El caso Gustavo Cordera: un asunto de jurisprudencia

  • Imagen
DEBATES

El caso Gustavo Cordera: un asunto de jurisprudencia

17 Septiembre 2025

 

“El artista es el que libera una vida

poderosa que no es personal.

El artista es una liberación de la vida”. Deleuze

 

Con respecto a los dichos pasados de Gustavo Cordera de público conocimiento - y por los que fue cancelado oportunamente- y a propósito de las distintas reacciones generadas en estos días, a partir de las últimas entrevistas al cantante y compositor; no en respuesta a esas reacciones, sino a propósito y a partir de ellas, nos propongo aquí un llamado a la reflexión.

Todos partimos de la premisa de que abuso sexual y la violación constituyen actos aberrantes que no deberían producirse jamás. Y que deben ser inmediatamente condenados social y legalmente. Desde ahí, las líneas que siguen intentan re-dimensionar la discusión y redefinir algunos términos de la misma, habiéndose realizado ya la condena social sobre el asunto de referencia; con el fin de, a futuro, dar respuestas menos reactivas, más lúcidas y de mayor alcance ante la atrocidad, tanto vinculada a crímenes sexuales, como ante las atrocidades de nuestro tiempo en general.

Para eso, propongo partir de la base de que la primera violencia a la que debemos enfrentarnos es la del lenguaje en su uso normativo, ya que así se constituye en un sistema de equivalencias, y por lo tanto de intercambio, para el cual las excepciones constituyen “faltas”. Decir “esto es esto” y ninguna otra cosa, es la primera y, tal vez, la mayor de las violencias. Ejercemos el poder violentamente cuando generalizamos, incluso con las mejores intenciones políticas, sin advertir que, justamente, ese es el carácter totalitario (y profundamente ideológico) del lenguaje: su pretensión de universalidad. Algo que, además, es imposible desde el punto de vista lógico, e indeseable desde el punto de vista político. Decir “todas las mujeres” o “ninguna mujer”, constituye ya un nivel de violencia. Sin embargo decir “hay mujeres que…” o “algunas mujeres...” habilita la singularidad de la experiencia. Porque no podemos saber con certeza cómo viven su sexualidad “todas las mujeres”, mucho menos sabemos lo que no necesita “ninguna mujer”.

Por supuesto, ante los crímenes sexuales, debemos sostener una bandera común que generalice, nos de homogeneidad y fuerza de colectivo. Pero al interior de la producción de pensamiento y de un discurso feminista crítico, una enunciación más heterogénea es necesaria. Incluso más eficaz, en términos de protegernos del odio machista, que no retrocede, más bien lo contrario, ante un discurso feminista vuelto sobre sí, que aparece como amenazante o vengativo, y que, entonces, recibe como respuesta la violencia radical y cruda del macho. Por eso, empecemos por acordar que no hay “la” mujer, sino que hay “mujeres”, y que no podemos referirnos a ellas como a un bloque, no podemos restringir su identidad, su sentir, su forma de desear, su manera singular de existir y de vincularse.

No es lo mismo decir “violemos a las mujeres”, que decir “hay mujeres que necesitan ser violadas…”, aunque, desde ya, es una expresión que en lo inmediato genera reacción y reprobación. ¿Debió haber dicho, en todo caso, “hay mujeres que disfrutan de cierto nivel de violencia en el sexo”, o que “necesitan del uso de la fuerza para gozar sexualmente”? Probablemente, y entonces la afirmación hubiera sido menos condenable. Sin embargo, sigue sin ser lo mismo, y el enunciado no constituye en sí una apología de la violación; y, aunque no se justifica, no deja de ser un dicho que, producido con más cuidado y alguna precisión conceptual, en otro contexto comunicacional, podría tener un sentido completamente distinto y atendible: por ejemplo, un contexto de investigación psicoanalítica freudiano-lacaniana, o de investigación sobre el masoquismo (Sade, Sacher-Masoch en clave filosófica o psicoanalítica), o de investigación filosófica de la relación sujeto-objeto en la posmodernidad (la pasión de objeto en Baudrillard); en alguno de esos contextos discursivos de producción de conocimiento, afirmaciones por el estilo, bien fundamentadas, producirían al menos una pregunta y posible re-definición de los términos de lo sexual, cooperando en favor de la diferencia y la diversidad, que son nuestras banderas, y abriendo camino a formas diversas en que cada sujeto vive y experimenta su cuerpo y su sexualidad, así como des-patologizando, por ejemplo, la experiencia del goce (Freud, Lacan, Deleuze), como modo de habilitar cuerpos alternativos, distintos a los “normales”. Por lo tanto, vale la pena hacer el ejercicio de juzgar más el contexto de enunciación que el enunciado, a los fines de no concluir apresuradamente con respecto a los motivos por los que, o la intenciones con las que, alguien dice algo; o sobre la lógica de pensamiento en que se produce su enunciación. Ya que el otro puede estar pensando algo que, así dicho, no entendemos, y que por lo tanto no podemos juzgar en términos absolutos todavía.

