeamos las olas sin percibirlas, en otras no podemos evitar sentirlas aunque jueguemos a distraernos. A veces no es el agua sino el viento el que nos lleva, el que nos golpea y nos tira de espalda. ¿Estas metáforas refieren a la naturaleza como origen y final de lo político? Espero que no, pero hay algo de fuerza natural en la suma de las acciones de los hombres. Claro que no es una democracia —y aunque el axioma de “un hombre, un voto” y la tradición griega sobre la que asienta nuestro sistema representativo indiquen otra cosa—, no todos somos iguales ni nacemos con las mismas posibilidades. He ahí un punto de partida para la comprensión de los fenómenos políticos. Nos define qué hacemos con eso que la vida hizo de nosotros, y qué hacemos con los demás con eso que la vida hizo de ellos y de nosotros. Hay quien piensa esa desigualdad como un justificativo, algo que no merece mayor reflexión que reconocerlo y aprovecharlo. Hay otros que lo sienten como un dolor, como una herida para la que deben buscar cura. Los hay cínicos también, en ambos lados de la grieta que nos define políticamente desde hace algún tiempo, o desde siempre. O hipócritas que desoyen la voz interior que más de una vez habrán mandado a callar.
¿Y qué es el sistema sino la suma de las fuerzas que componen a una sociedad? Pero en ocasiones se ven tensionadas por la emergencia de anhelos y sueños que alcanzan a inclinar la balanza de la historia. Hagamos un breve repaso. A la salida de la última Dictadura el valor fundamental resultó corporizado en algo inasible pero invaluable como la Democracia. Y el alfonsinismo supo encarnar eso aunque las demás variables se les escurrieran de los dedos, lentamente primero y luego como un alud. Llegó el menemismo, con el valor puesto en la estabilidad económica, dando a la democracia por sentada aunque se debiera desmantelar el partido militar sin hacer alarde. Un rasgo de nuestra economía y realidad acompañó a ambos gobiernos: la deuda, el Fondo Monetario Internacional.
Cada elección presidencial nos pone ante disyuntivas y, entre muchas, suele haber una o apenas un par que definen al resto. La elección de 1999, desbalanceada por el antimenemismo, escondía en realidad tensiones desatadas al interior de los grupos de poder: ¿devaluar o seguir exprimiendo y profundizando la convertibilidad? Ganaron los segundos para perder, luego, por imperio de la realidad.
Con Kirchner llegó luego un tiempo distinto, envuelto en caos y, quizás por ello, le entregaron las llaves de la política y de la economía. Primero, claro, intentaron condicionarlo, pero al acompañarlo el clima de época (o al recostarse Kirchner en él), en un contexto regional y global, económico y de ideas que le dieron soporte, los factores de poder parecieron aceptar que los sacara del barro. Con un paupérrimo 22% pudo hacer mucho más que luego Cristina con el 45%, porque los votos cuentan pero el desarrollo de la historia puede tener mayor injerencia en la resultante. ¿Qué fue entonces Kirchner? Un gobernar desde la política, algo que intentó sin éxito Alfonsín y con éxito Menem a expensas de entregar la economía a los dueños de la Argentina. Llegaron Kirchner y Cristina (abonemos por la positiva la teoría del doble comando) y dijeron que con la política se come, se cura, se educa y se gobierna. Hasta que en 2008 los dueños dijeron “bueno, listo muchachos, todo muy rico pero es hora de entregar las llaves, que ustedes son inquilinos”.
¿Qué le quedó entonces a Cristina? Los votos que aún conserva, que no fueron ni son pocos, pero la necesidad permanente de pelear. Pelear, aunque se perdiera más de lo que se ganara, para conservar la herramienta transformadora que había demostrado ser la política. Y arribamos así a una posición moral. Un deber ser político. Un mandato que rezaba que el poder que había recuperado un gobierno elegido por el pueblo no podía ser nuevamente loteado entre los poderosos. Era moral porque no se acompañaba ya de los resultados económicos y sociales que habían permitido la emergencia de eso que conocemos como kirchnerismo. Por eso, claro, CFK encendió más pasiones que Kirchner, pero también por esta dimensión moral favoreció el alejamiento de posiciones más pragmáticas que habían acompañado al kirchnerismo.
Y fue esta dimensión moral la que supo aprovechar el macrismo, que como en judo la tomó luego —tardíamente, gracias al catenaccio del segundo gobierno de Cristina— para llevarla a un plano religioso, y tornar un debate entre poder y política en una discusión o disyuntiva entre el Bien y el Mal. Todo lo que nos hace bien versus todo lo que nos hace mal. Y entonces, sin debate posible, hacer lo que había que hacer.
La elección de 2015 fue tan determinante como la de 1999. Pero si la que encumbró a De la Rúa verificó un cambio de signo político sin volantazo de política económica, la que Macri supo llevarse implicó un cambio de signo y, además, un viraje económico montado sobre esa plataforma de moral religiosa. El macrismo, hasta su arribo al poder era más que el PRO o la suma de éste y la UCR: era una coalición social ensamblada en rechazo al kirchnerimo pero, sobre todo, organizada para recuperar el control de los botones del poder y la economía. Mal que le pese al peronismo, ese armado político-empresarial supo crear las condiciones y comprender mejor el tiempo que le tocaba. Y mal que le pese al macrismo, en el ejercicio de poder no construyó sobre sus cimientos sino que buscó una hegemonía desde lo homogéneo; en el gobierno no fue Cambiemos sino el PRO. Intentó además trasladar ese esquema interno hacia la sociedad, pero creó en cambio las condiciones para dispersar el valor de lo moral en el aire de una economía que volvía a ser un problema, cuando antes el problema del cristinismo —si quieren— había sido primero político y luego, secundariamente, económico.
Cada gobierno debe interpretar y a la vez moldear el tiempo y las demandas que le tocan. Asumen con un mandato, y en la medida en que lo comprenden y satisfacen son depositarios de la confianza social. Llegamos así al presente: Alberto Fernández y el Frente de Todos, que es una suma mayor a Alberto y Cristina pero, a la vez, depende de lo que el presidente haga con su tiempo. El Frente y AF asumieron con un mandato claro, resumido en “encender la economía”. Fue eso y no una mirada de moraleja frente al macrismo lo que puso en el gobierno nuevamente al peronismo. Gobierno, además, que no cuenta con los resortes de poder que tenía en tiempos del primer kirchnerismo: ya el establishment le había arrebatado algunos a Cristina y Macri regaló muchos más, como quien reparte porciones de torta, reservando la frutilla para el Fondo Monetario. Se ha dicho que Alberto intentó gobernar la pandemia. En su defensa, ningún gobierno pudo gobernar la economía desde 2020 para acá. Le toca, además, encauzar una coalición de gobierno como no tuvo nunca nuestro país, presidencialista hasta decir basta. Pero la historia suele ser implacable con quien no la gobierne, o intente al menos moldearla. Por algo le dicen el barro de la Historia.