El Patagónico: un tren llamado deseo
Las márgenes blancas y espumosas del lago Nahuel Huapi se abren tras una larga hilera de pinos y esa imagen, ahora, opera como un bálsamo, una recompensa para los más de 300 pasajeros que están a minutos de pisar Bariloche. Son las 13.10 horas del día sábado 20 de enero y, esta historia sobre las vías, casi única en el mundo, comenzó 19 horas antes.
Más precisamente en la comarca Viedma- Carmen de Patagones, una zona que oficia como puerta a los vientos fríos y helados de la patagonia, y una de las pocas ciudades fundada antes de que las huestes del General Roca arrasaran con toda una civilización. Claro, en este lugar ha pasado de todo: guerra contra el Imperio del Brasil en el temprano 1827, nacimiento del pionero Máximo Piedrabuena, que caminó toda la región, y que aún su presencia se mantiene en la única iglesia junto con los estandartes de los enemigos, y el puente ferroautomotor, una obra de ingeniería de las que se fabricaban antes, que incluso se leva, también, para que naveguen los barcos en el Río Negro.
La primera regla sobre el trazado de las vías no se cumple: la estación del ferrocarril no está en el centro de la ciudad rionegrina, sino que fue emplazada muy lejos, en los suburbios. El predio es inmenso, y sobre el fondo está el cementerio de vagones, una expresión de que todo tiempo pasado fue mejor. Uno de los vagones para transportar ganado, increíblemente, aún está conectado al corral, como si de un momento a otro las vacas volviesen a subir apresuradamente, para transitar una ruta única hacia la cordillera. A escasos metros, una bañadera de ovejas -también subían a los vagones, pero ordenadas en dos pisos- que fue construida por un tal Adelo Suso, o al menos fue quien la firmó en una de sus paredes grises, en septiembre de 1968, cuando el cemento estaba bien fresco.
“Yo estoy grabando todo, porque no sé si voy a volver”, dice Pedro Raúl Tártara, luego de caminar un buen rato por el predio, y con registrar se refiere a su memoria, solo eso. Tiene 76 años, y para su sorpresa, en un par de horas, estará surcando la estepa.
"El tren Patagónico viene de una situación difícil. En marzo de 2022 hubo fuertes medidas de fuerza por parte de los trabajadores por los bajos salarios (un guarda gana 60 mil pesos, y un maquinista apenas pasa los 100 mil pesos)"
Yo voy en trenes
La locomotora sale de su galpón, está encendida en todo sentido. Tiene los colores azul y amarillo, y lleva inscrita en su frente “Tren Patagónico”. Pegada a la ventana está la silla del maquinista, una butaca que puede girarse sobre su eje para que la conducción pueda operar en distintas direcciones: trompa larga y chica; un poco más arriba las palancas de frenos, para para toda la formación o para ir frenando la locomotora, y la palanca de velocidades con sus distintos puntos de menor a mayor, sobre el frente relojes, temperaturas, y la velocidad se controlan mediante una APP de fácil descarga. En toda la cabina hay unas tres sillas.
El motorman llega con un bolso deportivo Nike, gorra y unos jeans anchos. Saluda, camina, con esa seguridad de quien habita un hogar y conoce cada rincón al detalle.
“En la estepa maneja cualquiera, pero de Jacobacci para adelante, con las curvas, contracurvas…en este servicio, tenemos los mejores maquinistas”, dirá más adelante Miguel uno de los tantos guardas del servicio, cuando ya el convoy deje atrás San Antonio Oeste. “Una de las escenas más lindas es en invierno, ir en la máquina y poder mirar cuando la locomotora se abre paso corriendo la nieve”.
Para esta hora de la tarde, ya los perros solitarios que siempre custodian la estación se sienten intimidados por las rondas de pibes y pibas que copan el andén, muñidos de mochilas donde en ninguna falta el rollo de aislante. No hay locuras: ninguno fuma. Pasan su tiempo jugando cartas, tomando mate y hablando pavadas.
Este público es el que mayormente se impone frente a las puertas blancas del hall, donde se venden los boletos, gorras y llaveros con el logo del Patagónico. En los vidrios de las ventanas, está pegado un anuncio que lo dice todo: “Atención!! Pasajes agotados hacia Bariloche Enero Febrero / 23”.