Con respecto a la edad de consentimiento, asunto en entredicho en esas polémicas declaraciones de Cordera, primero, adherimos sin dudas a lo que dicte la ley, cuya función principal es la regulación de las prácticas humanas de modo tal que los seres humanos respeten los derechos, unos de los otros, en favor del cuidado de cada quien y del bien común. Habiendo dejado este punto claramente establecido, al interior de la reflexión sobre la sexualidad, los asuntos de género, el feminismo y las diversidades, es necesario advertir la contradicción constitutiva de toda ley que, en primer lugar, nos hace a todos iguales ante ella, motivo por el cual las “excepciones” son difícilmente articulables en su aplicación; y en segundo lugar, señalar que es la ley misma la que crea la ilegalidad cuando se constituye en sistema que necesita de una exterioridad, de una exclusión, para erigirse y sostenerse. Entonces, en nuestro discurso ¿qué hacemos con ese resto constitutivo, ese afuera del sistema, que es a la vez su núcleo reprimido? No podemos omitirlo. Las mujeres mismas estamos en ese borde, cuando históricamente no fuimos amparadas por la ley patriarcal a la que ahora, para juzgar este caso, nos apegamos ahistórica y acríticamente. No se trata aquí, de hacer una apología de la ilegalidad; sin embargo, un cuestionamiento de la infalibilidad de la ley, y de su indistinta aplicación en todos los asuntos y en todos los casos, en todos los tiempos históricos y todas las geografías, corresponde para no caer en moralismos. Si la moral es siempre y en todos los casos, y en cambio la ética es cada vez y en cada caso, no hagamos del feminismo un discurso moralizante, menos aún de una moral burguesa-progre escandalizada, que rechaza la diferencia. Tampoco la ética, que decide “cada vez”, implica necesariamente una ilegalidad. Existe la “jurisprudencia” para contemplar el caso particular, y su singularidad, cuando la excepción se las arregla para entrar en el orden de la legalidad, ampliándolo. De la jurisprudencia depende la vitalidad de la ley y su cuidado de no volverse autoritarismo en favor de la injusticia. De hecho, la edad de consentimiento es un asunto en permanente revisión y re-evaluación del sistema judicial, porque los criterios a los que responde no son universales ni ahistóricos, ni indiferentes a la clase social o geografía de cada sujeto, inscripto en ciertos momentos históricos y ciertas latitudes, así como en ciertas coordenadas culturales de época.

No se trata de volver a un orden opresivo en el que las niñas eran casadas contra su voluntad a los 15 años, pero sí de estar alertas ante una doble moral que, por un lado, juzga el comportamiento sexual intergeneracional extremo al margen, o al borde, de lo legal públicamente, y que, por otro lado, lo práctica secreta y privadamente. O celebra la juventud como parámetro de “deseabilidad”, instalando la imagen de la mujer-adolescente-niña, y no la de la mujer madura, como fuente de erotismo para el heteropatriarcado. Estos últimos asuntos se discutirán un poco, o bastante, pero, como sirven al capital, no generan condenas sociales ni cancelaciones. Claro que los asuntos privados no tienen un carácter influyente sobre las prácticas sociales masivas, y por eso no pueden ser juzgados y condenados socialmente. Pero el hecho de que se practique la ilegalidad o se coquetee con ella como un secreto a voces, también constituye un factor que insta a lo prohibido y fomenta un tipo de morbo con consecuencias catastróficas, especialmente en lo que al abuso infantil y la trata de menores respecta.