Cruzando una de las siete vías que hay en la estación punta de riel, detrás de los vagones, hay un camión de porte mediano color blanco. De uno de sus costados sale un surtidor que se conecta directo con el tanque de 5 mil litros de gasoil que tiene una de las locomotoras. El motor de 12 cilindros, dispuesto en V, tiene un consumo aproximado de 8 litros de diesel por kilómetro.
18.02 el tren sale, se hamaca hasta que pareciese que se asienta en las vías. Un niño, que viaja con su abuelo, pregunta cuanto falta para la próxima estación. Le comentan que son unas cuatros horas para San Antonio Oeste. Entonces, el vagón se calla. Luego, entra el aburrimiento y la sensación de expectativa y euforia anterior -dos locomotoras metiendo maniobras rasantes y espectaculares, camiones circulando por la playa, una veintena de celulares filmando- ahora choca con un paisaje monótono, llano y de un único color amarillo. Por un largo rato, eso es el Patagónico. Mejor dicho, por un largo rato, eso es la Patagonia.
También, cuando el golfo de San Matías va quedando atrás en el mapa, los celulares trocan su símbolo de señal por un alarmante “sin servicio”, que quedará congelado a lo largo de todo el viaje, salvo en las estaciones intermedias. Los pasajeros arman el mate, mientras unos rayos que caen verticales dividen el amplio cielo azul oscuro que copa el horizonte.
Rosa y Felipe de Villa del Parque CABA, viajan como turistas ferroviarios, y todas sus preguntas las han gastado en conocer cada detalle de las locomotoras, y retratarlas más de una docena de veces en apenas minutos. Bastián, un canadiense que viaja por el mundo en una bicicleta eléctrica, y que ya pasó el desierto de Antofagasta, y ahora hace cuentas varias con la calculadora del teléfono. Una madre y su hija, nacidas y criadas en Pedro Luro, viajan a Bariloche de vacaciones, y pararán en casa de un familiar. Pedro, un graduado reciente en Psicología Social pateó el tablero, renunció a su trabajo en una Productora de Seguros de Palermo, y con todo el miedo encima -aunque no lo menciona ni en una sola palabra- comenzará una experiencia en la zona del Cerro Villegas, con mapuches, trabajando en un voluntariado en Bioconstrucción.
Cuando la noche cae, los pasajeros salen disparados al salón comedor. Hubo cambios y no hay cocina, sólo se venden minutas y gaseosas para la cena que pueda tomarse en las mesas y sillas dispuestas o bien en los respectivos asientos. Ahí nomás, atravesando una puerta corrediza, están los camarotes: uno pegado al otro. Un largo pasillo los conecta. Tienen un ventanal inmenso, dos camas que salen de la pared y un baño que se comparte, más camarero exclusivo. Sin embargo, estar ahí es perderse la charla frecuente, el chiste rápido, el vaivén de los vagones intermedios, el buscar el enchufe, el agua caliente, golpear la puerta del baño y como respuesta obtener un desconocido “ocupado”, y conocer mil y un historias que de una u otra forma hacen a nuestra Argentina, querida.
Cerca de las 22 PM el tren cambia por completo, quienes nunca han viajado en el Patagónico experimentan una escena de película de ciencia ficción, tipo Moebius. En la estación San Antonio Oeste todo está dado vueltas, literal. Quienes tienen la experiencia ríen a la espera de que los pasajeros caigan en lo que ha pasado. No hay forma. Muchos tardan en encontrar su asiento, y mejor intentan chequear a través de sus pertenencias sí están en el número correspondiente. Alguien rompe el misterio señalando los sillones y, también, un cartel pegado al inicio de la formación que anuncia que está prohibido “girar los asientos”. Están dados vueltas, eso es todo.
“Desde acá están a un paso del balneario Las grutas, una mini gesell” elabora Sofía, una trabajadora estatal de la Provincia de Buenos Aires que viaja con amiga, que explica algo sonriente que “ya hicimos playa, y ahora vamos por montaña. Mañana hacemos el López”, dice hablando de uno de los refugios obligados para meter en Bariloche. Uno de los tantos guardas, que justo pasa, mete bocado alegando que “los barilochenses lo hacen al revés: cansado de la nieve y las montañas vienen en tren para acá, en busca de sol y playa”.
Mientras tanto, afuera, es un gentío que no se termina: besos, abrazos, remises que paran en el estacionamiento, conservadoras, larga fila en el kiosco, y un tren que ha mutado su génesis mochilera para mostrar su trascendental cara rionegrina, familias que copan el tren bajo el título de “residentes”.
El tren Patagónico viene de una situación difícil. En marzo de 2022 hubo fuertes medidas de fuerza por parte de los trabajadores por los bajos salarios (un guarda gana 60 mil pesos, y un maquinista apenas pasa los 100 mil pesos), lo que terminó generando la salida de Nestor Bruno, anterior gerente por Daniel García, el actual. Y, a lo largo de todo el año pasado, las medidas continuaron.
Sí hay algo que se destaca mucho es el compromiso y la identidad de los trabajadores. En las oficinas todos visten el uniforme con el logo -un triángulo azul, surcado por dos líneas amarillas- sobre el lado izquierdo del pecho, siempre bordado en camisas. Esta vestimenta se repite todo el tiempo, y llevan de jean los operarios dentro del tren, o mamelucos los que desempeñan tareas mecánicas a bordo.
Para este año el costo de los pasajes aumentó considerablemente, aunque así y todo sigue siendo baratísimo comparado con el colectivo y el avión. Quienes sacaron el boleto con anticipación, en clase pullman única, pagaron unos 3 mil pesos, frente a los casi 5 mil que costaba ya en 2023. En otros transportes el costo siempre se triplica.
"La historia del servicio es antiquísima. El primer tren llegó a Bariloche en la década del 30, y se mantuvo por décadas"
La historia del servicio es antiquísima. El primer tren llegó a Bariloche en la década del 30, y se mantuvo por décadas. El más recordado fue el “Tren Arrayanes” que era un servicio de lujo que partía desde Buenos Aires y llegaba al sur de la Patria. Tenía de todo, por ejemplo un cine que llegaba a pasar hasta 4 películas en todo el recorrido. Los vagones, ya en ese tiempo, contaba con aire acondicionado y un confort que solo era igualado por el servicio New York - Washington en EEUU.
Perón y Evita, también hicieron la línea a fines de la década del 40, en los llamados “Trenes Blancos”, que estaban conformados por los coches Ganz. Existen muchísimos testimonios sobre ese viaje, como el del ex ferroviario Leandro Inda, que le brindó al diario El Patagónico: "Yo me acuerdo muy bien, en ese tiempo estaba de jefe de la estación Clemente Onelli y recibimos precisas instrucciones de que todo el personal debía estar sobre el andén, de punta en blanco, para saludar el paso del convoy". La visita a la ciudad cordillerana fue en un contexto delicado para el gobierno de los trabajadores por la enfermedad ya detectada de Evita, y las ideas fallidas del físico austríaco, Ronald Richter.
Con el tiempo, y con el inicio del ferrocidio en 1961 con Frondizi, todo se fue terminando tal como lo relata con denodada maestría Pino Solanas en el documental “La próxima estación”, en 2008.
Historia y presente
En 2013 se empezó a tejer su regreso, que siempre tuvo sus idas y vueltas, pero quien lo motorizó en principio siendo Ministro de Obras Públicas de Rìo Negro, fue el otrora guerrillero Montonero, Fernando Vaca Narvaja.
Con la llegada del menemismo El Patagónico pasó a manos de la provincia de Río Negro, algo similar que ocurrió con los servicios en las distintas provincias. La Nación se lavaba las manos, y el que agarraba, agarraba. Sin embargo, su situación legal quedó en un gris por la cual hay quienes arriesgan que pueda regresar a la órbita de la Nación.
Pese a todos los contratiempos y problemas, la provincia sureña ha creado un verdadero emporio ferroviario: al Patagónico, hay que sumarle las celebradas Trochitas -la de Esquel y Jacobacci- y los trenes cochemotor que hacen Bariloche- Perito Moreno y, a veces, la línea Bariloche- Viedma. También estos es único en el mundo.
En Enero de 2023 se siente más bien frío en Los Menucos, y un sol maravilloso despertará a los pasajeros al arribar a Maquinchao. Un pueblo de película, con una estación fabricada totalmente en chapa y casas desparramadas en una estepa que devuelve -todo el tiempo- paz y armonía.