Entonces, preguntémonos si la cultura de la cancelación no está precipitando una respuesta violenta como contrapartida y, por lo mismo, está atentando contra sus propios objetivos. En la compleja situación actual respecto de las múltiples violencias contra las mujeres ¿cómo podemos hablar de esto, y militarlo, sin convertir nuestro discurso en un discurso violento, represor? ¿cómo desarmar el patriarcado con herramientas distintas a las patriarcales y sin convertirnos en un nuevo patriarcado en manos de las mujeres? Tal vez tengamos que dejar de movernos en la lógica de la oposición y la puja de poder, para empezar a movernos en favor de aquello en lo que creemos, amamos y defendemos, más propositivamente. Empezar por reconocer cuál es nuestra potencia vital y actuar en favor de colmarla, con el fin de emanciparnos pero también de revelar nuevas potencias para el porvenir.

En defensa del feminismo

En defensa del feminismo, sabemos que todo movimiento disruptivo aparece, por necesidad, abrupta e irreflexivamente, para lograr inscribirse en el panorama de lo que ya existe. Pero, para que este panorama que ya existe no lo aniquile ni lo neutralice, también lo nuevo tiene que ser capaz de mirar hacia adentro y transformarse para sobrevivir y desarrollarse. Un feminismo irreflexivo y sin autocrítica está destinado a morir o a convertirse en emblema sin sustancia, “en estilo de vida” como objeto de consumo capitalista, o en progresismo ciego, para unos pocos. En cambio, reconocer las contradicciones y la multiplicidad que nos constituyen puede ser nuestra mayor potencia. Percibir, sentir, pensar y obrar en otras lógicas que no obedecen a los discursos hegemónicos. No ser sistematizables. Esa es tanto nuestra potencia feminista, como la potencia creativa de los artistas. En eso coincidimos. Y además, es gracias a ellos que conocemos y participamos de una dimensión artística, más libre, de la vida. Por eso, en términos de la ley: identifiquémonos, y a partir de ahí ganemos,  exijamos, defendamos nuestros derechos. En términos de la construcción de una posición crítica, lúcida y propositiva: seamos más artísticas, permanezcamos incapturables, no nos cristalicemos, abrámonos a lo que no sabemos ni entendemos, transformémonos. Porque ahí donde coagulamos nuestro discurso nos convertimos automáticamente en nuestro propio enemigo. Nuestro enemigo es el sentido clausurado, la identidad fija, el sistema que reparte a cada quien su parte, la falta de imaginación, la impotencia ante eso que llamamos realidad, no ver que lo que construye esa realidad son signos, una combinación de signos que se estabiliza y se vuelve consistente, y se instala, y de ahí en adelante se percibe como verdad, cuando es una construcción, una entre muchas posibles. Entonces, imaginemos, propongamos otras construcciones posibles y otras formas de desear.

Nuestro enemigo no es Gustavo Cordera. Aunque debamos expedirnos sobre ciertos dichos públicos desafortunados, sí, en este y otros casos, acerca de cuestiones tan delicadas como la sexualidad. Pero tampoco obremos a traición, haciendo públicos, nosotros mismos, unos dichos que habrían sido menos nocivos si hubieran quedado en un ámbito privado, o un ámbito reducido. No es inteligente de nuestra parte hacer una condena social letal a un discurso, sin antes saber exactamente de qué se trata u omitiendo en qué contexto comunicacional se produjo. No sea que terminemos haciendo más daño aún, poniéndolos a circular en las redes sociales y los medios masivos. Hagamos control de daños, en lugar de salir a cazar enemigos. Porque si el bien común es el objetivo, la caza de enemigos atenta contra él. Seamos más sensibles a lo incomprendido, porque algunos discursos están muy fuera de su tiempo, pero no por eso son criminales, ni apologías del delito sexual u otro delito. Algunos discursos no encuentran la forma, el lugar, el momento preciso para producirse, porque las coordenadas de su tiempo no se lo permiten. Entonces irrumpen como pueden en un mundo que siempre los mantuvo cautivos, con la brutalidad, la ingenuidad y la peligrosidad del que intenta liberarse después de haber sido oprimido por mucho tiempo; y son nacidos de la impotencia de su ser diverso en un mundo mismo.