El tren se detiene. “Se durmieron unas pasajeras”, dice Lorena, la encargada del coche comedor, mientras sirve café, y luego leche. ¿Cómo lo supo? Un minuto después, una mujer y sus dos hijas bajan y se las puede ver por las amplias ventanillas del vagón. Se señalan entre sí, parece que se echan culpas, se ponen a andar. Así, también, es el Patagónico.
Cerca de las 09 AM la formación frena en Ingeniero Jacobacci. Lleva este nombre en honor a Guido Jacobacci, un ingeniero de los de antes quien anduvo levantando vías por toda la Argentina y Chile a principios del siglo XX. Es uno de los pueblos ferroviarios más importantes de la línea, luego de San Antonio Oeste donde hay un verdadero cementerio de vagones y locomotoras.
En Jacobacci también hay una estación bellísima, de maderas y tejas rojas cuidadosamente cuidada. Al ingresar hay un cuadro fotográfico de la clásica locomotora 9077, la azul y amarilla, que circula -mediante una intervención- por un camino color azúl, como si fuese agua, y donde debajo lleva una frase que invita: “la aventura te espera en el sur”.
“El viaje empieza de Jacobacci en adelante”, nos habían dicho en el salón comedor- “Ahí el tren pasa por entre los cerros dinamitados, aparecen los ríos y los puentes, el verde deja atrás la estepa”, nos informaban los trabajadores del servicio. Las localidades se disponen en fila: Clemente Onelli, Comallo y Pilcaniyeu.
Entre las dos últimas, y más que nada entre la última y Bariloche, el paisaje es emocionante: hileras de pinos interminables, fallas geológicas de ciencia ficción y el agua azul verdoso que se deja ver para no irse más. Todo lo que se descuelga de ahí en más, sin dudas es para toda la vida.
“Luego de 18 años, en 2013, el tren volvió a unir Buenos Aires con Bariloche mediante un tren de pruebas. Esto se debió a que el gobierno nacional incorporó desde China trenes de última generación. El recorrido fue para evaluar el comportamiento del ferrocarril y las vías, con el abandonado objetivo de recuperar el servicio en los próximos meses. El tren fue embanderado y recibido por una multitud que celebró en las distintas localidades que recorrió su vuelta. El tren llegó a una velocidad de 100 kilómetros por hora en los tramos en los que las vías estaban en mejores condiciones y entre 20 y 35 kilómetros por hora en donde detectaron falencias en los rieles”, se puede leer en el sitio web del tren Patagónico cuando estamos a poco de que se cumplan 10 años de aquel anuncio.
De todas maneras, ahora el contexto es otro. En septiembre del año pasado se anunció que ya se recuperaron 1.000 kilómetros de vía, 44 estaciones y 21 servicios, como el de San Luis, Pehuajó, y se mejoraron los de Mar del Plata, Rosario y Córdoba. También se realizaron pruebas para llegar a Mendoza, y a Carmen de Patagones desde Bahía Blanca, es decir el puente que aún falta entre la capital del país y la ciudad andina más renombrada.
El pasado 7 de enero el servicio recibió otro duro golpe. Por un desperfecto mecánico se quedó cerca de la medianoche en medio de la estepa. Ese día tardó 44 horas en llegar a Bariloche. Hubo que trabajar mucho para que el servicio se reponga: “Ahora estamos mejor”, dicen los trabajadores a bordo del tren. Y la llegada de una nueva locomotora -la 9077 de Ferroexpreso Pampeano, en calidad de préstamo- fue uno de las claves para que el servicio vuelva a operar normalmente.
Con todo en contra, el Patagónico aún hace ese recorrido de 827 kilómetros de ida y, luego, la vuelta todas las semanas. Es una verdadera proeza, es navegar contra viento y marea, es realmente ir en contra de todo un sistema mundial neoliberal que aplastó, pisoteó y desechó el ferrocarril como medio de comunicación y transporte.
Y, más aún, pese a todo, todo Enero y Febrero está vendido. El Patagónico es un éxito, casi sin publicidad ni promoción. En las boleterías dicen que los pasajes “vuelan” el mismo día que salen a la venta. Hay algo ahí que se resiste, y siempre la resistencia -más temprano que tarde- termina transformándose en deseo.