Esto no los justifica, pero tampoco los excluye. Los contempla. No los condena de una vez y para siempre. Para poder junto a ellos, buscar un territorio común de discusión. A veces aprendemos más del otro radical que del otro moderado. Porque el otro moderado se nos parece tanto, dice de un modo tan parecido al nuestro, que al final es fácil escucharlo, y no termina diciendo nada que haga realmente la diferencia. Pensemos, con Jaques Ranciere, lo político como “disenso”, fricción y conflicto; cuyo opuesto es el “consenso”, que para este autor es la policía. Y la policía es la que históricamente nos da los palos. Por eso, hacia afuera, seamos bloque; pero hacia adentro, desacordemos. Así podremos volver a dar las cartas de lo sensible: de lo decible, lo percibible, de lo que podemos pensar, sentir, producir, practicar, crear. Los artistas, las canciones, la poesía, disienten, porque entran en el mundo con la autonomía y la potencia de lo que se sostiene por sí mismo, por su propia lógica interna y alterna, sin deberle nada al mundo tal y como es, en desacuerdo con el mundo tal y como es, y sin embargo, en él.

Las canciones de Cordera marcan un tiempo de disenso histórico, le hacen al lenguaje autoritario un agujero por donde respirar, son contra-sistemáticas porque son poesía, y son populares porque son de todos y de cualquiera. Ellas ponen en el mundo formas singulares de existencia que no se ajustan a la norma patriarcal. Los pobres, los locos, los marginales, las mujeres (no LA mujer), los otros, LO OTRO, un tipo, una mina, un travesti, un/una trans, cualquier no binarismo, alguien cualquiera, ese resto que el mundo no considera, todo lo que no encaja y por lo tanto no sirve al capital, esa minoría que al final todos somos, se vuelve presencia en estas canciones; que abren, así, la posibilidad de estar con otros, con lo otro del lenguaje y de nosotros mismos. Y lo hacen en el tiempo del arte,  interrumpiendo el tiempo de producción capitalista, para la participación de un tiempo colectivo. Las canciones de Cordera comunican tiempos, construyeron y construyen colectivos históricos y trans-históricos, ahí donde antes no los había. Y son canciones  poderosas y políticas porque liberan la vida, posibilitan lazo, hacen trama social, inventa nuevos términos para lo social, para el afecto, nuevas modulaciones del amar y del vivir.

En ese sentido, en ese y no en el de la inadecuación histórica de sus dichos públicos - que una vez hechos públicos se volvieron públicamente reprochables - Gustavo Cordera no es el enemigo, más bien lo contrario. Cuando un artista es capaz de captar un sentir colectivo que no se traduce automáticamente en una representación fiel de su tiempo, sino que opera en un tiempo absoluto, y por lo tanto es capaz de recoger el anhelo humano de alguna experiencia de libertad; cuando eso pasa, es un fenómeno extraordinario y muy poderoso. Entonces cabe la pregunta de si corresponde, no en todos los casos, pero en estos casos, tirar el bebé con el agua de la bañera, o si haciendo eso se pierde más de lo que se gana. Desacordemos con los dichos, sí, pero conservemos y potenciemos aquello que al final, en estas obras de arte que son sus canciones, va en favor de nuestros propios objetivos de emancipación. Sentemos con esto jurisprudencia, para que la ley que defendemos no se vuelva autoritarismo acrítico en el uso de la fuerza contra un individuo, sin miras al bien común o a una causa superior a la individual: protejamos la causa de todos, la de liberar la vida allí donde esta cautiva, como diría Deleuze. Eso le cabe a las mujeres y también a los artistas. Hagamos ahí un frente, en lugar de enfrentarnos. Porque hoy, con el diario de hoy, los dichos de Cordera son reprobables, pero ¿que es lo que están diciendo esos dichos acerca de algo más grande que las experiencias personales, cuáles son sus dimensiones de sentido en lo colectivo, qué preguntas abren para nosotros hoy y para otros mañana? Nos lo debemos, nos debemos esa instancia de autocrítica y de actitud curiosa, muy especialmente porque esos dichos fueron dichos por alguien cuya sensibilidad fue capaz, ya en los años 90’,  de sentir “la persecuta que sienten los travestis” cuando nadie más lo hacía, y muchísimo menos se animaba a hablar de eso públicamente y en primera persona, entre otras cosas no menos memorables de las que Cordera se animó a hablar, dándole voz a los que no tenían voz. Entonces, animémonos nosotros hoy a reconocer y a decir públicamente que, si la cosa sigue así, todos vamos a sentirnos perseguidos, tanto más aún porque ya no son los otros, sino que ahora son los nuestros, los que nos persiguen.

*Este artículo de opinión refleja la mirada personal de la autora, pero no expresa la opinión editorial de AGENCIA PACO URONDO.